SEPTUAGINTA

1. Introducción.
2. Orígenes y evolución.
3. El texto.
4. La transmisión.
5. Las traducciones judías.
6. Recensiones cristianas.
7. Ediciones.
8. Traducciones.
I. INTRODUCCIÓN. El nombre Septuaginta (LXX o Los Setenta), en griego hoi hebdomékonta, οἱ ἑβδομήκοντα (“los setenta”), designa el conjunto de escritos que componen la Biblia Griega. Es un corpus muy heterogéneo, compuesto a lo largo de cuatro siglos (III a. C.–I d. C.) por traducciones del hebreo y escritos originales en griego. Este nombre designaba en principio la traducción griega del Pentateuco, como atestigua la Carta de Aristeas. Posteriormente se extendió a todo el conjunto de los libros del AT en griego.
La LXX es la primera gran traducción de la antigüedad y también el primer intento de adaptación de la Biblia a una lengua y contexto diferentes del que la gestó, en este caso el judaísmo de la diáspora helenística de Egipto, de habla griega. Por primera vez, un corpus completo se trasladaba a otra lengua, con lo que esto supone de complejo proceso de interpretación y de exégesis. La LXX forma parte de la rica aportación literaria y cultural del judaísmo a la literatura helenística, en la que destacan autores como Ezequiel el Trágico, Filón de Alejandría y otros. Esta Biblia tiene entidad literaria propia, y tanto en el aspecto textual como en el exegético presenta muchas innovaciones respecto a la Biblia Hebrea (BH). Su canon es más amplio, pues recoge, además de los libros hebreos, los deuterocanónicos y suplementos griegos a algunos libros (Ester, Daniel y el Salmo 151). Ordena y clasifica los escritos de forma diferente que la BH; los tres grupos de la BH (Ley [Torah], Profetas [Nebiim] y Escritos [Kethubim]), aparecen distribuidos en la LXX en Pentateuco, Libros Históricos, Libros Poéticos o Sapienciales y Profetas. Esta será la ordenación cristiana de la Biblia. La LXX, además, innova en el título de los libros. Los libros del Pentateuco en la BH llevan por título la primera palabra con que se inician; en la LXX los títulos son descriptivos. El primer libro en hebreo es bereshith, בְּרֵאֹשִית (“En el principio”); en la LXX, el título ya nos indica el tema: Génesis, Γένεσις (“Origen”); el del segundo en hebreo es shemoth, שְׁמֹות (“los nombres”), en la LXX Éxodos, Ἔξοδος (“Salida”), y lo mismo sucede con los demás.
Su impacto en la historia posterior de la Biblia y de la cultura en general es inconmensurable. En los estudios bíblicos modernos, la LXX ocupa un lugar central porque es testimonio fundamental para el conocimiento de estadios muy antiguos de la BH, lo que se ha visto confirmado por los descubrimientos de Qumrán. Es, también, un elemento imprescindible para estudiar la historia posterior de la Biblia en diferentes versiones y adaptaciones a otras lenguas y culturas, pues fue la base de otras traducciones antiguas (latina, copta, armenia, georgiana, sirohexaplar, etiópica, gótica y eslava). El interés literario de la LXX ha motivado que desde hace unos años haya sido objeto de traducciones a lenguas modernas, con unos resultados excelentes que muestran en qué radica su originalidad como texto y cuáles sus particularidades literarias frente a la BH y otras versiones de la Biblia.
II. ORÍGENES Y EVOLUCIÓN. La LXX surgió en la diáspora judía del mundo helenístico, en especial en Alejandría. Los judíos de Egipto estaban muy helenizados, y había entre ellos una élite bilingüe, quizá cercana a la Biblioteca de Alejandría, que conocía el griego y la tradición judía. Algunas teorías vinculaban el origen de la LXX a la sinagoga y a necesidades litúrgicas, o a la escuela, con fines pedagógicos. Hoy se piensa que la LXX es el resultado de la pretensión de la comunidad judía por reafirmar su identidad como minoría étnica, pero también como parte de la sociedad helenística alejandrina.
1. La Carta de Aristeas (Pseudoaristeas). Las circunstancias en que surgió la traducción del Pentateuco se exponen en la Carta de Aristeas, escrito pseudoepigráfico cuyo presunto autor, Aristeas, dirige a su amigo Filócrates. Es, posiblemente, la fuente más importante para esta cuestión, y su testimonio ha sido objeto de muchas interpretaciones. Su datación plantea problemas y hay varias propuestas: la 1ª mitad o comienzos del siglo II a.C., entre 127 y 118 a.C., o hacia el año 100 a.C. En todo caso, ya la conoce Flavio Josefo, y hacia el 70 d.C. la incluye en las Antigüedades XII, 12–118. La Carta de Aristeas es un documento apologético, pero no hay acuerdo sobre su finalidad (Fernández Marcos 1998, 55): respaldar la versión oficial de la Biblia impuesta por las autoridades, resaltar la importancia de la traducción de la Biblia en el siglo III a.C., respaldar la traducción griega originaria frente a una nueva revisión en el año 140 a.C., como intento de control oficial por parte del rey de textos y religiones en Egipto, o defender el judaísmo alejandrino y su traducción griega frente al de Palestina. Lo cierto es que tuvo una gran difusión, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, y como resultado proliferaron los elementos legendarios y la reinterpretación de los hechos (Filón de Alejandría, Justino, Ireneo, Clemente de Alejandría y Tertuliano).
Este escrito sitúa a Aristeas en Alejandría, en la época de Ptolomeo II Filadelfo (285–246 a.C.). Describe un encuentro entre el rey y su bibliotecario, Demetrio de Falero, quien tenía el encargo de reunir en la biblioteca real ejemplares de todos los escritos del mundo. El monarca expresa su deseo de tener una copia de la Ley judía en griego, y a continuación se dirige un escrito al sumo sacerdote judío a fin de que prepare lo necesario para la traducción. El rey pide que se designe como traductores a seis ancianos por tribu, en total 72, especificando los nombres de cada uno. A su llegada a Alejandría son agasajados por el rey, y recluidos en una isla, concluyen la traducción de la Biblia al griego en 72 días. El resultado es un texto perfecto. La simplificación del número “setenta y dos”, dio lugar al nombre de la versión en griego, hoi hebdomékonta, οἱ ἑβδομήκοντα, latín Septuaginta, y abreviado LXX, originalmente aplicado a la traducción de la “Ley” judía, es decir, al Pentateuco. Actualmente se admite el carácter legendario de la Carta de Aristeas, pero también que hay un trasfondo histórico. Señala una época y un lugar de la traducción del Pentateuco (con Ptolomeo II Filadelfo como rey y en Alejandría), datos que quedan confirmados por la lengua de la traducción y las coincidencias con escritos griegos de la época.
