SIGNO

Heb. 226 oth, אוֹת = «signo, señal, marca»; Sept. y NT 4592 semeîon, σημεῖον = «signo, señal, marca, indicación»; Vulg. signum.
1. Signos, credibilidad y fe.
2. Señales del Mesías.
3. Signos en los Evangelios.
4. Los signos de Jesús.
I. SIGNOS, CREDIBILIDAD Y FE. En el AT los signos acompañan la palabra de Dios y garantizan su credibilidad. Así, p.ej., Moisés es capacitado para realizar ciertas señales milagrosas que acreditan que realmente el Señor le ha encargado la misión de liberar a su pueblo. Incluso se prevé que el pueblo pueda permanecer incrédulo ante ciertas señales, para lo que se necesitará una intensificación de prodigios (Ex. 4:1–9; 30–31). No se trata solamente de impresionar a un pueblo dubitativo: el mismo Gedeón puede pedir una señal para confirmar su propia misión, e incluso insiste en que la señal se repita para llegar a tener una seguridad total de que es Dios quien le envía a luchar con los madianitas, ante los cuales se siente incapaz de vencer por falta de recursos (Jue. 6:17–21, 36–40). Los signos que Gedeón pide y obtiene no hacen innecesaria la fe en que la victoria sobre los madianitas se conseguirá, no en virtud de las propias fuerzas, sino por la ayuda divina. Este acto de fe se ve reforzado por la reducción voluntaria del ejército a solamente trescientos hombres con los que Gedeón enfrenta a sus enemigos (Jue. 7:1–8). Y cuando obtiene el éxito y devuelve la libertad a su pueblo, renuncia a ser constituido rey. La razón es clara y coherente con la concepción que Israel tenía de sí mismo en sus orígenes: quien reina no es Gedeón ni sus descendientes; el verdadero rey es el Señor (Jue. 8:23).
II. LAS SEÑALES DEL MESÍAS. En la literatura apocalíptica aparece claramente la idea de unas señales que anuncian la llegada del tiempo del fin (4 Esdras 4:51–52; 6:11ss; 8:63). Del mismo modo, en los textos rabínicos aparece también la idea de que un profeta debe acreditarse con señales, e incluso hay consideraciones sobre las señales necesarias para la proclamación de un rabino (H. L. Strack y P. Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch, München, 1968, I, 127; I, 726–727; II, 489; IV, 313–314), señales que en su momento se pedirán a Jesús.
Los textos judíos de la época, especialmente los que aparecen en el Talmud y el Midrash, pueden dar una idea de cuáles eran algunas de las señales que se esperaban del Mesías en tiempos de Jesús. Los rabinos consideraban que el Mesías sería ungido por Elías (IV 797–798), y que aparecería desde el norte (I 160–161), mostrándose al pueblo desde el tejado del Templo (III 9). Otras imágenes presentaban al Mesías montado sobre un asno (IV 986), de acuerdo con la profecía de Zacarías. Pero en general las expectativas mesiánicas no eran nada modestas. En el cielo aparecería una luz que sería la señal del Mesías (I 956), y Dios procedería entonces a iluminar el mundo entero. El Mesías traería la buena noticia de Dios a Israel (III 8–10), restaurando la plenitud del ser humano perdida con Adán, y devolviendo a la naturaleza su fecundidad, esplendor y abundancia originarias (IV 887–891). Incluso se esperaba que el Mesías resucitara a los muertos (I 524). Obviamente, realizaría una labor de restauración social y política de su pueblo: juntaría a los dispersos de Israel (I 599; IV 882 y 907), alimentaría al pueblo con maná, tal como había hecho Moisés en el desierto (I 87; II 481, IV 890 y 954), y procedería a interpretar de manera autoritativa la Ley (IV 1–2, 796). De este modo, el inauguraría un reinado de paz (IV 882), convirtiéndose en el verdadero pastor de Israel. Para ello, trataría con benevolencia a su pueblo, al mismo tiempo que sería duro respecto a los gentiles, que quedarían sometidos a su yugo (III 144, 148, 641; IV 882).
