Raquel

Heb. 7354 Rajel, רָחֵל = «oveja, cordero»; Sept. y NT Rhakhel, Ῥαχήλ; Josefo, Rhakhelas, Ῥαχήλας; Vulg. Rachel. Hija menor de > Labán, tío de Jacob.
1. Matrimonio con Jacob.
2. El robo de los teraphim.
3. El llanto de Raquel.
I. MATRIMONIO CON JACOB. Raquel era muy hermosa y Jacob la conoció en el pozo a donde ella iba a abrevar los rebaños, cerca de > Harán, en Mesopotamia. Jacob, fuerte y atrevido, fue capaz él solo de correr la piedra que tapaba el pozo, sin necesidad de otros pastores, sacando así el agua para beber y abrevar los animales. Raquel fue decidida, se dejó besar y contó todo a su padre (Gn 29:1–13). Jacob se enamoró de ella desde el primer momento; sin embargo, desprovisto de bienes, no podía pagar la > dote que todo pretendiente daba a los padres de una joven. Por esta razón, sirvió a Labán durante siete años para obtener a Raquel. Al final de aquel período, Labán engañó a Jacob, que a la mañana siguiente de la noche de bodas se encontró con que la mujer que tenía era la hermana mayor de Raquel, Lía. Así, el tramposo que había engañado a su padre con la ayuda de su madre Rebeca, era engañado a su vez por Labán, hermano de su madre.
Jacob sirvió siete años más para pagar el precio de Raquel, la única que él amaba. El matrimonio con dos hermanas fue prohibido por la Ley Mosaica (Lv. 18:18), pero es indudable que los patriarcas se rigieron por costumbres distintas. Se han encontrado contratos matrimoniales con dos hermanas que proceden del tiempo de los patriarcas. El matrimonio de Jacob fue prob. de los llamados erebu, palabra que deriva de una radical que significa «entrar», es decir, entrar en una familia donde hace falta un heredero.
Raquel resultó ser estéril, mientra que su hermana Lía dio sin dificultad cuatro hijos a Jacob; Raquel no pudo soportar los celos y propuso a su esposo engrendrar hijos mediante su esclava, como Abraham había engendrado a Ismael de Agar para Sara. Así nacieron a Jacob dos hijos de > Bilha, sierva de Raquel: Dan y Neftalí (Gn. 30:3). Entonces Lea dio a Jacob su esclava > Zilpá, de quien nacieron dos más: Gad y Aser (Gn 30:9–13). Las siervas eran madres vicarias y daban a luz para sus señoras, como en el caso de Agar y Sara, sin oponerse a ellas, ni reivindicar los hijos como propios.
Este es el caso más claro de > poligamia bíblica, pues Jacob se casa no solo con las dos hermanas, sino también con sus siervas. De esa forma, las cuatro mujeres (dos libres y dos esclavas) comparten la vida de un hombre, sin que ello resulte especialmente problemático, ni mucho menos escandaloso. Cada una de las mujeres libres tiene su propia tienda/casa donde recibe a su marido cuando viene a comer o a requerir sus favores. En este caso no hay una libre y otra esclava, como Sara y Agar, sino dos mujeres libres y hermanas, iguales ante el marido, con unas siervas que no rompen la armonía del conjunto. Sin duda, el amor del marido las distingue: Jacob prefería a Raquel, pero la causa básica su conflicto no es la lucha por el amor del hombre, sino por los hijos, pues ellos les dan un futuro, una dignidad, un estatuto de señora (gebirah).
Rubén, hijo de Lía, halló > mandrágoras en el campo y las trajo a su madre; se creía en la antigüedad que esa planta contribuía a la fertilidad femenina. Raquel se la pidió a su hermana, pero Lea exigió que Jacob durmiera con ella aquella noche; de esta manera fue engendrado Isacar. Cuando al final Yahvé se acordó de Raquel, esta pudo ser madre de José, quitando así su deshonra (Gn. 30:22–25), y de Benjamín, ya en la Tierra Prometida, muriendo en el parto (Gn. 35:16–20; 48:7). Jacob la sepultó en un lugar situado algo al norte de Efrata, más conocida bajo el nombre de Belén, a lo largo del camino de este último lugar a Bet-el. Jacob erigió sobre el sepulcro un monumento que permaneció durante mucho tiempo (Gn. 35:19–20), cerca de Selsa (1 Sam. 10:2).