2. El Pentateuco griego. El Pentateuco griego no es una unidad en lo referente a técnicas de traducción y selección léxica. Las diferencias entre unos libros y otros llevan a pensar que hubo en su origen varios traductores y que trabajaron en momentos diferentes. Los estudios corroboran las informaciones al respecto que proporciona la Carta de Aristeas. El Pentateuco se tradujo en la primera mitad del siglo III a.C., en época de Ptolomeo II Filadelfo (285–246 a.C.). A finales de ese siglo, ya circula un texto griego del Génesis, y el historiador judeohelenístico Demetrio lo conoce. Se confirma también Egipto como lugar de la traducción, como indica el hecho de que en la LXX aparezcan términos especializados de la sociedad egipcia de la época atestiguados en papiros. Hay, además, otros argumentos a favor de esta localización. En la traducción de los nombres de animales impuros de Deuteronomio 14:17, propios del hábitat palestino y oriental, la versión griega opta por términos que designan animales del ámbito egipcio y africano: (14:5) yajmur, יַחְמוּר, “alimoche” o “calamón” / porphyríon, πορφυρίων, “polla de agua”, ave muy común en El Fayum; zamer, זָמֶר, “rebeco” / kamelopárdalis, καμηλοπάρδαλις, “jirafa”. De acuerdo también con la Carta de Aristeas, todos los datos parecen apuntar más excactamente a un medio urbano como lugar de traducción, casi con toda seguridad Alejandría. Así lo indica el hecho de que términos como ohel, אֹהֶל, “tienda”, propio de una sociedad nómada, se traduzcan sistemáticamente por oikía, οἰκία (“casa”), indicativo de un medio urbano.
3. La traducción de los restantes libros de la Biblia Hebrea. La traducción de la Biblia al griego fue un proceso que se prolongó algunos siglos más. Hay un hecho que la investigación actual da por seguro: el Pentateuco griego fue el modelo de traducciones posteriores para elecciones léxicas, metodologías de traducción y recursos de interpretación. Tras el Pentateuco, se tradujeron, quizá, los Profetas anteriores (Libros Históricos en la LXX) y los posteriores de la BH, en un proceso muy largo que se extendió probablemente hasta el siglo I/II d. C. En estos libros el panorama textual es mucho más complejo que en el Pentateuco. En algunos se ha localizado una recensión muy literal a la que se ha llamado kaí ge, καί γε, porque con este término se traducen sistemáticamente las palabras hebreas gam, גַּם y wegam, וִגַם (“también”, “y también”). Esta recensión se encuentra en algunos Libros Históricos, en Lamentaciones, en el Cantar y en Ruth. En otros se traduce sistemáticamente la partícula hebrea eth, אֵת por el griego syn, σύν (Eclesiastés). La diferencia entre el griego y el hebreo en libros como Ezequiel, Job y Proverbios ocasionó problemas a la comunidad judía helenística; la consecuencia fue que desde fecha muy temprana hubo intentos de corrección del texto griego para acercarlo al hebreo. Ejemplo de ello es la citada recensión kaí ge.
A las diferencias entre traducción y texto traducido se suman cuestiones que tienen que ver tanto con la crítica textual como con la crítica literaria: para algunos libros existen textos dobles y, en muchos casos, la transmisión textual de la traducción original se ha contaminado por influencia de las revisiones. En Samuel y Reyes la transmisión textual es muy compleja, por lo que ha concentrado el interés de la investigación sobre la LXX durante mucho tiempo, especialmente a raíz de los descubrimientos de Qumrán. Son muchas las peculiaridades del texto griego de estos libros frente al hebreo. En unas ocasiones, la LXX es más breve que el texto masorético (1 Sam. 17–18); en otras, hay grandes diferencias de contenido entre traducción y original (1 R. 2–14). Además, en las secciones kaí ge localizadas en estos libros (2 Sam. 11:2–1 R. 2:11 y 1 R. 22:2), la mayor parte de los testimonios griegos transmiten una versión revisada sobre el texto hebreo protomasorético. En Samuel, Reyes y Crónicas se ha detectado que la versión más antigua preservada es la que transmite la recensión antioquena; Flavio Josefo la conoció, y, además, fue la base de la traducción de la Vetus Latina y los autores del NT.
El orden de los libros difiere entre la LXX y la BH. En la LXX Rut aparece tras Jueces; en la BH, detrás de Proverbios. Los libros de Crónicas están situados detrás de Reyes, y a continuación vienen todos los libros históricos: 1 Esdras (apócrifo), 2 Esdras (= Esdras – Nehemías de BH), Ester, Judit, Tobit, 1–4 Macabeos. En la BH estos libros van al final, siendo los últimos los de Crónicas.
Teniendo en cuenta los datos que nos proporciona la tradición textual y los criterios externos, la traducción de los Libros Históricos se ha situado entre el 200 a.C. y el 200 d. C. Hacia 200 a.C. se tradujeron Jueces, 1-2 Sam. y 1-2 R.; hacia el año 132 a.C. se tradujo Josué. Entre el 50 a.C. y el 50 d. C. se hizo la revisión kaí ge de Samuel y Reyes. 1–2 Crónicas, que en la LXX se llaman Paralipómenos, se tradujeron antes del 150 a.C. y 1 Esd (ca. 150 a.C., o 2ª mitad del siglo II a.C.) se tradujo antes que 2 Esdras (ca. 145 a.C.); Judit y Tobit a finales del siglo II a.C.; y Ester en 114/113 a.C. o 78–77 a.C. (para más detalles, Harl, Dorival, Munnich 1998: 96–98).
Al igual que el Pentateuco, también se piensa que algunos de estos libros se tradujeron en Egipto: quizá en Alejandría, Josué, Jueces, 1–2 Samuel y 1–2 Reyes, 1–2 Paralipómenos y, quizá también, 1 Esdras; lo mismo ocurre con Proverbios, Job, Sabiduría, Eclesiástico, XII Profetas, Jeremías, Baruc, la Carta de Jeremías y Ezequiel. Palestina pudo ser el lugar de traducción de Rut, Ester, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Lamentaciones. Respecto a 2 Esdras, Judit, Tobit, Salmos, Salmos de Salomón y Daniel, no es seguro.