En general, circulaba la idea de que los tiempos anteriores a la llegada del Mesías estarían caracterizados por signos catastróficos: rebeliones, guerras, peste, hambrunas. De este modo, el Mesías se presentaría en una situación desesperada, con el pueblo menguado y la impiedad generalizada (IV 981ss). Se trata, como es sabido, de temas especialmente importantes para la literatura apocalíptica (cf. 4 Esdras 4:51–5:13). Si se atiende a los textos de Qumrán, nos encontramos con dos figuras mesiánicas, una como rey de Israel y otra como sacerdote. Son el Mesías de Israel y el Mesías de Aarón. Por supuesto, de ellos se esperaba también la victoria militar, no solo sobre los gentiles, sino también sobre los impíos de Israel, y la restauración del verdadero culto (cf. Documento de Damasco, 12:23–13:1; 14:18–21; 19:9–11; 20:1). Es interesante la alusión de Qumrán a la celebración de un banquete mesiánico, en el que se mostraría la preeminencia del Mesías sacerdotal sobre el Mesías real, algo muy en consonancia con el carácter de la secta (Cf. 1Q 28a 2:11–21). Resulta especialmente interesante un texto de Qumrán en el que explícitamente se habla de los signos mesiánicos: «pues los cielos y la tierra escucharán a su Mesías, y todo lo que hay en ellos no se apartará de los preceptos santos. ¡Reforzaos, los que buscáis al Señor en su servicio! ¿Acaso no encontraréis en eso al Señor, vosotros, todos los que esperan en su corazón? Porque el Señor observará a los piadosos, y llamará por el nombre a los justos, y sobre los pobres posará su espíritu, y a los fieles los renovará con su fuerza. Pues honrará a los piadosos sobre el trono de la realeza eterna, liberando a los prisioneros, dando vista a los ciegos, enderezando a los torcidos. Por siempre me adheriré a los que esperan. En su misericordia el juzgará, y a nadie le será retrasado el fruto de la obra buena, y el Señor obrará acciones gloriosas como no han existido, como él lo ha dicho, pues curará a los malheridos, y a los muertos los hará vivir, anunciará buenas noticias a los humildes, y colmará a los indigentes, conducirá a los expulsados, y a los hambrientos los enriquecerá» (4Q521).
III. SIGNOS EN LOS EVANGELIOS. La expresión «signos» o «señales de los tiempos» (semeîa ton kairôn, σημεῖα τῶν καιρῶν, Mt. 16:3) aparece en el contexto de la petición que hacen a Jesús los fariseos y los saduceos para que les dé una señal del cielo. La respuesta de Jesús es brusca y clara: la generación presente es mala y adúltera, y no recibirá más señal que la señal de Jonás. Y quienes preguntan son hipócritas, porque saben distinguir el aspecto del cielo, pero no «las señales de los tiempos» (Mt. 16:1–12). Los tres evangelistas sinópticos, y hasta el mismo Juan (Jn. 6:30), conservan la idea de una petición hecha a Jesús reclamando una señal. Incluso en Mateo aparece dos veces la petición de la señal, y la negativa de Jesús a darla, diciendo que solamente se dará la señal de Jonás (Mt. 16:1–4 y 12:38–39). Posiblemente, el contexto judío del Evangelio de Mateo haya determinado un interés mayor en las señales (cf. 1 Cor. 1:22). En cualquier caso, estos materiales semejantes están organizados de manera muy diversa por los evangelistas. En Marcos conservamos la petición de una señal por parte de los fariseos y la negativa de Jesús a proporcionarla (Mc. 8:11–13). Lucas recoge la petición de la señal (Lc. 11:16) en el contexto del material referido a la acusación dirigida a Jesús de estar endemoniado, para después recoger la negativa de Jesús a dar una señal, y la alusión a Jonás (Lc. 11:29–32). Más adelante, en Lc. 12:54–56 aparece la mención de la hipocresía de quienes distinguen las señales atmosféricas y no son capaces de distinguir «este tiempo» (ton kairón tuton, τὸν καιρὸν τοῦτον). No se habla por tanto de «señales de los tiempos», sino solamente de «este tiempo». La cuestión de «las señales de los tiempos», o simplemente «de este tiempo», en referencia a los cambios meteorológicos, se encuentra solo en Mateo y en Lucas. Igualmente, la alusión a la señal de Jonás se encuentra solamente en estos dos evangelistas, y no en Marcos. Estaríamos aquí frente