Verdad

1. Etimología y uso.
2. La verdad de Dios.
3. La verdad cristiana.
4. La verdad y Jesús.
5. Verdad y vida.
6. Verdad y liberación.
I. ETIMOLOGÍA Y USO. Heb. 571 émeth, אֶמֶת = «firmeza, estabilidad, fiabilidad, fidelidad», de la raíz verbal 539 amán, אמן, asirio, amanu, de donde se deriva la palabra > amén. Significa mantener algo firmemente, levantar o confirmar. En su forma activa simple significa «criar» o «nutrir», como un padre a un hijo; en la pasiva, «ser firme» o «establecido», y de ahí «fiel» (Prov. 11:13); y en la forma Hiphil o causativa, «tomar como establecido», y de ahí «considerar cierto, darse cuenta» o «creer, confiar, fiarse» (cf. Dt. 28:66; Jue. 11:20; Job 4:18; 15:15, 31; Miq. 7:5). Amán aparece por primera vez en Gn. 15:6 en relación con Abraham: «Creyó a Yahvé, y le fue contado por justicia».
El sinónimo principal de émeth es 530 emunah, אֶמוּנָה, «fidelidad». Se encuentra en Hab. 2:4: «El justo por su fe vivirá», palabras que deberían ser leídas en relación con el texto precedente: «Haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis» (1:5).
La LXX adopta casi siempre la palabra gr. 4100 pisteúo, πιστεύω, «creer», como traducción de la forma causativa de amán, en ocasiones traduce el adjetivo por el correspondiente gr. 4103 pistós, πιστός, «fiel»; a veces 228 alethinós, ἀλεθινός, «real» o «verdadero». El sustantivo es traducido generalmente 4102 pistis, πίστις, «fe», pero en ocasiones 225 alétheia, ἀλήθεια, «verdad», que indica las nociones de desvelamiento o descubrimiento.
De todo esto se desprende, que para los antiguos la verdad es la cualidad de lo que es estable, probado, en lo que uno se puede apoyar. Una paz de verdad (Jer. 14:13) es una paz sólida, duradera; un camino de verdad (Gn. 24:48) es un camino que conduce con seguridad a la meta; «en verdad» significa «en forma estable» o «para siempre». Aplicada a Dios o a los hombres, la palabra verdad deberá con frecuencia traducirse por > fidelidad, pues la fidelidad de una persona es la que nos induce a fiarnos de ella.
II. LA VERDAD DE DIOS. La émeth de Dios está ligada a su intervención en la historia en favor de su pueblo. Significa la actitud de Dios por la que él hace perdurar su bondad. Yahvé es el Dios de la «fidelidad» (Dt. 7:9; 32:4; Sal. 31:6; Is. 49:7). A menudo émeth va asociado a jésed, «misericordia» (p.ej. Sal. 89; 138:2), para indicar la actitud fundamental de Dios en la alianza, una alianza de gracia, a la que él no ha faltado nunca (Ex. 34:6ss.; cf. Gn. 24:27; 2 Sam. 2:6; 15:20). En otras partes la fidelidad va unida a los atributos de justicia (Os. 2:21ss.; Neh. 9:33; Zac. 8:8) o de santidad (Sal. 71:22), y asume un significado más general, sin referencia a la alianza.
La émeth caracteriza también a la palabra de Dios y a su ley (2 Sam. 7:28; Sal. 119:160). Los Salmos celebran la verdad de la ley divina (Sal. 19:7; 111:7ss.; 119:86, 138, 142, 151, 160); según el texto citado en último lugar, la verdad es lo que hay de esencial, de fundamental en la palabra de Dios, su justicia, la cual es irrevocable, permanece para siempre (Sal. 19:9; 111:3; 112:3, 9; Is. 40:8; cf. 2 Cor. 9:9; 1 Pd. 1:25).