4. Textos exclusivos de la LXX. La conformación de una nueva Biblia en griego fue más allá de la traducción de los libros de la BH. Al grupo de libros traducidos del hebreo se sumaron otros escritos redactados originalmente en griego, como Sabiduría, Tobit, Judit, Baruc, la Carta de Jeremías y 1–2 Macabeos. Se incorporaron, además, suplementos griegos en libros como Ester y Daniel. En este grupo se incluye también el Eclesiástico, ausente del canon hebreo, en cuyo prólogo dice el autor que lo tradujo al griego en Egipto, en el año 132 a. C., y que el original había sido un libro compuesto en hebreo por su abuelo, en Jerusalén, hacia el 190 a.C. Respecto a Judit, la situación es muy compleja; no hay datos sobre el lugar y fecha de traducción. Posiblemente fue escrito después de la revuelta macabea, hacia finales del siglo II a.C. En Tobit la compleja transmisión textual es un escollo para determinar su datación y lugar de traducción, aunque se apunta a la 2ª mitad del s. II a.C. Como lugar de composición las propuestas son varias: Egipto, Mesopotamia o Palestina. Tradicionalmente se ha aceptado también que 1 Macabeos se tradujo al griego a partir de un texto hebreo perdido, quizá entre 135 a.C. y 63 a.C. Otros libros, en cambio, fueron redactados originalmente en griego. 2 Macabeos, es, según su autor, el resumen de un escrito en cinco libros de Jasón de Cirene, pero no hay acuerdo sobre la fecha de composición. Son varias las propuestas: para el escrito de Jasón de Cirene el año 160 a.C., y para el resumen (2 Macabeos) el año 124 a.C.; o bien para el primero el año 86 a.C. y para el segundo el 78/77 o 63 a.C. Respecto al lugar de la traducción tampoco hay acuerdo: Alejandría, Palestina o Antioquía. También 3 y 4 Macabeos son textos redactados originalmente en griego. La fecha de composición de 3 Macabeos se sitúa entre el 217 a.C. y el 70 d.C., no después del 100 a.C., en Alejandría. Respecto a 4 Macabeos, no hay datos sobre la fecha de composición, pero probablemente tuvo lugar antes del año 66, quizá en Antioquía.
5. Hipótesis sobre el origen de la LXX. En torno al origen de la LXX hay dos hipótesis fundamentales: la de P. de Lagarde y sus seguidores, y la del citado P. Kahle. Para Lagarde los textos conservados de la LXX vienen de tres recensiones (Orígenes, Hesiquio y Luciano); una vez localizadas y aisladas, se procede a la tarea de establecer un arquetipo, o texto original. Para Kahle, originalmente hubo una pluralidad de versiones griegas posteriormente unificadas. En su favor se aduce la pluralidad que presenta la tradición textual de la Biblia griega y la tradición indirecta (citas en el NT y en Jubileos), así como el testimonio de los textos dobles de algunos libros. Los descubrimientos de Qumrán han sido un apoyo fundamental de la hipótesis de Lagarde, y su planteamiento ha dado lugar a la edición crítica de la LXX que se realiza en la Septuaginta Unternehmenns de Gotinga (Alemania). Hay más teorías sobre los orígenes de la LXX: en Alejandría, en la época macabea, muy vinculada al poder real de Egipto, y hecha por su iniciativa; en Palestina, en competencia con el Samariticón o traducción del Pentateuco Samaritano; como respuesta a las necesidades litúrgicas; a partir de un texto hebreo transliterado al griego (teoría de la “transcripción” de F. X. Wutz) que los traductores habrían usado como base. En general, estas teorías tienen elementos interesantes, pero todas presentan puntos débiles y no dan una explicación global de la cuestión.
III. EL TEXTO
1. La LXX: primera traducción de la Biblia. La LXX fue la primera traducción que se hizo del texto bíblico; fue, por tanto, el primer intento de transposición a gran escala de un texto originalmente escrito en una lengua y para un contexto semítico, a una lengua indoeuropea, como el griego, y para un contexto cultural y socialmente diferente al original. Fue uno de los grandes logros del judaísmo helenístico, no solo por la magnitud de la empresa, sino también por su complejidad. Fueron muchas las dificultades a salvar, como la complejidad de interpretar y traducir un texto hebreo consonántico; la vocalización dependía de tradiciones de lectura y difiere mucho de la vocalización tiberiense que encontramos en el texto masorético, del siglo XI. A ello hay que añadir que aquellos traductores no disponían de instrumentos de trabajo como léxicos, diccionarios o gramáticas, y ello dificulta más el trabajo que realizaron.
La LXX no es en el sentido estricto una traducción, sino un conjunto de traducciones hechas en varias épocas y por varios autores; incluso en un mismo libro cabe la posibilidad de que haya trabajado más de un traductor. Los primeros escritos que se tradujeron fueron los del Pentateuco y en él se forjaron las equivalencias griego / hebreo que servirían de base, posteriormente, a los traductores de los restantes libros bíblicos. En este proceso, términos propios del griego pasaron a tener un nuevo uso para designar conceptos culturales y religiosos de origen semítico. Ha sido una cuestión debatida cómo etiquetar la traducción de la LXX, dado que en ella se dan cita varias metodologías posibles, desde la traducción literal hasta la paráfrasis. Las opiniones al respecto son variadas; hay, incluso, autores que consideran la LXX como una paráfrasis targúmica o como un comentario teológico. En general, y por ser la Biblia un texto de gran importancia religiosa, cuyo mensaje no podía ser tergiversado ni perderse ninguna parte de su contenido, la LXX es una traducción muy literal del hebreo.
2. La traducción. Las técnicas de traducción utilizadas en la LXX varían de libro a libro; incluso hay libros que no son uniformes. Se dan desde la traducción libre (ad sensum) a la traducción literal (ad litteram), pasando por los diferentes niveles intermedios. La traducción del Números es muy literal, lo que no quiere decir que sea servil, y una situación muy similar se da en el Deuteronomio, aunque de forma más equilibrada. Las del Génesis y el Éxodo son más libres; en un nivel intermedio se sitúa la traducción del Levítico, unas veces muy literal, otras muy libre. Fuera del Pentateuco la situación es mucho más variada y compleja. Isaías presenta una traducción muy libre con una gran influencia de la exégesis judía. El libro de Ezequiel muestra una traducción literal del hebreo, al igual que las de Lamentaciones, Cantar de los Cantares y Rut, en tanto que la de Daniel es muy libre. La traducción de Salmos es bastante correcta, y de gran calidad se consideran las de Proverbios y de Job, quizá hechas por un mismo autor. La del Eclesiastés está entre las más literales de la LXX, tanto que se ha puesto en conexión con el traductor judío Aquila. El texto de Judit es también muy semitizante, acorde con el griego bíblico. 1 Macabeos presenta también esta influencia semítica, aunque muy atenuada; aunque afloran de vez en cuando semitismos, el texto es muy griego y el traductor demuestra un excelente conocimiento de la lengua y de sus recursos estilísticos; su griego es muy variado, e incluso gusta de usos figurados de ciertos términos.
