Trabajo

Del latín vg. tripalium, especie de cepo o instrumento de tortura, compuesto por tres maderos.
Tanto en heb. como en gr. el vocabulario es amplio para referirse al trabajo, denotando siempre su aspecto duro, fatigoso, e incluso penal, ya que todo él se realizaba con el esfuerzo muscular humano en condiciones difíciles y entornos adversos, en los que a las inclemencias del tiempo se unía la dureza del terreno.
1. Vocabulario.
2. Trabajo en el pensamiento hebreo.
3. Concepto cristiano del trabajo.
I. VOCABULARIO. Entre los varios vocablos usados en cambos idiomas, los más importantes son:
1. Heb. 4639 maaseh, מַעֲשֶׂה = «ocupación, labor, faena». Es el término más generalizado para indicar «trabajo»; aparece 235 veces en todo el AT, la primera en Gn. 5:29 respecto a Noé, quien es saludado como el que «nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Yahvé maldijo».
2. Heb. 5656 abodah, עֲבֹדָה = «trajabo duro y fatigoso», designa en general toda clase de labor, incluso la cultual, en cuanto tarea ministerial; del vb. 5647 abad, עבד = «trajabar».
3. Heb. 5999 amal, עָמַל = «trabajo», en el sentido de esfuerzo agotador, penoso, molesto. Se usa 55 veces, mayormente en la literatura poética y profética tardía. Hace referencia el trabajo forzado, opresor (Dt. 26:7; Jue. 10:16). En Is. 53:1 se usa en relación con el Mesías.
4. Gr. 2873 kopos, κόπος = «fatiga, trabajo, molestia», primariamente denota el apaleamiento, y luego, el trabajo esforzado que desemboca en fatiga, penalidad, labor ardua, o angustia (1 Cor. 15:58; 2 Cor. 6:5; 10:15; 11:23, 27; 1 Tes. 1:3; 2:9; 3:5; Heb. 6:10; Ap. 2:2; 14:13); vb. 2872 kopiao, κοπιάω = «fatigarse con esfuerzo» (Mt. 11:28; Jn. 4:6; Ap. 2:3).
5. Gr. 2039 ergasía, ἐργασία, indica trabajo o negocio, y tambien una actividad ejecutoria. Vb. 2038 ergázomai, ἐργάζομαι = «trabajar, obrar, poner en práctica» (Mt. 21:28; Lc. 13:14; Jn. 5:16, 17; 1 Cor. 10:13).
II. TRABAJO EN EL PENSAMIENTO HEBREO. En la mitología antigua mesopotámica, el trabajo aparece como una maldición. En el principio, cuando aún no existían los humanos, los mismos dioses estaban obligados a realizar penosos y agotadores trabajos. Entonces, un dios, Marduk en la mitología babilónica, concibió la idea de crear a los hombres para que realizaran el trabajo de los dioses y así dispensar a estos de todo esfuerzo («Que sobre él [el humano] recaiga el trabajo de los dioses para el alivio de estos», Enuma Elish). La asamblea divina aplaudió encantada la ocurrencia de Marduk. Esta y otras mitologías reflejan las condiciones vigentes en las sociedades donde nacieron, divididas entre la aristocracia guerrera y sacerdotal y la masa de la población obligada a mantener con su trabajo todo el aparato del estado.
1. El trabajo en el Génesis. En el relato de la creación el hombre no aparece como un esclavo sometido al servicio de los dioses, sino como un ser libre dedicado al cultivo de su propio jardín, con el que obtener su alimento de un modo placentero (Gn. 2:8–17). Es como consecuencia de su desobediencia al mandato de Dios, que el hombre experimenta el trabajo como una maldición, como un castigo. El trabajo, que originalmente no habría sido doloroso, después del pecado será una lucha continua para ganar el pan de cada día «con el sudor de su frente». En vez del cultivo del huerto «delicioso a la vista» (2:9), tendrá que afanarse con una tierra seca y adusta, llena de «espinas y abrojos» (3:18). Es la dura pugna del hombre de la estepa, que tiene que luchar contra los elementos y las condiciones climatológicas más hostiles. El relato de la creación habla a gentes que viven en una geografía ingrata y difícil. Naturalmente, antes del pecado, la tierra producía espinas y abrojos, pues la naturaleza vegetal no cambió con el pecado del hombre, como tampoco cambiaron los instintos de fiereza de los animales carnívoros. Pero al desorden producido por el pecado en la humanidad, el autor asocia la naturaleza, que está como sometida al castigo. Después del pecado, el orden de la creación es turbado. Los profetas, al hablar de los tiempos mesiánicos, asociarán la transformación física de la naturaleza a la felicidad de los nuevos ciudadanos de Sión (cf. Is. 11:7s; 34:6s; Am. 9:13). Consecuentemente, el trabajo, lejos de ser una ocupación agradable para el mantenimiento de la vida, será una labor penosa en lucha con una naturaleza dura, hostil, que solo entrega sus frutos con mucha fatiga y esfuerzo agotador. Por ello, el trabajo, en lugar de fuente de placer y creación, es, para la gran masa de la humanidad, una enojosa actividad esclavizadora, angustiosa, y sin certeza de conseguir una adecuada compensación. A ello hay que sumar la carga del trabajo como instrumento de explotación y opresión (cf. Ex. 1:11–14; 2:23; Stg. 5:4).