Para el judío piadoso, la verdad es igualmente una actitud fundamental de fidelidad para con Dios (Jos. 24:14; 2 R. 20:3; 2 Cro. 31:20; Is. 38:2), la falta de la cual atrae el juicio de Dios (cf. Os. 4:1). El hombre «de verdad» (Ex. 18:21; Neh. 7:2) es el hombre de confianza, fiel a la alianza y a la Ley divina. Las expresiones «hacer la verdad» (2 Cro. 31:21; Ez. 18:9) y «caminar en la verdad» (1 R. 2:4; 3:6; 2 R. 20:3; Is. 38:3; Sal. 26:3; 86:11) quieren decir ser fieles observantes de la Ley de Dios y su justicia. Este sentido de la verdad está presente en algunos textos del NT (Jn. 3:21; 1 Jn. 1:6; 2 Jn. 4; 3 Jn. 3), aunque en él se observa una clara evolución semántica, presente en el judaísmo tardío.
III. LA VERDAD CRISTIANA. Después del destierro, especialmente en la literatura apocalíptica y la sapiencial, «verdad» va tomando progresivamente un sentido nuevo, que prepara el NT, designa la revelación del designio de Dios y se convierte en sinónimo de > sabiduría, saber de salvación, según el cual tienen que vivir los hombres: «Hazte con la verdad y no la vendas; con la sabiduría, la instrucción y la inteligencia» (Prov. 23:23; cf. 8:7; 22:21; Ecl. 12:10). En las visiones de Daniel sobre el mundo celestial, «el libro de la verdad» (10:21) es el libro divino en el que está escrito el proyecto divino para el tiempo de la salvación.
El sustantivo «verdad» aparece varias veces yuxtapuesto a «misterio» y se utiliza con los verbos afines «desvelar», «manifestar», y «revelar». Así, p.ej. en Tob. 12:11: «Os voy a decir toda la verdad, y no os ocultaré nada… Es bueno guardar el secreto del rey y hay que celebrar y publicar las obras de Dios». En Qumrán, «la inteligencia de la verdad de Dios» es el conocimiento del misterio (1QH 7, 26s), que se obtiene mediante la interpretación verdadera de la Ley, repleta de «maravillosos misterios» (1QH 11, 9–10). Los miembros de la secta son los «hijos de la verdad», los que siguen «los caminos de la verdad».
La concepción de la verdad como revelación del misterio se encuentra especialmente en la literatura apocalíptica y sapiencial. El libro de la Sabiduría anuncia que, en tiempos del juicio escatológico, los justos «entenderán la verdad» (Sab. 3:9); no en el sentido semítico de que deberán experimentar la fidelidad de Dios a sus promesas, ni tampoco en el sentido griego de que verán el ser de Dios, que es verdad, sino en el sentido apocalíptico: comprenderán el designio providencial de Dios sobre los hombres.
A partir de este trasfondo sapiencial, apocalíptico y escatológico, se va formando progresivamente la noción cristiana de verdad, que consiste básicamente en la verdad aportada por Jesucristo, camino, verdad y vida (Jn. 14:6), es decir, la verdad en clave cristológica. La verdad es lo «revelado» por Dios en Cristo. Los primeros discípulos lo saben por experiencia inmediata (1 Jn. 1:1–5); los que vienen después, por medio de la palabra de ellos (Jn. 17:20), y, en casos extraordinarios, por revelación directa, como Pablo en su experiencia del camino de Damasco, cuando se le reveló el Hijo de Dios (cf. Gal. 1:16; 2 Cor. 4:4, 6). Desde entonces, Pablo denuncia la ilusión de los judíos, que un día fue suya, de creer que tienen «en la ley la completa expresión del conocimiento y de la verdad» (Ro. 2:20). La Ley Mosaica no es toda la revelación de la voluntad de Dios. Para el Apóstol, «la verdad de la ley» ha dado paso a la «verdad del evangelio» (Gal. 2:5, 14). La proclamación del Evangelio de salvación es la «palabra de la verdad» (Ef. 1:13; cf. Col. 1:5; 2 Cor. 6:7; 2 Ti. 2:15). Los cristianos que «han aprendido de Cristo» (Ef. 4:20), saben ahora que «la verdad está en Jesús» (Ef. 4:21; cf. 1 Jn. 5:20); destinada a todo el mundo, pues «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (2 Ti. 2:4–6). «La verdad de Dios», como en el AT, designa la fidelidad de Dios a sus promesas (Ro. 3:3, 7; 15:8; 2 Cor. 1:18ss.), pero que ahora tienen su «sí» en Cristo (2 Cor. 1:20).