Hay una característica general a todos los libros traducidos del hebreo: la influencia semítica en todos los niveles de la lengua. Se percibe especialmente en la sintaxis y en el léxico. En el ámbito sintáctico destacan el uso abundante de la parataxis que de la hipotaxis, frente a la expresión normal del griego clásico; el empleo del pronombre reasuntivo en las oraciones de relativo; las concordancias ad sensum (es decir, un sujeto singular colectivo con verbo en plural); giros semitizantes con términos como kheír, χείρ, “mano” (hebr. yad, יָד) y prósopon, πρόσωπον, “cara” (hebr. panim, פָּנִים), que dan lugar a un amplio conjunto de expresiones con valores preposicionales a semejanza del hebreo. En el léxico abundan los calcos del hebreo y los desplazamientos de sentido por influencia semítica. Ello hace que el texto griego resulte en ocasiones oscuro y de difícil inteligibilidad; incluso es a veces agramatical, quizá incomprensible para un lector griego de la época que no conociese el hebreo.
Con todo, es un conjunto de traducciones meritorias, aunque no están exentas de errores como resultado de la negligencia de los traductores. Se encuentran omisiones de pasajes hebreos por homeoteleuton, abreviaciones inexplicables, inconsistencias en la gramática griega e incongruencias de contenido, muchas veces por influencia del original hebreo. El tratamiento de los nombres propios merece un comentario aparte, porque presenta una gran complejidad, si tenemos en cuenta que el traductor griego trabajó con un modelo hebreo consonántico; muchas de las vocalizaciones que conocía el traductor difieren considerablemente de la vocalización del texto masorético. Un fenómeno muy común es la interpretación de nombres comunes como propios, y viceversa, en muchos casos dependiendo de la tradición de vocalización del texto hebreo que haya seguido el traductor. Por ejemplo, en Números 34:7 y 8 las consonantes hr hhr, הר ההר se traducen al griego como to oros to oros, τὸ ὄρος τὸ ὄρος (lit. “la montaña la montaña”); sin duda, el traductor griego manejaba un texto hebreo consonántico, es decir, sin vocales, y leyó har hahar, הַר הָהָר, donde el texto masorético lee Hor hahar, הֹר הָהָר, “el monte Hor”.
El estudio de las técnicas de traducción es de gran importancia para la localización de recensiones y revisiones que tan importantes fueron para la historia del texto de la LXX. En Harl, Dorival, Munnich (1998, 224–266) se describen de forma exhaustiva las características de la traducción de la LXX y sus peculiaridades lingüísticas.
3. La obra literaria. Incluso en los libros traducidos del hebreo se aprecia una pretensión literaria, con un desapego intencionado del original. En ocasiones, la traducción se ha hecho con gran libertad y creatividad, y se percibe el gusto por formas estereotipadas, por el recurso a tropos y por esquemas rítmicos que son propios del griego. A veces, el griego presenta matices ausentes del hebreo; parece evidente que el traductor ha procedido muy cuidadosamente con la selección del material, que explica y aclara pasajes ambiguos en hebreo y que tiende a simplificar la exposición de los acontecimientos. Hay, además, modificaciones intencionadas del contenido, por ejemplo, para evitar antropomorfismos y antropopatismos presentes en el hebreo.
En el otro extremo, frente a los libros traducidos, se hallan los libros de la LXX escritos originalmente en griego, como 2–4 Macabeos. 2 Macabeos es un caso único en la Biblia griega, pues suele incluirse su estilo en el género de la historiografía retórica o patética. Es un ejemplo típico de escrito helenístico, por sus similitudes con autores como Polibio y por los ecos que se encuentran de autores como Platón, Eurípides y Esquines. No hay en este libro características propias del estilo bíblico griego; no hay parataxis, si no es por recurso estilístico. Al contrario, predomina la hipotaxis, con largos períodos encadenados mediante un uso intensivo de genitivos absolutos con valores muy variados. Se percibe en el estilo el gusto por la oratoria; abundan los paralelismos, la variatio, la paronomasia, la paráfrasis, los esquemas métricos y las figuras retóricas. Se detecta también la facilidad del autor para cambiar de registros imitando el estilo bíblico cuando conviene al texto.
4. LXX y el texto hebreo. La Biblia griega es un nuevo texto, con entidad literaria propia, como muestra su comparación con la Biblia hebrea. Entre sus peculiaridades, hemos mencionado ya el hecho de que su canon sea más amplio que el hebreo, o la incorporación de suplementos griegos ausentes en aquel, el orden de los libros, su organización y sus títulos. Más importantes son las diferencias que derivan del proceso mismo de la traducción; es cierto que para que salgan a la luz se requieren ediciones críticas adecuadas y estudios pormenorizados sobre el texto. Estos desajustes entre traducción y original fueron un factor de gran importancia en la historia posterior del texto y en su consideración como inspirado. Como ocurre en toda literatura de traducción, y mucho más tratándose de textos legales y religiosos, se observa un gran respeto hacia los originales, condicionado y limitado por las estructuras de cada una de las lenguas, en este caso muy diferentes: la de origen (hebreo) y la de destino (griego).
No faltaron ya en época muy temprana los intentos de acercamiento del texto griego al hebreo mediante correcciones y revisiones, que con el transcurso del tiempo interfirieron en la transmisión del texto de LXX más antiguo. Una muestra de ello fueron la recensión kaí ge y las traducciones judías de Aquila, Símaco y Teodoción, o el intento de Orígenes de enfrentar las diferentes versiones del texto en sus Hexaplas. Algunos ejemplos son los siguientes. En los libros de Samuel y Reyes encontramos secciones con el texto original de la LXX traducido sobre un texto hebreo no masorético (1 Sam.-2 Sam. 20:1 y 1 R. 2:12–21, 19), y secciones con una recensión muy literal, traducida de un texto hebreo próximo al masorético (1 Sam. 10:2–1 R. 2:11 y 1 R. 22:1–2 R.). El libro de Jeremías es una octava parte más corto que el texto hebreo masorético, con algunos cambios en el orden de los capítulos. El libro de Daniel se basa en un original hebreo muy diferente del masorético, y más corto. También parece ser muy diferente del masorético el original hebreo que sirvió de base a la traducción de Job, que, además, es una sexta parte más breve que aquel. Hay, además, otros casos, como el final del Éxodo, el Deuteronomio, los textos dobles de Josué, etc. (Dorival, Harl, Munnich 1988: 173–182).
