SAÚL

Heb. 7586 Shaúl, שָׁאוּל = «pedido, deseado»; Sept. y NT Saúl, Σαούλ; Josefo, Sáulos, Σάουλος; Vulg. Saul. Nombre de tres personajes del AT.
1. Rey de Edom, originario de Rehobot sobre el Éufrates (Gn. 36:37; 1 Cro. 1:48).
2. Hijo de Simeón y de una cananea (Gn. 46:10; Ex. 6:15); cabeza de un clan que lleva su nombre (Nm. 26:13).
3. Hijo de Cis, de la tribu de Benjamín (1 Sam. 9:1), y primer rey de Israel (hacia 1040–1010).
3.1. Primer monarca de Israel.
3.2. Elección y naturaleza de su reinado.
3.3. Personalidad.
3.I. PRIMER MONARCA DE ISRAEL. Saúl era originario de > Gibea, también llamada Gibea de Saúl o «colina de Saúl», un poco al sur de Jerusalén. Fue ungido por > Samuel por orden de Dios cuando los israelitas pidieron un rey. Samuel se resintió de esta petición señalando que era una ofensa contra Dios, un rechazo del régimen > teocrático; informó al pueblo acerca del disgusto de Dios y predijo que ocurrirían males por medio de reyes futuros (1 R. 8). Con todo, accedió a las demandas del pueblo por voluntad divina.
La misión de Saúl como primer rey de Israel fue allanar el camino para una monarquía estable y consolidada en el país, cosas que no consiguió debido a la carencia de un estado unificado y de experiencia, tanto personal como colectiva, en los asuntos de gobierno monárquico. A esto hay que sumar las frecuentes batallas contra las naciones vecinas y la debilidad de Israel, así como la propia fragilidad personal y emocional que finalmente provocó una enfermedad psíquica en Saúl, lo que le imposibilitó para reinar. A Saúl le tocó unificar la región montañosa, y a David la conquista y creación de un estado israelita poderoso.
La idea monárquica era extraña a la sociedad israelita, que había funcionado en el período de los > Jueces con una estructura tribal, un liderazgo carismático y pocas instituciones centrales. La monarquía fue forzada por causas externas, principalmente la presión filistea, que produjo una profunda reestructuración de la federación de las tribus hebreas. La coalición tribal de estilo patriarcal, con sus limitadas posibilidades de autodefensa, ya no era suficiente para enfrentar a un enemigo mejor equipado. Durante la mayor parte del período, las amenazas externas fueron breves y limitadas geográficamente, por lo que se pudieron manejar de forma local. La amenaza filistea fue diferente, ya que desafió a toda la sociedad israelita durante un período prolongado de tiempo. Fue una amenaza política, religiosa y económica. Su ventaja radicaba en una avanzada organización militar con superioridad tecnológica en metalurgia. Poseían veloces > carros de combate y armas de hierro, y superaban con mucho a las milicias dispersas de las tribus equipadas con armas de bronce. La monarquía surge precisamente en el territorio de Benjamín, ya que era el foco de la amenaza filistea.
La presión filistea fue mayor durante el siglo XI. Israel fue vencido en > Eben-ezer; se destruyó su centro cúltico y administrativo de > Silo, y se deterioro el liderazgo tribal. Esto derivó en el establecimiento de fortalezas filisteas en el corazón de la región montañosa, y que los estados de Amón y Amalec sacaran ventaja de la situación. Así, en tiempos de > Samuel, el último de los jueces, se recurrió a un proyecto de poder centralizador «como se hace en todas las naciones» (1 Sam. 8:5). Los hijos del ya anciano Samuel habían fallado. Saúl surgirá como jefe militar, actuando a la vez como juez y rey. Un jefe carismático con poder permanente, pero nunca semejante a los monarcas endiosados de Egipto o Mesopotamia. El reino de Saúl se caracterizará por una administración poco desarrollada, sin capital central. Fue una jefatura o estadio temprano de un estado primitivo. En contraposición, el reino de David se constituye a partir de una expansión territorial, como estado multiétnico heterogéneo, con una administración plenamente desarrollada y una capital.
Los habitantes de > Jabés de Galaad, ciudad de la tribu de Gad, en Jordania oriental, gravemente amenazada y asediada por los amonitas (1 Sam. 11), solicitaron ayuda de sus hermanos de sangre. El benjaminita Saúl consiguió reunir un ejército y liberar la ciudad. Aprovechando el entusiasmo de la victoria, invitó a las tribus a reunirse en > Guilgal y se hizo proclamar rey de Israel (1 Sam. 11:15). Ese Israel gobernado por Saúl probablemente no contaría por entonces más que con las tribus de Benjamín, Gad y tal vez Efraín. La proclamación de Saúl parecía ser la alternativa más segura ante la situación peligrosa planteada por los filisteos. Cada vez más infiltrados en los territorios hebreos, amenazaban ahora a las tribus de Efraín y Benjamín a través del valle de > Yizreel. La única respuesta eficaz podría venir de una acción concertada y centralizada. El éxito de Saúl lo convertía en la persona apropiada para esta empresa. Y concentró sus fuerzas para lograr la expulsión de los filisteos del centro de Canaán (1 Sam. 13–14).