2. El trabajo y el reposo. Para humanizar el trabajo, la Ley estipula períodos de descanso, con todo el ciclo de fiestas anuales, en las que, al igual que en los sábados, se debía dejar a un lado toda labor y dedicarse al descanso, oración, adoración, y fiesta, bien de gozo o de humillación (cf. Dt. 16:11, 14, etc.; Lv. 23:27–32). Estas disposiciones tenían tanto que ver con el nacional como con el extranjero, con los hombres como con los animales (Ex. 20:8–11; cf. Dt. 5:12–15). El reposo es tan consustancial a la vida como el trabajo. En el caso de los humanos, está tan regulado como cualquier otra actividad que afecte a la comunidad. El reposo es más que descanso del trabajo, es la separación de un tiempo personal propio, libre, tanto para dar tiempo a Dios en el culto, como a la familia y a uno mismo. El motivo de la liberación del pueblo hebreo del trabajo forzado en Egipto es que pueda «celebrar fiesta» a Yahvé (Ex. 5:1; cf. 7:16; 8:1, 8, 20, 27; 9:1). Esta petición, precisamente, llevó al faraón explotador a pensar que los esclavos hebreos eran holgazanes que pretendían abandonar sus puestos de trabajo para ofrecer sacrificios a Dios, levantándose así contra la autoridad real (Ex. 5:8). Los opresores egipcios entendieron la necesidad judía de reposar del trabajo para dar culto a Dios como una evidencia de ociosidad, de pereza (v. 17), y por eso recrudecieron las condiciones laborales de los hebreos, obligándoles a buscar la misma materia prima con las que confeccionar los ladrillos. En consecuencia, las familias fueron dispersadas y el pueblo tuvo que salir fuera «por toda la tierra de Egipto para recoger rastrojo en lugar de paja» (v. 12). Así, la reacción de los explotadores fue desconfiar de los oprimidos y aumentar la dureza de la explotación, con castigos incluidos, para buscar mayor rendimiento (v. 14).
En el pensamiento bíblico, el trabajo no es visto como un fin en sí mismo, sino como un medio para lograr el mantenimiento de la vida, que no consiste en pan únicamente (Dt. 8:3; cf. Mt. 4:4: Lc. 4:4), sino en todas aquellas otras actividades que, en conjunto, conforman la existencia humana, en su red de relaciones religiosas, familiares y culturales. El reposo no es mero descanso para poder trabajar más, sino para reafirmar la dignidad humana, pues el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es mucho más que el trabajo. El trabajo no determina esencialmente la existencia humana, sino su relación con Dios, el cual es garante de su libertad, al contrario de lo que ocurría en los mitos arcaicos, donde el destino del hombre era trabajar en provecho de los dioses, es decir, de sus autoproclamados representantes en la tierra. Estos solo reparaban en la productividad, en el rendimiento, a costa de la vida humana; el pensamiento bíblico rompe la lógica del beneficio económico y antepone la lógica de la liberación humana, con sus tiempos alternos de trabajo y reposo, fiesta y producción, sufrimiento y gozo. Los días de reposo y las fiestas solemnes contribuyen a no absolutizar el tiempo del trabajo.
3. Trabajo y esclavitud. El hombre no es un esclavo del trabajo, ni tampoco el trabajo es una actividad de esclavos, sino una ocupación de hombres libres. Mediante su trabajo, el hombre transforma la naturaleza en beneficio propio —es capaz de convertir un erial en un jardín—, pone orden en el caos de la maleza, canaliza las corrientes desordenadas de agua, improvisa mejores viviendas donde refugiarse de las inclemencias del tiempo. El trabajo de la tierra, el cultivo, es la primera actividad cultural de la humanidad.
Consecuencia de las guerras y la toma de prisioneros como esclavos para realizar las faenas más duras y penosas, es que en algunas culturas el trabajo manual se degrada, visto como una ocupación indigna de hombres libres, propia de esclavos, reducidos a la condición de infrahombres.