5. LXX y los manuscritos de Qumrán. Las desviaciones de la LXX respecto al texto hebreo, se han constatado tradicionalmente desde el texto masorético; los descubrimientos de Qumrán han venido a demostrar que la tradición hebrea era mucho más rica y plural en la época en que se tradujo la LXX de lo que muestra el texto masorético, y que en ella se encuentra la explicación de muchas de estas traducciones generalmente consideradas como libres o parafrásticas. Los mss. de Qumrán proporcionan un testimonio textual de gran antigüedad para el conocimiento de la historia del texto bíblico. Antes de su descubrimiento, las fuentes manuscritas de LXX más antiguas eran el papiro Rylands 458, del siglo II a.C., y el papiro Fouad 266, del siglo I a.C., ambos con fragmentos del Deuteronomio. De gran importancia para la investigación fue el descubrimiento de un rollo de pergamino en la cueva de Nahal Hever, publicado por Barthélemy en 1963. Esta cueva siguió proporcionando nuevos textos muy importantes, que se han datado a finales del siglo I a.C. Contienen un texto griego de la Biblia revisado con la finalidad de aproximarlo al hebreo.
Otras implicaciones de los descubrimientos de Qumrán se refieren a la historia del texto hebreo, lo que indirectamente incide también en el conocimiento de la LXX. Contienen lecturas coincidentes con la LXX, pero diferentes del texto hebreo masorético, y en ocasiones, divergencias de carácter literario, como ocurre con fragmentos de Samuel y Jeremías, que muestran un texto muy próximo a la que pudo ser la Vorlage hebrea de la LXX. Estos testimonios son una prueba, además, del pluralismo textual que caracterizó la transmisión de la Biblia en la antigüedad. Estos descubrimientos sitúan a la LXX en el lugar central de los estudios de crítica textual de las Sagradas Escrituras.
6. Los textos dobles. Hay libros en la LXX para los que nos han llegado textos dobles. Se ha recurrido a menudo a ellos para apoyar o criticar hipótesis relativas a los orígenes y transmisión de la versión. Se encuentran en Daniel con la LXX original y la versión de Teodoción (θʼ) o del proto-Teodoción; en Tobit, con dos formas textuales del texto completo (GI y GII) y una parcial (GIII), relacionadas entre ellas; en Jueces, con los textos A y B, con estadios diferentes de revisión; en Habacuc 3, en la LXX y en el texto Barberini (Fernández Marcos considera este último una nueva traducción vinculada a la escuela del traductor Símaco); en Reyes, con textos duplicados en la sección γγ (3 Reyes 2:12–21, 43), resultado de una reordenación total del libro, que proceden de traducciones diferentes (LXX primitiva, próxima al hebreo no masorético, y otra versión, quizá más reciente, próxima al texto masorético). Hay otros casos, como la relación entre 1 Esdras-LXX y 2 Esdras-LXX, el doble texto de Ester en la edición de Hanhart (textos o’ y L), pasajes del Éxodo y el texto griego II de Sira (en manuscritos luciánicos y la Complutense).
IV. LA TRANSMISIÓN. La LXX nos ha llegado por medio de la tradición directa (manuscritos) e indirecta (citas en otras obras y en autores patrísticos).
1. Los manuscritos. Los testimonios más antiguos son papiros y fragmentos de Qumrán. Entre los papiros están: Rylands gr. 458, del siglo II a. C. (Dt. 23–28); Fouad Inv Nr 266, ca. 50 a. C. (Gn. 7 y 38, y Dt. 11 y 31–33, con el Tegragrámmaton en letras hebreas cuadradas); papiros Chester Beatty, del siglo II o comienzos del III (frags. de Números y Deuteronomio). Los fragmentos de Qumrán, algunos también papiráceos, son: pap7QLXXEx; 4QLXXLeva, de finales del siglo II a.C. (Lv. 26:2–6); pap4QLXXLevb (= 4Q120), del s. I a.C. o comienzos del s. I d.C. (fragmentos de varios pasajes de Lv. 2–6, con el Tetragrámmaton escrito en griego); 4QLXXNum (= 4Q121), del siglo I a.C. o comienzos del I d. C. (pasajes de Nm. 3 y 4); 4QLXXDeut (= 4Q122), del siglo II a.C. (Deuteronomio 11, 4 y fragmentos sin identificar); 7Q1 y 7Q2, ca. 50 a. C. (con fragmentos de Éxodo 28 el primero, y de la Carta de Jeremías 43–44 el segundo); 8HevXIIgr, o Rollo de los Doce Profetas Menores, datado entre el 50 a. C. y el 50 d. C., quizá finales del s. I a. C. (Fernández Marcos 1998: 198).
La mayor parte de la transmisión manuscrita de la LXX pertenece a la época cristiana y procede de medios cristianos; algunos papiros son de origen judío. Fernández Marcos (1998: 198–199) sitúa entre los años 70 y 135 d.C. el período de aclimatación del AT griego a la Iglesia cristiana, con tres fenómenos fundamentales para la historia posterior de la transmisión: la sustitución del rollo por el códice, fundamental para la historia textual de la Biblia (ss. II–IV/V), frente al judaísmo, que continúa usando el rollo: el uso de kyrios, κύριος para el Tetragrámmaton hebreo; y, finalmente, el uso de abreviaturas para los nomina sacra, como theós, θεός, kyrios, κύριος, huiós, υἱός, Khristós, Χριστός, etc. Además, el texto recibió influencia aticista de revisiones con dos tendencias contrarias: la sustitución de semitismos por una koiné literaria, y la corrección del griego para acercarlo al hebreo (papiros prehexaplares y recensión kaí ge). Esta Biblia se convierte en la oficial del cristianismo, como una unidad, pero también en núcleo de polémicas judeocristianas. Las Hexaplas de Orígenes reflejan esta diversidad textual de raíz cultural y religiosa; a la vez serán un elemento fundamental para la posterior transmisión del texto bíblico griego e introducirán una gran confusión.
La mayoría de los testimonios de la LXX son códices, que se dividen en dos grupos atendiendo al tipo de letra: unciales, los más antiguos, y minúsculos, más tardíos. La calidad del texto no está vinculada a la época del códice, sino a su lugar en la tradición textual. Algunos textos solo se han transmitido en mss. minúsculos, como la recensión luciánica (mss. b o c2 e2 = 19–108, 82, 93 y 127 respectivamente, según la numeración de A. Rahlfs). Se conservan unos treinta manuscritos unciales; de ellos, los más antiguos e importantes son: el Vaticano (B) y el Sinaítico (א), ambos del s. IV; el Alejandrino (A), el Ambrosiano (F) y el Sarraviano (Leiden) (G), del s. V; el Marcaliano (Bibl. Vaticana) (Q) y el “Génesis de Viena” (L), del siglo VI.