a un material, normalmente atribuido a la llamada «fuente Q», que sería común a Mateo y a Lucas, y distinto del conservado en el Evangelio de Marcos. En Marcos tendríamos un relato más corto, en el que Jesús simplemente dice que «no se dará señal a esta generación» sin ninguna alusión a los cambios meteorológicos ni a la señal de Jonás. Mateo y Lucas habrían enriquecido este texto con otros materiales, provenientes de la fuente Q, alusivos a la contradicción de quienes saben extraer lecciones de la atmósfera, pero no saben interpretar el momento presente. Del mismo modo, tanto Mateo como Lucas habrían tomado de la fuente Q la referencia a la señal del profeta Jonás. Es interesante observar que la señal de Jonás recibe dos explicaciones distintas, una de Mateo y otra de Lucas. Mateo, que la dejará sin explicar en 16:4, la explica en 12:40 como una alusión directa a la pasión de Jesús: así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches «en el corazón de la tierra». En cambio, Lucas interpreta la señal de Jonás de un modo más amplio: así como Jonás fue señal para los ninivitas, el Hijo del Hombre también será señal para su generación (Lc. 11:30). La interpretación habitual consiste en decir que el texto de Q tendría esta última versión, siendo la tradición posterior la que se habría encargado de aplicar el signo de Jonás más concretamente a la pasión.
Respecto a las señales atmosféricas, se observa también una diferencia entre Mateo y Lucas. En primer lugar, ambos aluden a diversos fenómenos meteorológicos. Mateo habla del orden del día al modo judío: primero el anochecer y después el amanecer. Y señala que en estos dos tiempos el cielo arrebolado señala cosas distintas. Por la noche, indica que vendrá buen tiempo. En cambio, por la mañana, el cielo rojizo y nublado indica la inminencia de la tormenta (Mt. 16:2–3). Lucas habla de otros fenómenos. Cuando hay nubes en el occidente, quiere decir que va a llover. En cambio, cuando sopla viento del sur se interpreta que va a hacer calor (Lc. 12:54–55). El contexto de la expresión posiblemente es palestino, con el mar Mediterráneo en el occidente, y con el cálido desierto en el sur. Es interesante observar que existe un pasaje paralelo en el Evangelio copto de Tomás, donde se conserva el dicho siguiente: «examináis el aspecto del cielo y de la tierra, pero no conocéis al que tenéis delante de vosotros, y no sabéis examinar este tiempo» (Ev. Tomás 91). Se podría pensar que la versión más breve es la más cercana al original, la cual habría sido posteriormente ampliada por los evangelistas.
Esta hipótesis estaría reforzada por el hecho de que todo el párrafo en el que aparecen los «signos de los tiempos», y que está contenido en Mt. 16:2–3, (desde «cuando anochece…» hasta «…las señales de los tiempos no podéis») no aparece en numerosos manuscritos antiguos de gran valor. De ahí que se haya pensado que estamos ante una adición que no estaría en la redacción original de Mateo. Algunos han sostenido, por ejemplo, que lo que tenemos en el Evangelio de Mateo en relación con el color rojizo del cielo no es más que una adaptación del material de Lucas a una situación climática distinta. Sin embargo, otros han señalado que las palabras relativas al cielo rojizo en la tarde y en la mañana no aparecen precisamente en copias de Mateo que fueron realizadas en países como Egipto, donde el cielo rojo por la mañana no anuncia la lluvia. Estaríamos entonces ante una reducción del texto original más amplio para adaptarlo al contexto. De ahí que los autores de la edición crítica del NT griego hayan optado por considerar el pasaje como auténtico, aunque con un grado de certeza relativamente bajo (B.M. Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament, Stuttgart, 1994). Evidentemente, el clima seco de Egipto también explicaría la ausencia del pasaje en el Evangelio de Tomás, por lo que no faltan autores que piensan que las referencias a los cielos rojizos por la tarde y la mañana no solo pertenecerían al original de Mateo, sino que sería también lo que aparecería en la fuente Q, siendo la alusión al occidente y al sur una variante de Lucas.