La aparición de la > monarquía, con su camarilla palaciega y su guardia personal, es un paso más en la degradación del trabajo manual como una ocupación servil, y la imposición del trabajo forzado en la masa del pueblo libre. Tal es la queja de los profetas: «Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras» (1 Sam. 8:22). También los poderosos se aprovechan con violencia del trabajo ajeno, no pagando el salario debido (Jer. 22:13–17). Para el pensamiento bíblico, especialmente en la literatura sapiencial, el trabajo no es solo una actividad digna de hombres libres, sino que además debe realizarse con diligencia, venciendo la pereza (cf. Prov. 6:6–11; 12:11–17; 24–27; 24:30–34). El trabajo «asegura el funcionamiento del mundo», dirá el Sirácida (Eclo. 38:34). Su alto concepto del trabajo le lleva a ofrecer una lista de oficios manuales: el campesino, el artesano, el carpintero, el ceramista: «Todos éstos confían en sus manos, y cada uno es maestro en su oficio. Sin ellos es imposible edificar una ciudad, ni vivir o andar por ella» (Eclo. 38:31–32). El trabajor manual no es inferior al que se aplica «a meditar la ley del Altísimo» (Eclo. 39:1). Uno y otro tienen que reconocer el trabajo que cada cual realiza y ambos progresar en conocimiento y cultura, en cuanto bienes que ayudan a la persona a liberarla de las esclavitudes de la vida
III. CONCEPTO CRISTIANO DEL TRABAJO. En el NT no se encuentra una exposición explícita del tema del trabajo; se trata de pasada y sin especial relieve, centrado como está en la proclamación del Reino de Dios y las Buenas Nuevas de Jesucristo. Con todo, la enseñanza sobre el Reino o la salvación se expresa mediante imágenes tomadas del mundo del trabajo, como es natural en la tradición judía, frente al menosprecio del trabajo manual del ambiente cultural grecorromano.
1. Jesús y el trabajo. Antes de su vida pública, es de suponer que Jesús estuvo dedicado al trabajo artesanal de su padre potestativo, José (Mc. 6:3; Mt. 13:55). Una vez que puso la mano en el arado del anuncio del Reino de Dios, se dedicó por entero a esta tarea, confiando su sustento a la providencia divina: «No os inquietéis diciendo: ¿qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿cómo vestiremos? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt. 6:31–32).
Ante la próxima llegada del Reino, el trabajo no queda suspendido, pero pasa a un segundo término. También sus discípulos desempeñan un oficio, pero son llamados a dar un nuevo sentido a su trabajo, a favor de esa nueva realidad del Reino: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mt. 4:19; Mc. 1:17).
La existencia, que en el judaísmo siempre estuvo orientada hacia Dios, en Jesús cobra una importancia especial: «Trabajad no por el alimento que pasa, sino por el que dura para la vida eterna: el que os da el Hijo del hombre» (Jn. 6:27). El sentido de la vida no viene dado por el trabajo, sino por la relación con Dios. Precisamente > María es alabada porque ha escogido la parte mejor, que consiste en la palabra de Dios que sale de la boca de Jesús (Lc. 10:38–42).
2. Pablo y el trabajo. También el Apóstol de los Gentiles es un artesano que vive de su trabajo manual, pero que ha hecho del anuncio del Evangelio la profesión de su vida. No menosprecia el trabajo, al contrario, es un medio para servir a los demás: «Queremos exhortaros, hermanos, a que progreséis todavía más y a que con todo empeño os afanéis en vivir pacíficamente, ocupándoos en vuestros quehaceres y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos recomendado. Así llevaréis una vida honrada a los ojos de los de fuera y no tendréis necesidad de nadie» (1 Tes. 4:10–12). La comunidad cristiana no puede abandonar sus deberes laborales en nombre de algún tipo de fraternidad que suponga una carga para los demás. «Quien no quiera trabajar, tampoco coma» (2 Tes. 3:10). El trabajo sosegado evita andar desordenadamente, entremetiéndose en lo ajeno (v. 11). El Apóstol exhorta a trabajar para poder socorrer a los que se encuentran en necesidad (Ef. 4:28); el trabajo, realizado sin ansiedad (1 Pd. 5:7) ni avaricia (Heb. 13:5), es una manera de vivir el mandamiento del amor al prójimo. Pensando en los esclavos, tan abundantes en la sociedad grecorromana, y ante la perspectiva de un acercamiento al cristianismo, el Apóstol les tranquiliza, afirmando que también el esclavo es llamado a la salvación, y que su condición de tal, menospreciada por la cultura ambiental, no era obstáculo alguno para llevar una vida acorde a los principios cristianos. Su trabajo, aunque forzado por los amos, no le envilece, sino al contrario, es motivo de desarrollar su vocación (gr. klesis) o llamamiento cristiano: «¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios» (1 Cor. 7:21–24). El trabajo es así asumido como parte de la vocación cristiana, rompiendo con los prejuicios de la cultura grecorromana, que sentía un verdadero desprecio por la actividad manual. Véase AGRICULTURA, ARTESANO, ESCLAVITUD, MISIÓN, VOCACIÓN.