La transmisión de la LXX no atañe únicamente al texto; tiene que ver también con elementos que la diferencian de la BH, como el orden de los libros y los títulos. La LXX, como todas las obras de la antigüedad, se seguirá copiando hasta la implantación de la imprenta. Es, pues, un período muy largo y complejo, en el que surgen errores de lectura y paleográficos, intervenciones intencionadas o no de copistas, e interferencias con la transmisión de otras versiones y entre familias textuales.
2. La transmisión indirecta. Las citas bíblicas en obras de escritores antiguos son un testimonio de gran importancia para el conocimiento de la historia de la transmisión de los textos bíblicos. Fernández Marcos (1998:261) distingue dos bloques bien definidos: las citas prerrecensionales o prehexaplares, por una parte, y las de autores del siglo III en adelante. En el primer bloque encontramos citas bíblicas en inscripciones, en papiros, en historiadores judeohelenísticos, Filón, Flavio Josefo, obras pseudoepigráficas, en el NT, en Qumrán y en escritos gnósticos y Padres Apostólicos. En el segundo bloque las citas bíblicas aparecen en los escritos de los Padres de la Iglesia. Hay que sumar a estos testimonios las catenae o manuscritos catenáceos, de gran interés para el conocimiento de la historia del texto bíblico. Son florilegios que reúnen comentarios exegéticos procedentes de diferentes obras y autores, y contienen, por tanto, muchas citas bíblicas. Mientras que la tradición manuscrita permite fijar los textos y trazar su historia, la tradición indirecta nos aporta datos de gran importancia para establecer una cronología relativa de los textos y nos permite situarlos en el espacio. La utilización de estas citas en crítica textual tiene también sus limitaciones: pueden haberse hecho de memoria, haber sufrido la influencia del contexto en el que se insertan y pueden haberse desfigurado en el proceso de transmisión textual de las obras que las contienen. Por ello su uso en crítica textual exige un estudio previo.
3. La LXX en el NT. La LXX fue el AT de los autores del NT. Las citas bíblicas del AT en el NT, por tanto, están tomadas de ella. La influencia va más allá de la incorporación de citas y se extiende también a los usos lingüísticos y a la exégesis. Desde época muy temprana se transmitieron AT-LXX y NT griego como un corpus unitario, por lo que existe, pues, un vínculo textual y exegético entre ambas partes. Los libros bíblicos más citados en el NT son Salmos, Isaías, Éxodo y Deuteronomio, y las citas están tomadas principalmente de la LXX. El estudio de estas citas en relación con la LXX muestra que presentan una gran consistencia, aunque algunas difieren de esta. La explicación de estas divergencias podría radicar en el pluralismo textual que caracterizó a la transmisión de la LXX en la época en que se compuso el NT. Como en otros casos, también esta cuestión requiere un estudio particular libro por libro en el NT, pues cada uno presenta un problema específico. Hasta el momento se han realizado estudios relativos a las citas bíblicas del AT en los Evangelios de Mateo, Lucas y Juan, en la Epístola a los Hebreos y en las Epístolas Paulinas.

V. LAS TRADUCCIONES JUDÍAS. El uso de la LXX entre los cristianos provocó una reacción en el judaísmo que tuvo como consecuencia la reelaboración del texto griego para acercarlo al hebreo. También se ha pensado que fue una consecuencia del establecimiento del canon hebreo en el sínodo de Yamnia, aproximadamente en el año 100 d.C. Hoy se cree que, probablemente, traducciones como la de Aquila, pretenden crear una Biblia greco-rabínica diferente de la LXX cristiana (Fernández Marcos 1998: 120). Son tres los traductores judíos: Aquila, Símaco y Teodoción. Además, hay otras versiones sobre las que se sabe poco.
1. La traducción de Aquila. De esta, concluida en el año 140, solo se conocían algunos datos aislados hasta que en el s. XIX tuvo lugar el descubrimiento de algunos testimonios relacionados con las Hexaplas: manuscritos y escritos patrísticos (Eusebio de Cesarea, Filón) y la sirohexapla. El autor era, quizá, un prosélito conocedor de la exégesis judía que vivió en época de Adriano y fue discípulo de Rabí Aqiba. Ha sido identificado con Onqelos, autor de un targum arameo. Esta traducción fue bien acogida por los judíos y estuvo en circulación hasta la invasión árabe. Era muy literal y apegada al hebreo; cada término hebreo tiene su equivalente griego, con el máximo respeto a las sílabas y letras del hebreo; se respeta el orden de palabras y aparecen traducciones etimológicas de palabras hebreas y abundantes transcripciones.
2. La traducción de Símaco. Símaco vivió hacia el año 200, cuando acabó su traducción. De su vida y actividad hay pocas noticias, y las fuentes no son acordes (Epifanio, Eusebio, Jerónimo y Paladio). Dicen que fue un samaritano converso al judaísmo, un ebionita o un judío. Se le ha identificado con Sumkos ben Yosef, discípulo de Rabí Meir, de finales del siglo II d. C. Se sabía poco de esta traducción, hasta que a finales del siglo XIX se produjo el descubrimiento de fragmentos manuscritos y pergaminos. La traducción de Símaco es acorde con la lengua de la época y está dirigida a judíos helenizados. Es muy literal y próxima al hebreo, pero sus recursos son mucho más variados que los de Aquila y su método de traducción mucho más equilibrado. El léxico es variado, suaviza los antropomorfismos y evita referencias a otros dioses, introduce en su traducción referencias a la mitología griega y muestra puntos en común con la hermenéutica rabínica. San Jerónimo utilizó en su traducción de la Vulgata muchas lecturas de Símaco.
3. La revisión de Teodoción. Se le ha identificado con Jonatán ben Uziel, autor de un targum arameo, y posiblemente no hizo una nueva traducción, sino una revisión. A Teodoción se atribuye uno de los textos dobles de Daniel, el más aceptado y en uso, en lugar del de la LXX, desde la segunda mitad del siglo III d.C. El texto más estudiado de Teodoción ha sido el de Daniel, pero hay también material conservado de Job, Proverbios, Isaías, Jeremías y Ezequiel, y algunos otros textos. En su traducción encontramos transcripciones de palabras hebreas de significado dudoso. Su técnica de traducción se sitúa entre las de Aquila y Símaco, y se le ha considerado representante de la revisión kaí ge, que tenía como objetivo acercar el texto griego al hebreo. Unido a Teodoción hay un problema adicional: existen lecturas teodociónicas antes del Teodoción histórico, que se han atribuido al proto-Teodoción y se han puesto en relación con la revisión kaí ge. Este proto-Teodoción fue la fuente de las citas de Teodoción en el NT y en los Padres Apostólicos y la base de la revisión de Daniel (Dan-θ’). La investigación más reciente ha puesto en duda que muchos de los materiales que tradicionalmente se habían atribuido a Teodoción, sean realmente de él.