Sin embargo, la actividad de Saúl se extendió también hacia el sur. Estas campañas militares son históricas, aun cuando ignoremos mayores detalles. 1 Sam. 15 guarda el recuerdo de la guerra contra los > amalecitas y su rey > Agag al sur de Hebrón (liberando así a Israel del dominio de un expoliador, 1 Sam. 14:48), y 1 Sam. 17 de una campaña contra los filisteos en las colinas bajas de Judá. De esta manera, a la vez que se congraciaba con la tribu de Judá, también mantenía alejados del territorio de Benjamín a estos enemigos. Prueba de estos contactos establecidos con la tribu de Judá es la presencia en su ejército de > David, un talentoso guerrero de Belén.
3.II. ELECCIÓN Y NATURALEZA DE SU REINADO. No está del todo clara la serie de acontecimientos que condujo al benjaminita Saúl al trono. La tradición bíblica conservada resulta especialmente compleja al describir los orígenes de la monarquía. Según 1 Sam. 7:2–8, 12; 10:17–19; 12:1–25; 15:1–35, Samuel desaprobaba el deseo del pueblo de tener un rey, por considerarlo una limitación de los derechos de Yahvé, único rey del pueblo, y procedió finalmente al nombramiento de Saúl como rey en contra de su voluntad y solo por indicación divina expresa. Pero quedaría claro que el rey solamente era un > ungido de Dios (heb. mesías), un representante suyo para pastorear al pueblo y hacerles cumplir los mandamientos de la > Alianza. El rey no sería señor de Israel, sino simplemente un administrador de Yahvé, principio que, al olvidarse, revertería sobre el pueblo como un duro yugo y una carga pesada: «Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus esclavos. Ese día os lamentareis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahvé no os responderá» (1 Sam. 8:17–18; cf. 1 R. 8).
Los pasajes de 1 Sam. 9:1–10; 16:20–27; 11:1–15; 13:1–14, 16 afirman que Saúl fue ungido rey por Samuel por orden de Yahvé con la misión de liberar a Israel de los filisteos. Después de haber sido proclamado solemnemente como primer monarca en > Gilgal, obtuvo una gran victoria sobre los amonitas y los filisteos, a los que expulsó del país, contando solo con 3.000 hombres escogidos (1 Sam. 11:13–14). Fue en Gilgal donde Samuel animó al pueblo a inaugurar allí la monarquía (1 Sam. 11:14). Entonces, Samuel, uniendo su bendición al clamor popular, pronunció un discurso recordando al pueblo y al nuevo rey sus obligaciones delante de Dios (1 Sam. 12:1–25). Esta fidelidad o infidelidad sería piedra de toque para su reinado y el de todos los reyes que le seguirían.
A pesar de ser investido rey, Saúl no llegó a ser propiamente un monarca con capital y corte palaciega, sino que más bien es descrito de modo semejante a un juez carismático como los que lideraban a las tribus en las guerras santas en tiempos de crisis (1 Sam. 11:6–7). Aparte de la mujer, hijos e hijas de Saúl, solo se menciona a su jefe de ejército > Abner, que era primo suyo. Se trata, pues, de una forma de gobierno completamente patriarcal que solo es concebible si Saúl se limitaba prácticamente al mando supremo militar, dejando la administración interior, el derecho y el culto a las tribus. La monarquía en Israel nunca llegó a adquirir las características divinizantes conocidas en el Próximo Oriente Antiguo; el rey no es un dios encarnado como en Egipto, ni un siervo elegido de los dioses como en Mesopotamia. Su autoridad deriva del carisma personal y valor militar, características transmitidas consanguíneamente, entroncándose con una tradición propia de los pueblos nómadas.
