PRESO

Heb. 615 assir, אַסִּיר = «confinado, preso»; gr. 1198 desmios, δέσμιος, prim. «atadura», designa a la persona atada: «cautivo, preso» (Mt. 27:15, 16; Mc. 15:6; Hch. 16:25, 27; 23:18; 25:14, 27; 28:16, 17; Ef. 3:1), «prisionero» (Ef. 4:1; 2 Ti. 1:8; Flm. 1; Heb. 10:34; 13:3).
1. Confinamiento y custodia.
2. Prisioneros de guerra.
I. CONFINAMIENTO Y CUSTODIA. La prisión o encarcelamiento no aparece en la legislación mosaica como castigo, aunque estaba en uso entre los egipcios (Gn. 39:20, 21; 40:1–4). A los infractores de la Ley se les ponía bajo custodia hasta que se emitiese el juicio (Lv. 24:12). Ya que la ejecución seguía inmediatamente a la sentencia, la pena de prisión no existía prácticamente. El gran número de nombres en heb. para cárcel o prisión lleva a la conclusión de que se trata de una evolución posterior, cuando la prisión se convierte, no solo en un trámite de detención y custodia hasta la ejecución de la sentencia, sino de un medio de castigo y corrección (2 Cro. 16:10; 1 R. 22:27; 2 R. 25:29; Jer. 37:15, 21; 52:31; Is. 24:22; 42:7; Mt. 4:12; Hch. 12:4).
Los presos solían ser cargados de cadenas y puestos en el > cepo (cf. Job 33:11; Jer. 40:4). Los > carceleros gozaban de total autonomía sobre los reclusos, y la tortura y el castigo físico se aplicaban a discrección. En caso de que un preso lograra escapar, el carcelero era sometido al mismo castigo (Hch. 12:19; 16:27). La prisión de Jerusalén (Hch. 5) estaba controlada por los sacerdotes, y es probable que estuviera adosada al palacio del sumo sacerdote o al Templo. Pablo estuvo encarcelado en Jerusalén en la Torre Antonia (Hch. 23:10); en Cesarea, en el Pretorio de Herodes (Hch. 23:35); es posible que su encarcelamiento final en Roma fuera en la cárcel Tuliana.
II. PRISIONEROS DE GUERRA. Heb. 7628 shebí, שְׁבִי = «capturado, preso, prisionero»; gr. 164 aikhmálotos, αἰχμάλωτος = «prisionero de guerra». Desde la antigüedad, y aún en nuestros días, a pesar de todas las convenciones y tratados internacionales, los prisioneros de guerra han sido objeto de crueles tratos. Los asirios les sacaban los ojos, lo mismo que los filisteos (Jue. 16:21) y los babilonios (2 R. 25:7). Los prisioneros de guerra eran sometidos muchas veces a duros trabajos forzados en estado de esclavitud (Jue. 16:21; Jos. 9:1–27; 2 Sam. 8:2). Muchos de ellos eran ejecutados (Nm. 31:7; Dt. 20:13ss.; 2 Sam. 8:2; Jer. 52:10), otros eran mutilados (Jue. 1:6). Las mujeres e hijos de los vencidos formaban parte del botín de los vencedores. Sin embargo, la Ley de Moisés regulaba el trato a las mujeres cautivas, para que no fueran tratadas arbitrariamente (Dt. 21:10–14).
Alejandro Magno fue muy severo con los habitantes de Tiro después de su valiente resistencia, dando muerte a ocho mil de ellos, dos mil por crucifixión, y vendiendo a treinta mil como esclavos. Los romanos hacían también terribles matanzas cuando tomaban ciudades que les habían hecho frente.
No tiene nada de extraño que los profetas contemplen el futuro mesiánico como un tiempo de libertad para los cautivos y presos. Jesucristo, haciéndose eco de este hondo sentir y de este fuerte anhelo de liberación, presenta su misión como la del que ha sido ungido por el Espíritu del Señor «para proclamar libertad a los cautivos» (Lc. 4:18; cf. Is. 61:1). Véase CÁRCEL, CAUTIVO, GUERRA, LIBERTAD, PROCLAMAR.