II. EL ROBO DE LOS TERAPHIM. Raquel robó los dioses domésticos —teraphim— de Labán cuando partieron para Canaán, creyendo en su influencia protectora sobre sí misma y sobre su esposo. Los > teraphim, protectores de la casa paterna, estaban vinculados con el culto a los muertos y, quizá, con la adivinación sagrada. El hagiógrafo supone que Labán, igual que su familia emparentada con Abraham, era monoteísta, pero, a pesar de ello, Labán tenía en su casa o, quizá mejor, en el lugar sagrado —santuario— del centro de su posesiones unos teraphim, sus dioses protectores, garantes de la fecundidad de la tierra, de la prosperidad de la casa, y sobre todo, de la continuidad de la familia.
Jacob no sabe lo que ha hecho su esposa más querida. Por eso, cuando Labán viene en su persecución y le alcanza ya junto a Galaad (casi en la tierra de Canaán), pidiéndole sus dioses, Jacob puede responder: «Aquel a quien encuentres tus teraphim no quedará con vida» (Gn 31:32). Raquel los escondió rápidamente bajo la albarda de un camello y Labán no pudo encontrarlos (v. 35). Raquel engaña así a Labán haciéndole creer que tenía el período, por lo que este no podía exigir que su hija se levantara en tales condiciones, ni podía registrar la albarda, porque según la ley antigua, todo ello se encontraba en situación de impureza (cf. Lev 15:19–30). De esa forma, Raquel se llevó los teraphim de su padre, pero los puso en el lugar más impuro que un judío pudiera imaginar, manchados con la sangre de su regla. El texto supone de esa forma que los teraphim se vinculan con la impureza de las mujeres, como si fueran elementos de una religión propia de ellas, en contra de la buena religión de los varones.
Al salir para > Siquem y antes de partir para Betel, Jacob obligó a toda su gente a destruir los dioses extranjeros, que fueron enterrados bajo el terebinto cercano de Siquem (Gn. 31:19–34).
III. EL LLANTO DE RAQUEL. El profeta Jeremías muestra a Raquel llorando por sus hijos, los descendientes de José, Efraín y Manasés, representantes, por su importancia histórica, del reino cismático del Norte. El profeta refleja poéticamente el duelo de la madre Raquel por la suerte de sus hijos, que avanzan hacia el norte en tristes caravanas camino del destierro, deportados por los asirios (Jer. 31:15; cf. vv. 9, 18). Jeremías habla de > Ramá porque en el territorio de Benjamín, donde se hallaba Ramá, había una altura desde la que se podía contemplar el devastado territorio de Efraín. La predicción evocada por los lloros de Raquel se cumplió en la masacre de los inocentes de Belén, en Judá (Mt. 2:18). Desde la división de Israel en dos reinos, Judá, en cuyo territorio se hallaba Belén, y Benjamín habían estado estrechamente asociados. Raquel, contemplando la desolación de Efraín y llorando por sus hijos, muertos o deportados, atestigua que el juicio no se detendrá. Los extranjeros ocuparán el país y un edomita ocupará el trono, haciendo dar muerte a los hijos de Lía, a fin de suprimir al rey legítimo predestinado a salvar a Efraín, a Benjamín, a Judá y a todo Israel. La imagen de Raquel esperando el retomo de sus hijos a Dios y a su rey mesiánico (Jer. 30:9) se asocia con la de Lía implorando la venida del Hijo de David, que liberará a Judá y dará la paz a Israel (Jer. 23:6). Véase JACOB, RAMÁ, TERAPHIM.