El reino de Saúl no tenía la solidez que una administración organizada podía proporcionar. Además, su ejército solo se podía desempeñar bien en las montañas, fuera del alcance de los carros filisteos. Esta circunstancia fue aprovechada por sus enemigos en el último combate que libró. Los filisteos entraron en el valle de Yisreel desde > Meguido, mientras que Saúl acampaba en las alturas vecinas de > Gelboé. Tal vez contemplaba la posibilidad de conquistar el paso para vincular mejor a las tribus del norte con su pequeño reino. Pero, ya sea que los filisteos intentaran asegurar el tránsito de sus caravanas hacia > Damasco a través de este valle, o que pretendiesen dominar todas las zonas bajas y dejar a los hebreos confinados en las montañas, en cualquier caso les resultaba peligroso dejar que Saúl permaneciese en esas alturas dominando el valle desde allí. Los filisteos entonces debieron atacar el promontorio desde las laderas del sur, que suben por terreno abierto y así pudieron maniobrar sus carros y su caballería: «Saúl se apoyaba en su lanza, mientras que los carros y sus guerreros lo acosaban» (2 Sam. 1:6). El rey murió con tres de sus hijos en Guelboé, y los filisteos colgaron sus cuerpos en los muros de la cercana ciudad de > Bet-Sheán.
3.III. PERSONALIDAD. Se le presenta como el hombre más alto y bello de Israel (1 Sam. 9:2), adornado además con todos los rasgos de un personaje carismático, hasta el punto de ser contado entre los profetas (1 Sam. 10:10). Hombre de acción, con una fuerte confianza en sí mismo, derrotó a los filisteos allí donde Samuel no había sido capaz. En una ocasión, antes de enfrentarse al enemigo, y según las costumbres de la guerra antigua, ofreció un > holocausto y ofrendas de paz sin esperar a Samuel, que se retrasaba inexplicablemente (1 Sam. 13:8–10). El anciano juez le reprochó esta usurpación de la función sacerdotal y le vaticinó el fin de su reino (1 Sam. 13:13–14). El carácter independiente de Saúl le llevó a otro desencuentro con Samuel cuando no cumplió al pie de la letra sus ordenanzas respecto a la completa destrucción de > Amalec, al perdonar al rey > Agag y lo más escogido de su ganado, destruyendo solamente lo vil y sin valor (1 Sam. 15:3–11). Al parecer, Saúl pidió perdón sinceramente, pero el texto bíblico da a entender que fue en vano (v. 28).
A medida que avanzaba en edad, Saúl empezaba a sufrir ataques de melancolía y complejo de inferioridad, quedando minada su fe en sí mismo, condición indispensable del éxito. También se produjo con el tiempo un distanciamiento entre él y los sacerdotes del templo real de Nob, lo que tuvo como consecuencia que David, huyendo de Saúl, encontrase ayuda en los sacerdotes de este templo, descendientes de Moisés y, por tanto muy influyentes, por lo que Saúl, como venganza, mandó asesinarlos, excepto a > Abiatar, que pudo escapar a la matanza (1 Sam. 22:6–23).
Atormentado por la creciente popularidad de David, se dejó llevar por los celos y le persiguió implacablemente durante años (1 Sam. caps. 22–26). David era el encargado de consolarle con música (1 Sam. 16:16). Al principio, Saúl le tuvo afecto, y le hizo su escudero (v. 21). Pero después de su victoria sobre > Goliat y las repetidas sobre los filisteos, empezó a tenerle envidia. A pesar de la intercesión de > Jonatán en favor de David, la envidia de Saúl llegó hasta el extremo de querer matarle, pero David salió con éxito de todos los peligros en que Saúl le había puesto (1 Sam. 18:27), y terminó casándose con su hija > Mical (v. 27). Pero, al final, se vio obligado a huir definitivamente (1 Sam. 19:11–16).
Al enfrentar una nueva invasión en masa de los filisteos (1 Sam. 28:4), Saúl, desesperado, intentó consultar a Samuel, que ya había muerto, por medio de una nigromante de > Endor. Se invocó al espíritu del profeta fallecido, el cual se le apareció y le reprochó su infidelidad, vaticinándole su destino a manos de los filisteos (vv. 16–19). Saúl y sus fuerzas fueron avasallados por los filisteos; su hijo > Jonatán y sus hermanos murieron en la batalla. Temiendo caer en manos de sus enemigos, suplicó a su escudero que le quitara la vida, el cual rehusó cumplir esta orden. Entonces, desesperado, se mató cayendo sobre su propia espada. Fue decapitado por los victoriosos filisteos y su cabeza enviada como trofeo a varios pueblos del país, mientras que su cuerpo y el de sus hijos fueron sepultados en Betsán. Pero los habitantes de Jabes de Galaad, oyendo esas cosas, llegaron de noche y tomaron los cuerpos. Los llevaron a su propia ciudad, donde los quemaron, y las cenizas las sepultaron debajo de un árbol en Jabes, y ayunaron siete días (1 Sam. 31:5–13).
Su hijo > Isboseth, que continuó la dinastía, fue asesinado por dos capitanes de su propio ejército (2 Sam. 4:6–7), dejando el camino abierto al ascenso al trono de David (2 Sam. 5:3). Véase DAVID, FILISTEOS, MONARQUÍA, SAMUEL, 1 y 2.