Tiempo

El vocabulario bíblico destinado a expresar la concepción del tiempo es amplio y complejo, correspondiente a edades, experiencias e interpretaciones diferentes.
1. Vocabulario y uso.
2. Aparición del tiempo.
3. Tiempo y eternidad.
4. Tiempo lineal y circular.
5. La plenitud del tiempo.
6. El fin de los tiempos.
I. VOCABULARIO Y USO. La lista de los vocablos hebreos y griegos es muy larga, por lo que nos limitaremos a los más importantes.
1. Heb. 6256 eth, עֵת = «tiempo, período»; aparece unas 297 veces; le corresponde como adverbio su derivado attá = «ahora, en este momento», unas 260 veces. Eth es un término genérico e indefinido que básicamente connota el «tiempo» como estación, período designado, fijo o determinado, que los > astrólogos pueden discernir (Est. 1:13), pero que solo Dios conoce y revela (Jer. 8:12). También se usa para indicar el concepto de tiempo «propicio» o «apropiado» en el cual Dios hace cada cosa (Ecl. 3:11). Por lo general, la Sept. traduce eth por los vocablos griegos kairós (162 veces) y hora (26 veces).
2. Heb. En los pasajes arameos del AT se utiliza zemán, זְמָן, que denota la ocasión de algo, el tiempo oportuno para realizar una acción; equivale al gr. kairós.
3. Heb. 5769 olam, עוֹלָם, u olán, עֹלָן, prop. «escondido», designa el tiempo oculto del pasado, el tiempo inmemorial (Sal. 73:12; Ec. 3:11); aparece en total unas 460 veces, mientras que el correspondiente gr. aión, αἰών, en los LXX está presente 450 veces (y 160 su adjetivo derivado aionios, αἰώνιος). La referencia literaria y cultural que parece ser más antigua es la de espacio de la vida humana o de las «generaciones» humanas (cf 1 Sam. 1:22; 27:12; Sal. 18:50). Posteriormente, se usa a menudo con las preposiciones que indican un tiempo hacia el pasado, o bien hacia el futuro, como si se dijese: desde tiempo lejano (= desde lo eterno, más allá de las generaciones humanas), hacia un tiempo lejano (= a lo eterno, después de las actuales generaciones humanas).
4. Heb. 4150 moed, מוֹעֵד, que sig. «tiempo fijo, determinado», como la fecha de una fiesta religiosa, p.ej.: «Guardarás la fiesta de los panes sin levadura. Siete días comerás panes sin levadura, como te he mandado, en el tiempo señalado del mes de Abib» (Ex. 34:18); «Hizo la luna para los tiempos», es decir, para indicar las «estaciones» (Sal. 104:19). Un uso peculiar de este término aparece en la frase «será por tiempo, tiempos, y la mitad» (heb. le moed moadim wajetsí, מוֹעֲדִים וַחֵצִי לְמוֹעֵד, Dan. 12:7) o «hasta tiempo, y tiempos, y el medio de un tiempo» (aram. ad iddán weiddanín uphelag iddán, עַד־עִדָּן וְעִדָּנִין וּפְלַג עִדַּן, Dan. 7:25), que en el gr. del NT se lee kairós kaí kairoí kaí hémisy, καιρὸς καὶ καιροὶ καὶ ἥμισυ («un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo», Ap. 12:14), en el sentido convencional de tres años y medio (cf. Josefo, Guerras 1, 1).
5. Heb. 1755 dor, דּוֹר, también escrito דֹּר = «edad, era, linaje, generación» (Gn. 6:9; 7:1, 15:16; Ex. 3:15; Dt. 32:7; etc), que la Sept. traduce las más de las veces por khronos, χρόνος; denota, por lo general, la duración de la vida humana o la de un período de la historia, que sirve para marcar los tiempos; de ahí la expresión común: «En los días de» (Gn. 14:1; 26; Jue. 5:6; 8:28; 1 Sam. 17:12; 2 Sam. 21:1; 1 R. 10:21; Esd. 4:7; Neh.12:7, 12, 22, 26, 4; Est. 1:1; etc.), fórmula que se repite en el NT (Mt. 2:1; 11:22; 23:30; 24:37; Lc. 1:5; 4:25; 17:28; Hch. 5:37; 7:45; 1 Ped. 3:20; Ap. 2:13; etc.).