4. Otras versiones. Se conocen por materiales dispersos, de difícil identificación y de autor desconocido o dudoso: quinta, sexta, “el hebreo”, “el sirio”, el samariticón, Josefo, Ben Lacanah y Ben Tilgah. Las fuentes para su reconstrucción son las Hexaplas de Orígenes y las citas en autores antiguos, como Eusebio, Jerónimo y otros, escolios de Josefo, y fragmentos de manuscritos y catenas, aunque su testimonio plantea muchas dudas de identificación. Además, existen versiones griegas hechas en ámbitos judíos de época medieval y al neogriego. De estas versiones la principal y mejor conocida es la del Pentateuco, Rut, Proverbios, Cantar, Eclesiastés y Lamentaciones del Cod. Gr. VII de la Biblioteca Marciana de Venecia, del siglo XIV: se hizo a partir del hebreo con materiales de los tres traductores judíos y de la LXX.
VI. RECENSIONES CRISTIANAS. En paralelo al ámbito judío, también surgieron tendencias de corrección y de revisión del texto de la LXX en el mundo cristiano, con el fin de llegar a su fijación y unificación. Se conocen tres: las Hexaplas de Orígenes, la recensión de Luciano de Antioquía (con el problema del protoluciánico) y la recensión de Hesiquio.
1. Las Hexaplas de Orígenes. Orígenes (180–253/4) es conocido como teólogo y autor de las Hexaplas. “Hexapla” es un término griego (ta hexaplâ, τὰ ἑξαπλᾶ), que hace referencia a las “seis columnas” que componían el texto de Orígenes. Cuatro columnas (“Tetrapla”, ta tetraplâ, τὰ τετραπλᾶ) contenían, cada una, los textos de Aquila, Símaco, LXX y Teodoción; con las dos primeras columnas, que contenían el hebreo, formaban seis, y de ahí el nombre. Según Eusebio, las Hexaplas tenían seis traducciones griegas y dos columnas hebreas. Con este trabajo, Orígenes buscaba purgar la LXX de los errores, corrupciones y diversidad textual que presentaba en su época, y dotar a los cristianos de un instrumento adecuado para sus discusiones con los judíos. Para ello comparó los textos a su disposición (LXX, Aquila, Símaco y Teodoción), conservó las coincidencias y marcó los desacuerdos con símbolos usuales en la filología alejandrina: un óbelo para palabras o frases ausentes del hebreo, y un asterisco ante palabras o frases ausentes de la LXX pero presentes en otras ediciones griegas y el hebreo. La mayor parte de las Hexaplas se hizo entre 235 y 245, siendo el resultado la comparación de seis versiones en paralelo, una por columna: en la primera el texto hebreo, en la segunda la transliteración del hebreo al griego, en la tercera el texto de Aquila, en la cuarta el de Símaco; en la quinta el texto de LXX, y en la sexta el de Teodoción. La quinta columna (LXX) ha recibido el nombre de “recensión origeniana” o quinta y se difundió muy pronto por separado.
Las Hexaplas fueron un elemento fundamental para la historia posterior de la LXX y tuvieron grandes influencias en otras tradiciones bíblicas antiguas. Jerónimo las conoció en Cesarea y las utilizó en su traducción de la Vulgata. Pablo de Tella en 616 tradujo al siriaco el texto de la LXX corregida por Orígenes. Desde el año 638 no se sabe nada más de ella. A finales del siglo XIX se descubrieron otros testimonios hexaplares, que reavivaron la investigación sobre el tema. No hay acuerdo sobre cuál era el texto de algunas columnas, y no se sabe si la disposición era uniforme a lo largo de todas las Hexaplas. Hay especialmente algunos textos que plantean interrogantes: respecto a la quinta, si era la LXX corregida o sin corregir, con o sin signos, y respecto a la segunda columna (secunda), si la transliteración del hebreo en griego era un texto preparado ad hoc o ya circulaba entre los judíos.
2. La recensión de Luciano de Antioquía. Luciano (250–311/12) era representante de la escuela de Antioquía. Fue un buen biblista que conocía el siriaco, el griego y quizá también el hebreo. Hay pocos datos sobre su actividad, que se ha vinculado a la sigla λ en algunos mss., interpretada como lukianós, λουκιανός, “Luciano”, pero el material luciánico se ha localizado en la tradición manuscrita. En la Políglota Complutense, el texto de los libros históricos de LXX es luciánico, a partir del ms. 108 (Vat. Graec. 330). En estos libros, el texto de algunos mss. (19–82–93–108) coincide con las citas de los Padres Antioquenos y con citas de la Sirohexaplar, y este ha sido el criterio que ha permitido detectar esta recensión. Los resultados obtenidos en el estudio de los libros históricos no se pueden extender a otros libros de la Biblia sin un estudio previo individualizado, porque esta recensión no afectó por igual a todos los libros de la Biblia. En el estado actual de la investigación se distinguen tres niveles de detección de la recensión luciánica: muy clara en Samuel, Reyes y Crónicas, menos clara en Profetas, Macabeos, Judit, 1-2 Esdras, Sabiduría, Sirá, Job, y muy insegura en el Octateuco. El objetivo de esta recensión fue colmar lagunas de la LXX en relación con el hebreo, con materiales de otras procedencias (los tres traductores judíos, hexaplar, posthexaplar y otros, así como lecturas antiguas), aclarar el texto con interpolaciones, corregir la gramática, sustituir determinados términos por sinónimos y formas helenísticas por áticas, e introducir modificaciones literarias y teológicas.
Vinculada a Luciano está la cuestión del protoluciánico. Se han detectado lecturas luciánicas en la Vetus Latina (s. II. d.C.), en citas de autores tan antiguos como Tertuliano y Cipriano de Cartago. Esto supone que son anteriores al Luciano histórico. También fue luciánico el texto (Samuel – 1Macabeos) que sirvió como base a Flavio Josefo (s. I. d.C.). Similar coincidencia presentan algunos manuscritos de Qumrán (4QSama) en Samuel con los mss. luciánicos 19-108-82-93-127, frente al textus receptus hebreo. No hay acuerdo en la investigación actual sobre esta cuestión; para Fernández Marcos 1998 (238–239), el protoluciánico fue una revisión estilística de los judíos de Antioquía en el siglo I d. C.
