Profecía, Profetas

Entendido como «la interpretación de la historia que halla el significado de la misma solo en términos del interés, el propósito y la participación divina» (IDB), puede decirse que el profetismo comienza con Moisés y que se refleja en la mayoría de los escritos bíblicos. Aunque hallamos en otros pueblos ciertos fenómenos emparentados, en ninguno se halla la profundidad e influencia del profetismo bíblico. La razón es evidente: todo el Antiguo Testamento mira hacia el porvenir. Basado en lo que Dios ha hecho y dicho en el pasado, proclama la espera del cumplimiento pleno de esas promesas. El «día de Jehová» anima no solo los libros proféticos sino también los históricos y los poéticos. El mismo Pentateuco, basado en el éxodo y el pacto del Sinaí, entrevé el tiempo en que Israel, libre de toda esclavitud, será la nación santa del Dios santo. El Nuevo Testamento, a su vez, ve en Jesucristo y su iglesia el cumplimiento de aquella promesa y por ello valora altamente la profecía del Antiguo Testamento; se extiende hacia la plena realización del Reino, la parusía del Señor, y afirma así una dimensión profética propia.

Terminología
El término hebreo, nabi, traducido «profeta», probablemente se deriva de una raíz que significa «anunciar» o «proclamar». El Antiguo Testamento lo aplica a una variedad de personas (Gn 20:7; Éx 7:1; 1 R 17–19; Mal 4:5).

Foto de Howard Vos
Esta inscripción en la ciudad de Tiro contiene los nombres de nueve generales griegos que acompañaron a Alejandro Magno cuando destruyó la ciudad aproximadamente en 333 a.C. Más de doscientos años antes, Ezequiel profetizó la destrucción de Tiro (Ez 26:1–5).

Orígenes
Es sumamente discutido el origen del profetismo en Israel y su posible relación con otros fenómenos semejantes. Varios pasajes hablan de «videntes» y 1 Samuel 9:9 sugiere que así se le llamaba originalmente al profeta. Además, había un profetismo «extático» (en trance o posesión) en las religiones cananeas (cf. 1 R 18:20–40), y es posible que hubiera alguna relación entre este fenómeno y algunas manifestaciones en Israel (1 S 19:18–24). Por otra parte, los grandes profetas (Isaías, Amós, Jeremías) tenían experiencias extáticas (extraordinarias tanto para su tiempo como para nosotros), en las que hallaban un acceso especial a la «palabra de Jehová» y esta llevaba en sí misma una singular señal de autenticidad divina. Indudablemente no se trataba de un trance de absorción, sino de una concentración próxima a la oración, en la que la «palabra» recibida era meditada y articulada por el profeta en un mensaje (Is 10:6ss).
También se ha discutido mucho la relación de los profetas con el culto. Aunque había «bandas» proféticas en los lugares de culto (como en los santuarios no jehovistas), los profetas del Antiguo Testamento no parecen pertenecer a ellas y en algunos casos evidentemente repudiaron esta dudosa institución (Jer 29:26–30). Entre estos profetas de santuario, ocupados de los detalles y pequeños problemas políticos, y el profeta bíblico, con su visión de la acción de Dios en la historia, había una enorme diferencia. Sin embargo, es erróneo pensar, basándonos en unos pocos pasajes tomados aisladamente (Am 5:21–24; Is 1:11, 12, 14–17), que los grandes profetas se oponían al culto del templo y al sacerdocio, o a toda religión institucionalizada. Se trataba, más bien, de la crítica a la corrupción del culto, ya fuera por la idolatría o por la injusticia: «No puedo aguantar iniquidad y día solemne» (Is 1:13, VM ofrece la traducción más correcta). Los profetas conocen el culto y a menudo citan su ritual, himnos y oraciones. Algunos (Jeremías, Ezequiel) vienen de un trasfondo sacerdotal y otros (Habacuc, Nahum, Joel) muy probablemente participaban en el culto.
En los libros proféticos de la Biblia tenemos la obra directa de los propios profetas (Is 30:8; Jer 29:1s, entre otros pasajes, muestran que los profetas escribían y no solo anunciaban verbalmente sus oráculos). También hay casos de un testimonio indirecto, como el de Baruc, secretario de Jeremías (Jer 36). Y finalmente, existían escuelas de discípulos de un profetas (por ejemplo, Is 8:16; cf. 50:4) los cuales compilaban sus mensajes.