1. Gr. el término común para tiempo es 5550 khronos, χρόνος, de donde provienen los términos castellanos que comienzan por cron-. Denota un lapso de tiempo, sea largo o breve; implica duración, ya sea más larga (p.ej. Hch. 1:21; 13:18; 20:18) o más corta (p.ej. Lc. 4:5); en ocasiones se refiere a la fecha de un acontecimiento, sea pasado (p.ej. Mt. 2:7), o futuro, (p.ej. Hch. 3:21; 7:17).
2. El otro término gr. es 2540 kairós, καιρός, en principio una medida apropiada, una proporción ajustada, que aplicada al tiempo significaba un «período fijo» o definido, una sazón, en ocasiones un tiempo oportuno (p.ej. Ro. 5:6; Gal. 6:10). Se encuentra unas 85 veces en el NT. Son frecuentes las expresiones adverbiales correspondientes: arti (ahora), 36 veces; euthýs, eutheos (enseguida), 87 veces, y sobre todo nyn (ahora), unas 150 veces. Hablando en términos generales, khronos expresa la duración de un período, mientras que kairós destaca su caracterización por ciertas peculiaridades; así en Hch. 1:7: «No os toca a vosotros saber los tiempos [khronos, χρόνος ], o las sazones [kairús, καιρούς] que el Padre puso en su sola potestad», el segundo término hace referencia a épocas caracterizadas por ciertos acontecimientos. Se ha dicho que, en términos generales, khronos marca cantidad, kairós, cualidad. En ocasiones, la distinción entre las dos palabras no es evidente, como, p.ej. 2 Ti. 4:6, aunque incluso aquí la «partida» del Apóstol da carácter al tiempo (kairós). Las palabras aparecen juntas en la LXX solo en Dn. 2:21 y Ecl. 3:1. Cuando en Ap. 10:6 se dice que «ya no hay más tiempo”, se utiliza el sustantivo khronos con el significado de «dilación» o «demora»: «En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él esté por tocar la trompeta, también será consumado el misterio de Dios, como él lo anunció a sus siervos los profetas» (v. 7).
3. El término, 5610 hora, ὅρα, denota en principio cualquier tiempo o período fijado por la naturaleza. Se traduce por «un tiempo» (Jn. 5:35), «algún tiempo» (2 Cor. 7:8), y «último tiempo» (1 Jn. 2:18). Es el tiempo o circunstancia más relevante de alguien; en los escritos de San Juan, aplicado a Jesús, viene a equivaler a kairós.
4. Gr. 165 aión, αἰών = «edad, era», significa un período de duración indefinida, eternidad. Aparece más de 100 veces en el NT y otras 70 el adjetivo aionios, αἰώνιος, «eterno, para siempre». A partir de la apocalíptica del judaísmo tardío, aporta una dimensión espacio-temporal diferente, el eón-cosmos, vale decir, el siglo-mundo actual o futuro: Mc. 4:19; 1 Cor. 2:6; Heb. 1:2; 11:3. No indica tanto la duración cronológica de un período, como sus características espirituales o morales. Ello queda ilustrado por la utilización del adjetivo aionios en la expresión «vida eterna» (Jn. 17:3) en contraste con próskairos, lit. «por una sazón», es decir, «temporal» (2 Cor. 4:18). Aión indica aquello que es por naturaleza interminable, como, p.e. Dios (Ro. 16:26), su poder (1 Ti. 6:16), su gloria (1 Pd. 5:10), el Espíritu Santo (Heb. 9:14), la salvación (Heb. 5:9), la vida en Cristo (Jn. 3:16), el cuerpo resucitado (2 Cor. 5:1), el pecado que nunca tiene perdón (Mc. 3:29), el juicio de Dios (Heb. 6:2), y el fuego del castigo (Mt. 18:8; 25:41; Jud. 7).