3. La recensión de Hesiquio. Hay poca información sobre la recensión de Hesiquio. La fuente principal (Jerónimo) aporta un testimonio escaso y poco claro, que ha dado lugar a muchas interpretaciones modernas. Hay dudas sobre la identificación de Hesiquio, y por el momento solo hay hipótesis poco seguras. Mucho más problemática es la detección del texto de esta recensión, pero parece seguro que se puede vincular con Egipto o Alejandría, en el siglo III. Se ha intentado ver su influencia en versiones coptas, como la bohaírica, y se ha considerado el manuscrito Vaticano como principal representante de su recensión, aunque estas hipótesis han sido muy discutidas. Actualmente, se prefiere hablar de “grupo de manuscritos alejandrinos” que contienen una recensión determinada (Fernández Marcos 1998: 249).

VII. EDICIONES. La Editio Princeps de la LXX se publicó en la Biblia Políglota de Alcalá (1514–1517). Otras ediciones vinieron después: la Aldina (Venecia, 1519), la Sixtina (Roma, 1587) y la Políglota de Londres (1654–1657). Estas son diplomáticas, es decir, publican el texto de un ms. o de un grupo de mss., generalmente un uncial. La edición de R. Holmes y J. Parsons (Oxford, 1798–1827) publica el texto de la edición Sixtina, con un aparato de variantes que incluye lecturas tomadas de mss. y de otras ediciones; poco después, von Tischendorf publicaba en 1850 una nueva edición. A finales del siglo XIX, H. B. Swete publica una edición basada en el códice Vaticano, e incorpora en el aparato variantes de unciales.
Una edición que aún sigue siendo de referencia para muchos libros es la de A. Rahlfs (1935). Publica un texto ecléctico a partir de variantes de los unciales más importantes, consignándolas en el aparato a pie de página. Entre los años 1906 y 1940 se publicaron en Cambridge algunos volúmenes de un ambicioso proyecto editorial, emprendido por A. E. Brooke y N. McLean, junto a H. St. J. Thackeray. La base es el texto del códice Vaticano (B), e incluye en el aparato crítico variantes de otros manuscritos, de la transmisión indirecta y de otras versiones bíblicas. Han publicado los volúmenes correspondientes a: Pentateuco, Josué, Jueces, Rut, 1–2 Samuel, 1–2 Reyes, Ester, Judit, Tobit, 1–2 Crónicas, 1 Esdras y Esdras-Nehemías.
El proyecto más ambicioso de edición crítica es el que se lleva a cabo en Gotinga: Septuaginta, Vetus Testamentum Graecum auctoritate Societatis litterarum Gottingensis editum (Gotinga, 1931–). Edita un texto ideal reconstruido a partir del estudio detallado de las variantes de los manuscritos y de las citas patrísticas y de la clasificación de los manuscritos en familias. Por medio del análisis de estas variantes se reconstruye un estadio textual lo más antiguo posible. En esta edición se tiene muy en cuenta que cada libro presenta unos problemas específicos de transmisión textual y que, por tanto, requiere un estudio individualizado. Hasta el momento se han publicado los volúmenes correspondientes a: Pentateuco, Rut, 1-2 Esdras, Ester, Judit, Tobit, 1–3 Macabeos, Salmos y Odas, Job, Sabiduría, Eclesiástico, Doce Profetas, Isaías, Jeremías, Baruc, Lamentaciones y Carta de Jeremías, Ezequiel, Susana, Daniel, y Bel y el Dragón.
Hay, además, ediciones de libros o de grupos de libros bíblicos. El texto de Josué lo publicó en edición crítica M. L. Margolis, The Book of Joshua in Greek, fascs. I–IV, París 1931–1938; fasc. V, con prefacio de Emmanuel Tov, Filadelfia 1992. El texto de la recensión antioquena de los libros históricos fue objeto de edición crítica en el CSIC (Madrid) por N. Fernández Marcos, J. R. Busto Sáiz et alii, El texto antioqueno de la Biblia griega, I- III, Madrid 1989–1996. Los libros editados son 1–2 Samuel, 1–2 Reyes, 1–2 Crónicas. Se publica un texto ecléctico a partir de los mss. antioquenos (19-82-93-108-127), acompañado de un aparato de variantes y de otro de testimonios de apoyo (Qumrán, Josefo, Vetus Latina, y armenio).
VIII. TRADUCCIONES. Del interés que despierta en la actualidad la LXX como obra literaria es prueba el impulso que se ha dado a proyectos de traducción a las lenguas modernas en los últimos años. Comenzó en Francia, con M. Harl y su proyecto La Bible d’Alexandrie, cuyo primer volumen (Génesis) se publicó en 1986. Forman parte del equipo traductores como C. Dogniez, G. Dorival, O. Munnich. Se han publicado hasta ahora las traducciones correspondientes al Pentateuco, Josué, Jueces, 1 Reyes, Proverbios, Eclesiastés, Baruc-Lamentaciones, Carta de Jeremías y parte de los Doce Profetas. La traducción al inglés (2007) se ha llevado a cabo en un proyecto coordinado por A. Pietersma y B. Wright, pero sin considerar la LXX como obra literaria autónoma, sino siempre en relación con el hebreo. La traducción alemana se publicó en 2009 como resultado de un proyecto coordinado por W. Kraus y M. Karrer, con un planteamiento intermedio entre los de los proyectos francés e inglés citados. El Pentateuco se ha traducido al italiano en un proyecto dirigido por L. Mortari (1999), y a esta misma autora se debe la traducción italiana del Salterio (1983). Hay también una traducción al japonés, por Tsuyoshi Hata (Penteateuco, 2002–2003).
Al español existía una traducción del año 1928, por G. Jünemann, en Chile, que se publicó en el año 1992. Presenta algunas carencias: la fundamental es que no sabemos sobre qué texto griego se hizo, además de otras en materia textual. La que se puede considerar primera traducción de la LXX al español es la que se lleva a cabo en el CSIC bajo la coordinación de N. Fernández Marcos y M. V. Spottorno Díaz-Caro. El objetivo es reflejar en español las particularidades literarias y estilísticas de la Biblia griega, y a la vez proporcionar al lector una versión lo más fiel posible del contenido del original griego. Como base de esta edición están los textos de las mejores ediciones críticas existentes: para el Pentateuco y algunos libros Históricos, las edición de Gotinga; para Samuel, Reyes y Crónicas, el texto base es el de la recensión antioquena publicado por N. Fernández Marcos y J. R. Busto Sáiz, con el convencimiento de que este es el texto griego más antiguo conocido de estos libros. Para otros, aún no editados por la colección de Gotinga, se sigue la edición de A. Rahlfs. Hasta el momento se han publicado los volúmenes correspondientes al Pentateuco (2008) y a los Libros Históricos (2011).