Foto de Howard Vos
Un almendro completamente florecido en Palestina. El profeta Jeremías tuvo una visión de un almendro florecido, simbolizando el juicio venidero de Dios contra su pueblo en pecado (Jer 1:11–12).

Características E Historia
Aunque el mensaje de la profecía bíblica se halla principalmente en los libros conocidos como «proféticos», no debemos olvidar el profetismo anterior a Amós, ilustrado por figuras como Natán, Elías, Miqueas (1 R 22:8–38) y Eliseo, cuya función fue anunciar el juicio y la voluntad de Dios principalmente a los reyes. El nombre «profeta» se aplica también a Abraham (Gn 20:7), Aarón (Éx 7:1), María y Débora (Éx 15:20; Jue 4:4) y Moisés (Dt 18:18; 34:10). El profeta bíblico reúne algunas características que el NBD resume bien como «un llamado específico y personal de Dios» (Is 6; Jer 1:4–19; Ez 1–3; Os 1:2; Am 7:14, 15, etc.); la conciencia de la acción de Dios en la historia; la valiente confrontación de reyes, sacerdotes o pueblos con las demandas y el juicio divinos; el uso de medios simbólicos de expresión y el ejercicio de una función intercesora o sacerdotal ante Dios.
La función primordial del profeta es la proclamación de la «palabra de Dios» que ha recibido. El propósito es llamar al pueblo al arrepentimiento y la conversión a Jehová y a su pacto. Su mensaje se relaciona constantemente con sucesos y circunstancias presentes, de orden político, social o religioso. Pero como estas circunstancias son vistas como parte de la acción de Dios en la historia, el profeta no puede dejar de referirse al futuro para anunciar lo que Dios hará, para inducir a la acción y para certificar su mensaje. No hay duda alguna de que la predicación es parte esencial de la función profética, y muchos profetas manifiestan dones especiales de clarividencia y percepción del futuro. Pero, por otra parte, también existen falsos profetas, que apelan a los mismos dones y pretenden tener palabra de Dios. Pasajes como Deuteronomio 13; 18:9–22; Jeremías 23:9–40; Ez 12:21–14:11 sugieren algunos criterios de distinción. El problema es complejo y el Nuevo Testamento tampoco lo desconoce.