Los griegos contrastaban lo que llegaba a un fin con aquello que se expresaba con este vocablo, evidencia de que con ello expresaban una duración sin fin. Aparece con mayor frecuencia en el Evangelio de Juan, Hebreos y el Apocalipsis. En ocasiones se traduce, erróneamente, por «mundo».
Con mucha frecuencia aparece también aión, lo mismo que en el AT, en uso preposicional: desde tiempos lejanos (cf Lc. 1:70; Heb. 3:19; 13:8), hacia tiempos lejanos (esta última expresión se halla presente unas 30 veces en el NT: cf Mt. 21:19; Mc. 3:29; Lc. 1:55; Jn. 13:8; Heb. 1:8). Pero más interesante es su uso nominal: 1) Algunos escritos del NT (sobre todo Pablo y los Sinópticos; nunca Juan) distinguen entre el “eón” presente y el futuro, a manera de dos períodos históricos o dos mundos sucesivos, probablemente bajo el influjo de la apocalíptica judía (cf. Mc. 4:19; Mt. 12:32; 13:36–43; l Cor. 1:20; 2:6; 3:19). En ese sentido, el primer evangelista habla del “fin del eón mundo” (Mt. 24:3; 28:20). Ningún dualismo teológico corresponde a la distinción de los dos “eones” (tiempos-mundos): Satanás asedia en el tiempo presente, pero Dios lo ha redimido en Cristo, y la nueva creación ya ha comenzado (cf Gal. 1:4; 4:4). 2) Por tanto, la “vida eterna” es la del “eón” futuro (cf Rom. 2:7; 6:22–23; Gal. 6:8; Mt. 25:36; Mc. 10:17–30). Pero Juan precisa: esta vida eterna (definitiva después del “eón” presente) es ya actual, y la muerte no la detendrá más: Jn. 3:15s; 5:24; 17:3 (cf. 11:25s).
II. APARICIÓN DEL TIEMPO. El tiempo puede ser descrito como «la medida del movimiento», que se efectúa en principio por los movimientos de los cuerpos celestes (cf. Gn. 1:14), de modo que antes de la creación no había tiempo. Aparece juntamente con ella y marca los acontecimientos de los seres y de la historia, de modo que medida y duración pertenecen al orden creacional. El acto creador marca el comienzo absoluto de nuestro tiempo.
El tiempo cósmico, que regula los ciclos de la naturaleza, viene marcado por los astros, que a su vez han sido creados y puestos por Dios en el firmamento para señalr los días, meses y años (Gn. 1:5), pero no son cuerpos independientes a cuyo movimiento deba el hombre acomodarse; más bien son realidades funcionales, «lámparas» subordinadas a la utilidad y servicio del hombre por la voluntad de Dios, para marcar el ritmo del trabajo y del descanso. El tiempo cósmico se mide por el > calendario, que en el AT oscila entre el cómputo solar y el cómputo lunar. La división del año en doce meses corresponde al ciclo solar, pero el mes, por su nombre y sus divisiones, sigue el ciclo lunar.
El tiempo histórico se caracteriza exclusivamente por su contenido: es el lugar en el que se realiza el designio de Dios. En él se insertan los acontecimientos y circunstancias de la revelación divina, únicos e irrepetibles, y que llaman a la fe. En sentido neutro, el tiempo histórico para los primitivos era medido por la genealogía, la sucesición de generaciones (Gn. 2:4; 5:1; etc.). Más tarde, se cuenta por reinados, y después por eras. En sentido teológico, el tiempo de la historia está atravesado por la intervención divina, que libra y salva a Israel, generando así una Historia de la Salvación que vertebra la actuación de Dios en el mundo, desde el llamamiento de Abraham hasta la venida del Mesías, quien la conducirá a su consumación. Para los autores del NT, el tiempo histórico alcanza su sentido pleno con la venida de Jesús de Nazaret, cuya presencia recapitula el pasado y lo dirige hacia el futuro de la salvación de todos los pueblos, comenzando desde Jerusalén.