En cualquier caso, conviene llamar la atención sobre otra diferencia entre el texto de Mateo y el de Lucas (con el evangelio copto de Tomás). Y es que solamente Mateo menciona las «señales de los tiempos». Tanto Lucas como el evangelio de Tomás hablan simplemente de discernir «este tiempo». En este caso, todos los comentaristas parecen estar de acuerdo en que la versión más breve es la más antigua, que habría estado contenida en el documento Q. En este texto se hablaría solamente de discernir «este tiempo», y no «las señales de los tiempos». De hecho, hay en Mateo una tendencia a incluir las «señales» en lugares donde sus fuentes no las contienen. Es lo que sucede con la expresión «la señal del Hijo del Hombre» en Mt. 24:30, cuando su fuente simplemente dice «Hijo del Hombre», tal como aparece en Mc. 13:26 (y Lc. 21:27). De nuevo el contexto judío de Mateo parecería llevarle a insistir en el asunto de las señales. Otra diferencia se refiere al plural. Mateo habla de «tiempos», mientras que Lucas solamente menciona «este tiempo». Algo parecido sucede con el demostrativo «este» (tuton, τοῦτον) referido al «tiempo», y que en Mateo no aparece. No deja de ser interesante observar que en la versión arameo-siríaca del NT (la Peshitta) hay una mayor cercanía entre el texto de Lucas y el de Mateo, pues allí se habla ciertamente de «señales» (‘twt), pero de señales «de este tiempo» (zbnhn), y no de señales «de los tiempos». Las razones de este mayor parecido con Lucas del arameo pueden ser muchas, incluyendo la influencia del mismo texto lucano. Pero también pueden tener que ver con una mayor antigüedad de la expresión. Sea cual sea el valor que se le dé al texto siríaco de Mateo, no se entiende bien por qué el demostrativo («este tiempo»), que aparece claramente en Lucas y en el Evangelio copto de Tomás, ha quedado fuera en algunas reconstrucciones de la fuente Q.
Desde este punto de vista, parece haber razones fundadas para sospechar que en la versión más antigua de este dicho se aludía a la necesidad de discernir «este tiempo». Cuando del singular se pasa al plural, cuando se añade el énfasis de Mateo en los signos, y cuando se pierde el demostrativo, obtenemos «los signos de los tiempos». El cambio no es tan importante si tenemos en cuenta el contexto mismo de Mateo. Ahí, «los signos de los tiempos» están claramente referidos a los tiempos mismos del Mesías, que no son otra cosa para Mateo que el tiempo de Jesús. Los fariseos y los saduceos pueden captar lo que significan las señales meteorológicas, y sin embargo no aceptan los signos mesiánicos. Y justamente porque son incapaces de entender lo que sucede en su propio tiempo, es por lo que piden una señal del cielo (Mt. 16:1–3).
Es importante notar el significado de la palabra kairós, καιρός («tiempo»), ya sea en singular o en plural. No se trata del sentido castellano de «tiempo» como clima. La expresión griega tampoco se refiere simplemente a un período o fracción del tiempo (para esto se usaría más bien khronos, χρόνος), sino más bien al tiempo en el sentido de «coyuntura» o de «oportunidad». Jesús habla de un tiempo decisivo, que sus oyentes no saben aprovechar, y que es claramente cuando hipócritamente piden una señal. Si de alguna manera nos quisiéramos remontar al arameo, habría que considerar la expresión zbn que aparece en la Peshitta para hablar de «este tiempo». El significado es simplemente «tiempo», «estación» o «época», sin que haya en arameo la clara diferencia de dos grupos semánticos, como en griego. Sin embargo, la expresión de la Peshitta es enfática, a diferencia del más neutral zbn, con lo que claramente nos encontraríamos de nuevo ante modos de subrayar la importancia decisiva del tiempo del Mesías («este tiempo»), ante el cual los interlocutores de Jesús, o un grupo de ellos, parecen estar completamente ciegos. Pero ciegos de una manera interesada, pues de la misma manera que cualquier miembro de aquella cultura agraria podía interpretar los signos climáticos básicos, de la misma manera deberían poder entender que están ante un tiempo decisivo, sin necesidad de pedir más signos del cielo. Por eso son llamados por Jesús «hipócritas».