El Mensaje de Los Profetas
Ubicados en el horizonte de la decadencia de los reinos (a partir del siglo VIII a.C.), en medio de las amenazas políticas de los grandes imperios (Egipto, Asiria, Babilonia, Persia) y mientras acompañan a su pueblo en el cautiverio, los profetas anuncian, de diversas maneras pero con fundamental unidad, el propósito de Dios que se cumple en la convulsionada historia del Medio Oriente. IDB resume el mensaje profético con frases clave de los mismos profetas:
1. «Así dice el Señor». El profeta está consciente de que está al servicio de la palabra de Jehová, que no es un mero anuncio sino la expresión de la voluntad del Dios soberano en acción (Is 55:11; Am 3:8). El profeta no tiene control sobre esta palabra sino que está a su servicio (Jer 20:8b, 9; Am 3:8). Toda su vida, hasta sus gestos y acciones simbólicas, dependen de ella (Is 7 y 8; Os 1).
2. «De Egipto llamé a mi hijo». La misericordiosa y divina elección de Israel para un propósito determinado, y las obligaciones que esa elección impone, están siempre presentes en los profetas. Se expresan con las figuras de padre/hijo (Is 1:2; Os 11); propietario/viña (Is 5:1–7), pastor/rebaño (Is 40:11), alfarero/vasija (Is 29:16; Jer 18) y principalmente esposo/esposa (Is 50:1; 54:5; 62:4, 5; Jer 2:1–7; 3:11–22; Ez 16:23; Os 1–3). La ética social que admiramos en los profetas tiene su raíz en la justicia del pacto.
3. «Se alejaron de mí». La rebelión que denuncian los profetas no es solo de Israel, sino de todas las naciones (Is 10:5ss; Jer 46–51; Ez 25–32; Am 1 y 2). Dios tiene cuidado de todos los pueblos (Is 19:24; Am 9:7), pero Israel tiene un llamado y por tanto una responsabilidad y una culpa especial (Am 3:2). Su rebelión ha sido total muestra de infidelidad (Is 1:4, 5; 2:6–17; 59:1–15; Jer 2:4–13; 5:20–31; Ez 16), y se manifiesta en la corrupción religiosa, en la injusticia social y sobre todo en el vano orgullo y jactancia que conduce a la ruina.
4. «Regresarán a Egipto». Dios ejecutará su juicio, es decir, corregirá el mal castigando al culpable, vindicando al justo y estableciendo justicia. Los profetas de los siglos VIII–VI a.C. ven como juicio divino la catástrofe nacional que se avecina (Is 22:14; 30:12–14; Jer 5:3, 12, 14; Os 4:1; Am 3:1; Miq 6:1ss). No es un acto arbitrario de Jehová, pero Israel es conducido de nuevo al cautiverio (de allí la idea del regreso a Egipto) para restaurar la justa relación con Dios.
5. «¿Cómo te he de abandonar?» Para el profeta, aun el juicio inexorable es expresión de la compasión divina (Am 4:6–11). La misericordia (compasión, piedad, → Gracia) es, más que una calidad del pacto, la naturaleza misma de Dios (Is 54:7, 8, 10; Jer 3:12; 31:3; Os 11:8ss).
6. «Haré regresar sus cautivos». El juicio es instrumental y disciplinario (Is 1:25; Os 2:14–23; 5:15; Am 4:6–11). Más allá de su ejecución, Dios se propone mantener un → REMANENTE fiel que retoñará para cumplir el propósito divino (Is 7:1ss; Ez 27; Am 9.8bss). La segunda parte de Isaías lo anuncia como una segunda creación, un segundo éxodo (51:9–11). Jeremías discierne un nuevo pacto (Jer 31:31–34).
7. «Luz para los gentiles». La restauración no puede limitarse a la historia de Israel. Los profetas miran más allá a una consumación, un Día del Señor que abarcará en juicio y gracia a todos los pueblos (Zac 14:5–9). En esta expectación se inserta el anuncio del «Siervo del Señor», quien inaugurará un nuevo día para las naciones (Is 49:5, 6; 53:4, 5). Esta es la fe final y el mensaje de los profetas (Is 2:2–4; Miq 4:1–3).

La moderna villa de Anata está situada cerca del lugar de la antigua Anatot, hogar del profeta Jeremías (Jer 1:1; 11:21).

Profecías Y Profetas En El Nuevo Testamento
El mensaje de los profetas halla su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo (Hch 3:24); particularmente en los hechos de la pasión (Lc 24:25–27; Hch 3:18; 1 Co 15:3). La predicación a los judíos partía de esa correlación (Hch 18:28). El Evangelio de Mateo está construido sobre esa base (por ejemplo, 1:22s; 2:5s), pero, más que predicciones en detalle, se trata del propósito redentor de Dios anunciado en los profetas y cumplido en Jesucristo (Jn 6:14; 1 P 2:9s). La promesa del nuevo pacto y del siervo sufriente son los puntos culminantes de esa continuidad.
En el Nuevo Testamento se conoce y tiene en alta estima el don de profecía y la figura del profeta (1 Co 12:10; Ef 4:11; cf. Hch 11:27 y Ef 2:20). Su función parece haber sido anunciar alguna revelación particular recibida de Dios (Hch 19:6; 21:9; 1 Co 11:4s; etc.), edificar o consolar con ese conocimiento de la voluntad de Dios (1 Co 14:1, 3, 5) o predecir un acontecimiento futuro (Mt 11:13; 15:7; 1 P 1:10).
PROFECÍAS DEL MESÍAS EN ZACARÍAS
Pasaje
Profecía
Cumplimiento

2:10–13
El gobernante en el trono
Ap 5:13; 6:9; 21:24; 22:1–5

3:8
Un sacerdocio santo
Jn 2:19–21; Ef 2:20–21; 1 P 2:5

6:12–13
Un sumo sacerdote celestial
Heb 4:4; 8:1–2

9:9–10
El gobernante sobre un pollino
Mt 21:4–5; Jn 12:15

11:12–13
El precio de 30 monedas de plata
Mt 26:14–15

11:13
La plata usada para comprar el campo de un alfarero
Mt 27:9

12:10
Se traspasa el cuerpo del Mesías
Jn 19:34, 37

13:1, 6, 7
Herida del Pastor Salvador y la diseminación de las ovejas
Mt 26:31; Jn 16:32