III. TIEMPO Y ETERNIDAD. Anterior a la aparición del tiempo humano y sus divisiones, se encuentra la eternidad de Dios de la que todo procede (Sal. 10:16: 90:2; 93:2). De eternidad a eternidad él es Dios (Sal. 90:2). La eternidad, en heb. olam, se refiere a la trascendencia de Dios respecto al orden creado conocido por nosotros. Los autores bíblicos la expresan con un vocabulario no técnico, sino gráfico, comparativo entre la fugacidad del tiempo humano y la grandeza del tiempo de Dios, cuya duración rebasa la medida humana. De ese tiempo, o más exactamente, de esa falta de tiempo, no tenemos experiencia y, por consiguiente, excede nuestra capacidad de comprensión, debido a nuestra carencia total de puntos de referencia. Es por ello que para Dios mil años son como un día, y un día como mil años (cf. Sal. 90:4; 2 Pd. 3:8).
Este Dios que, al crear, origina el tiempo, es el mismo que lo domina con su omnisciencia. Pasado, presente y futuro no existen realmente para el Eterno; conoce todo antes de que llegue a ser (Ex. 3:14; Jn. 8:58; Is. 48:5–7). Para el AT, lo mismo que para el NT, la diferencia entre el tiempo y la eternidad no tiene que ver con su naturaleza, sino con la duración; la eternidad es un tiempo sin límites, cuya naturaleza infinita coincide por un breve período con la historia que constituye el horizonte temporal humano. Esta noción es totalmente opuesta al especulativo concepto griego que representaba el tiempo como un círculo en el que se daba un eterno retorno. «La expresión simbólica del tiempo bíblico se expresa con una línea ascendente, porque la línea que parte de la creación tiene su fin… en Dios» (A. Lamorte, Le Problème du Temps dans le Prophétisme Biblique, 108 ss. Beatenberg, 1960). Este fin «imprime al conjunto de la historia, que se desarrolla a todo lo largo de esta línea, un movimiento de elevación hacia Él» (O. Cullmann, Cristo y el tiempo).
IV. TIEMPO LINEAL Y CIRCULAR. En términos generales, para la mentalidad griega el tiempo tiene un carácter cíclico: parece que los siglos y los años giran en círculo, trayendo de nuevo indefectiblemente los mismos sucesos. Por ello no hay que esperarse nada sustancialmente nuevo. El hombre griego está embargado por la nostalgia, por el retorno a lo que fue. Por contra, el hombre de la Biblia considera la historia como una trayectoria horizontal, un tiempo de desarrollo lineal; la historia camina, progresa, bajo la guía de Dios, hacia un término bien definido. No se repite jamás de la misma manera, sino que está abierta a la novedad, a lo inesperado, a la esperanza. Por esta razón, el hombre bíblico se caracteriza por la fe, la libertad y la responsabilidad. En cada momento se juega su futuro. La fe nunca es impuesta, sino que comporta una decisión libre con la que se responde al llamamiento divino. Esto conduce a la esperanza, pues lo nuevo y lo inesperado caracteriza la actuación de Dios: «No os acordéis para nada de las cosas pasadas. He aquí que voy a realizar un prodigio nuevo. Haré surgir un camino en el mar» (Is. 43:18–19). «Como está escrito: Cosas que ojo no vio ni oído oyó, que ni han surgido en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Cor. 2:9).
La concepción griega es cíclica porque se elabora a partir del espacio y de los ritmos de la vegetación. Según Platón, la salvación que le cabe al ser humano es el abandono de la caducidad temporal por la muerte, pues solo así, desechada la cárcel del cuerpo y de todo lo material, el alma inmortal retorna al mundo eterno de las ideas. Los semitas, y los primeros hebreos entre ellos, nómadas y agricultores como eran, dependían de los ciclos naturales, del retorno de las estaciones, y no dejaron de vincular el tiempo con ello. Israel rompió este cerco merced a los acontecimientos históricos fundacionales: la intervención salvífica de Dios a favor del pueblo (cf. Dt. 26:1–11). Nace de la experiencia del éxodo y la alianza sinaítica.