IV. LOS SIGNOS DE JESÚS. En el NT se admite con toda claridad que algunos signos, en concreto los mesiánicos, son perfectamente válidos, e incluso se exhorta a interpretar correctamente los signos del tiempo mesiánico. Y también se admite que algunas personas, como Juan el Bautista y sus enviados, puedan pedir, al menos indirectamente, que Jesús dé algún signo sobre cuál es su identidad y su misión.
Jesús parece rechazar aquellos signos que implican una imposición del Mesías a partir de una posición de poder y prestigio. Claramente se rechaza la imagen del Mesías como rey guerrero, y se opta por un Mesías humilde, que no monta a caballo, sino en un asno. Frente a las representaciones violentas del Mesías, se aceptan aquellas profecías que hablan de un Mesías pacífico. También se rechazan aquellos milagros que aparecen unidos a una exhibición de poder al que no se puede resistir. El Mesías parece esperar una aceptación libre de su persona. Por eso no se aceptan las señales celestes, pero sí otro tipo de signos mesiánicos. Jesús parece admitir todos aquellos que implican una transformación del pueblo de Israel no realizada desde el estado ni desde posiciones de poder, sino desde abajo. Una transformación donde el propio pueblo se implica, y donde se renuncia a toda imposición violenta. Es lo que sucede, por ejemplo, con la alimentación de las multitudes, con el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, o con los milagros hechos entre los humildes y marginados, como los leprosos o los ciegos. Transformar las piedras en pan para alimentar a las multitudes es claramente un milagro destinado a que el Mesías se imponga a sí mismo por la propia exhibición, desde arriba, de su poder. En cambio, invitar a las multitudes a compartir los pocos panes que tienen, esperando que Dios haga lo demás, es un comienzo desde abajo, que implica la fe de los participantes, y que no busca la exhibición personal del Mesías, sino la transformación desde la base del propio pueblo.
Por eso, el anuncio central de Jesús sobre el reinado de Dios no comienza desde arriba, sino desde abajo, mediante un compartir que, con el auxilio de Dios, alcanza para todos y aún sobreabunda. El reinado de Dios no comienza en un día lejano, cuando el grupo adecuado llegue por fin al poder estatal o mundial. Se inicia ya ahora, está ya presente en medio de aquél pueblo que libremente se organiza de acuerdo a los criterios del Mesías. No comienza destruyendo, aniquilando o anulando a los enemigos, sino amándolos. No se introduce mediante la conquista de poder político, económico o eclesiástico, sino mediante el servicio. Por eso, la generación contemporánea de Jesús no puede pedir cualquier signo. Tiene que conformarse con los que realmente significan lo que Jesús viene a traer, especialmente el signo de la vida entera de Jesús pidiendo a Israel la conversión para abandonar su modo ninivita, y en el fondo imperial, de pensar; el signo de las multitudes compartiendo un pan que repentinamente sobreabunda; el signo de las multitudes, no solo alimentadas, sino agrupadas y organizadas de nuevo en el desierto; el signo de las multitudes que no son alimentadas desde arriba, mediante el poder económico de los discípulos, o de quien sea, sino desde abajo, desde su propio compartir; el signo de las multitudes sentadas como personas libres sobre la hierba verde; el signo de un Mesías sentado sobre un pollino, sin ejércitos, ni arcos, ni espadas, ni carros, ni caballos; el signo de un Mesías crucificado y enterrado tres días en el corazón de la tierra; y el signo de un Mesías resucitado y convocando nuevamente a un pueblo libre. Estos son los signos del Mesías verdadero, los signos de Jesús, los signos de aquel tiempo decisivo que los hipócritas no quisieron o no supieron leer. Véase COMIDA, HIJO DEL HOMBRE, MESÍAS, MILAGRO, REINO DE DIOS.