V. LA PLENITUD DEL TIEMPO. Jesucristo anunció como una nota peculiar de su mensaje que «el tiempo se ha cumplido [peplérotai ho kairós], y el reino de Dios se ha acerdado» (Mc. 1:15; cf. Lc. 4:21). La aparición de Jesús inaugura la etapa final, empiezan a contar los tiempos decisivos, o lo que es lo mismo, empieza a actuar la redención, la hora de la siega y la recolección; es el tiempo de buscar a Dios, de someterse a su voluntad, de creer en quien él ha enviado. Con Jesucristo se inicia la renovación total de la creación. El tiempo presente ha sido invadido por la gracia divina, y la esfera de lo cronológico, khronos, se ve invitada a aprevechar el momento oportuno, kairós, a ser transfigurada por la irrupción de la eternidad en el tiempo. Jesucristo es la plenitud del tiempo, la consumación de la historia y el tiempo de salvación. Jesús llora sobre Jerusalén porque no ha sabido reconocer el tiempo de la visita de Dios (Lc. 19:44). Los kairoí son tiempos de intervenciones decisivas de la Providencia divina en favor de los hombres, son casi siempre tiempos de gracia especial, acontecimientos relevantes de la historia de la salvación.
Con Cristo ha llegado la > plenitud, pléroma, de los tiempos (Gal. 4:4; Ef. 1:10); «la consumación de los siglos» (syntéleia ton aionon, Heb. 9:26). En el desarrollo del designio de Dios se ha producido un acontecimiento en función del cual todo se define en términos de «antes» y «después»: «En otro tiempo estabais sin Cristo, ajenos a las alianzas de la promesa» (Ef. 2:12); «ahora, él os ha reconciliado en su cuerpo de carne» (Col. 1:22). Con la venida de Jesús el Mesías, ha comenzado ya el tiempo, aión, futuro que, paradójicamente, tiene su centro en el pasado: la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Con Cristo viene la novedad absoluta, la nueva creación, la gracia y la verdad que restablecen la relación entre la humanidad pecadora y su Creador justo. «El que es principio, centro y fin del tiempo cósmico en su totalidad se convierte en aquel en quien todo nace, subsiste y se consuma; se convierte en el tiempo verdadero, pleno, que tiene sentido: el ayer, el hoy, el siempre; el aquí, el ahora; el alfa y la omega. Es el eterno siempre personalmente comprometido en el devenir y que, en su humanidad, funda, inicia y mide el tiempo… El misterio de Cristo es el fin al que tendía desde el comienzo el plan de Dios; y al mismo tiempo es el principio concreto de la salvación que Dios quiere comunicar a los hombres. El misterio de Cristo es, por esto, el centro y la cumbre de la historia de la salvación, que solamente en él encuentra su actualización plena y su razón de ser» (A. M. Triacca).
Podemos decir que en los profetas del AT la visión del > Día de Yahvé domina el horizonte del tiempo escatológico, cuya acontecer se espera para un futuro no lejano. En el NT Jesucristo se convierte en el eje y centro del tiempo escatológico. «Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gal. 4:4). «Dios, habiendo hablado en otro tiempo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo» (Heb. 1:1–2). Al principio de su misión, Jesús anuncia la proximidad inminente del Reino de Dios (Mc. 1:15; Mt 4:17), para a continuación, cuando ya ha realizado parte de su ministerio público, apuntar a sí mismo como quien introduce ese Reino y en quien se concreta: «Si por el dedo de Dios yo echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Lc. 11:20). La esperanza del AT, orientada hacia la intervención de Yahvé en un día particular, se cumple en Cristo. Se puede aplicar a todo el AT lo que se dice de Abraham: «se regocijó de ver mi día. Lo vio y se gozó» (Jn. 8:56).
El «tiempo de la Iglesia» participa de esa plenitud de Cristo, que es su cabeza y ella su cuerpo. Los cristianos, mediante su fe y seguimiento de Cristo, viven realmente «el fin de las edades» (1 Cor. 10:11) al que apunta la historia salvífica. Mediante su misión y su vida, actualiza el poder redentor de Jesús: «Siempre llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús por todas partes, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús» (2 Cor. 4:10). La Iglesia vive de Jesucristo y del Espíritu a lo largo de su tiempo presente. Participa del poder del Resucitado (cf. Mt. 28:18). Es «el tiempo favorable, el día de la salvación», puesto ahora ya al alcance de todos y no de un solo pueblo (2 Cor. 6:1s). Sin embargo, también es consciente que entre la primera y la segunda venida de Cristo, en el «siglo presente», todavía imperan el pecado, la muerte, el reino de Satanás, aunque como heridos de muerte y debilitados (Ap. 20). El don del Espíritu atestigua que los últimos días, anunciados por el profeta Joel, han comenzado ya (Hch. 2:16–17); los cristianos poseen las «arras del Espíritu» (Ef. 1:14; 2 Cor. 1:22), pero todavía luchan y esperan que la consumación definitiva de la plenitud de los tiempos se haga extensiva a la totalidad de la creación, la cual gime y «sufre dolores de parto hasta ahora… para entrar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:22, 21). En la plenitud del tiempo, pues, coexisten como en dos planos, el aión presente y el aión venidero, en medio de los cuales se desarrolla el drama de la salvación, que transcurre entre el rechazo de Israel y la recepción de los gentiles (Ro. 11:25), después de lo cual el mismo Israel «será salvo» (Ro. 11:26). Pero esto no es todo; la plenitud de los tiempos se refiere no solo al destino de unos pueblos y otros —judíos y gentiles—, sino al ambicioso plan de renovación de todo el cosmos, que es lo que se aguarda como fin, pues Dios «se propuso en Cristo, a manera de plan para el cumplimiento de los tiempos: que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra» (Ef. 1:9–10).
VI. EL FIN DE LOS TIEMPOS. La expresión «fin de los tiempos» se refiere no meramente al cumplimiento de determinadas promesas. Indica algo más radical, esto es, el fin del tiempo. No es solo el final de los tiempos, sino el fin del mismo tiempo, el acontecimiento definitivo y decisivo, aquel más allá del cual ya no hay nada porque no puede haber nada más. «Ya no habrá más tiempo» (hóti khronos uketi estai, Ap. 10:6), entonces «el misterio de Dios será consumado» (v. 7), todo el plan de redención del mundo se habrá realizado; ya no será necesaria ninguna nueva intervención especial de Dios en la Historia de la Salvación, ni, por tanto, ninguna nueva dilación de tiempo. «Lo que viene después es otra cosa distinta, no mensurable desde el tiempo. Éste ha cumplido su función como elemento en el plan salvífico de Dios en favor de sus criaturas. Lo que resta no puede ser sino lo que la filosofía y teología cristianas han elaborado en su especulación y llamamos eternidad, concepto que seguramente no habríamos podido alcanzar sin la enseñanza que la revelación sobrenatural nos ha dado acerca del valor teológico del tiempo» (J. M. Casciaro).
¿Cuándo llegará ese momento? Nadie lo sabe, es un secreto del Padre (Mc. 13:32), y no pertenece a los hombres conocer los tiempos y los momentos que él ha fijado por su propia autoridad (Hch. 1:7). La «noche avanza, el día está próximo» (Ro. 13:11s), pero ningún cálculo permite descubrir la fecha. Véase AÑO, CALENDARIO, CRONOLOGÍA, DÍA, ETERNIDAD, HISTORIA, HORA, KAIRÓS, MES, PARUSÍA, PLENITUD, SEMANA.