En los escritos pastorales, la verdad se identifica con el contenido de la enseñanza apostólica, que es la doctrina autoritativa (1 Ti. 6:5; 2 Ti. 2:18; 3:8; 4:4; Tit. 1:1, 14), transmitida por «la iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad» (1 Ti. 3:15). Es la buena doctrina (1 Ti. 1:10; 4:6; 2 Ti. 4:3; Tit. 1:9; 2:1), opuesta a las fábulas (1 Ti. 1:4; 4:7; 2 Ti. 4:4; Tit. 1:14) de los maestros de la mentira que han vuelto la espalda a la verdad (Tit. 1:14; 1. Ti. 4:2; 6:5; 2 Ti. 2:18; 4:4); incluso se alzan contra ella (2 Ti. 3:8).
La conversión es el paso imprescindible para llegar al conocimiento de la verdad (2 Ti. 2:25). La fe es el medio de recepción de la verdad del Evangelio (2 Tes. 2:13; Tit. 1:1; 2 Tes. 2:12; Gal. 5:7; Ro. 2:8); fe que al mismo tiempo exige «el amor de la verdad» (2 Tes. 2:10).
IV. LA VERDAD Y JESÚS. Según las palabras propias de Jesús, registradas en el Evangelio de Juan, su vida y misión consisten en un testimonio de la verdad: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn. 18:37). Pero no se trata de una doctrina o mensaje nuevo, sino de una «verdad encarnada» en la misma persona de Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn. 14:6). La verdad cristiana se halla, por tanto, inseparablemente unida a la persona de Jesús, a lo que él es y significa, a su vida, doctrina, conducta y destino final, incluida la resurrección y ascensión al cielo. Es en los escritos de Juan donde la noción de verdad ocupa un puesto destacado. Desde el principio se nos dice que aquel que era uno con Dios, el Logos eterno, ha venido al mundo para traer la verdad plena y para dar testimonio de ella (Jn. 1:14). Cristo da testimonio de la palabra que ha escuchado del Padre (Jn. 8:26, 40; cf 5:33), palabra que «es verdad» (Jn. 17:17). Por tanto, la verdad es al mismo tiempo la palabra del Padre y la palabra que el mismo Cristo nos dirige y que debe llevarnos a creer en él (8:31–45).
De modo semejante al apóstol Pablo, Juan también remarca la diferencia entre la «verdad revelada» por Jesús y la dispensación del AT: «La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» (1:17). La gran novedad cristiana es esta: Cristo mismo es la verdad (14:6), o, como dirá en otro lugar, «el verdadero Dios y la vida eterna» (1 Jn. 5:20), con lo cual se vuelve a reafirmar la divinidad de Jesús desde el ángulo de la verdad divina. Jesús es verdad en cuanto nos transmite en sí mismo la revelación del Padre (17:8, 14, 17) y de ese modo nos comunica la vida divina (3:16; 6:40, 47, 63; 17:2; 1 Jn. 5:1ss.). Así pues, este título revela indirectamente la persona divina de Cristo. Jesús es la verdad, la plenitud de la revelación, porque se revela como el Hijo unigénito venido de junto al Padre (1:14), mediante el cual Dios ha hablado cuanto tenía que hablar (cf. Heb. 1:1).
Su ausencia, debido al retorno al seno del Padre, es suplida por el Espíritu de la verdad (14:17; 15:26; 16:13), cuya misión fundamental es dar testimonio de Cristo (15:26), llevar a los discípulos a toda la verdad (16:13), traerles a la memoria todo lo que Jesús les había dicho, es decir, hacerles comprender su verdadero sentido (14:26).
V. VERDAD Y VIDA. La verdad, o lo verdadero, no es simple objeto de asentimiento interior, sino algo mucho más amplio que compromete al conjunto de la persona. Tiene que ver con el intelecto y la moral. El pensamiento hebreo parte de la verdad como un concepto revelado que hay que obedecer y seguir. La verdad para él no es la búsqueda de un saber abstracto de las cosas, sino un conjunto de verdades éticas que se fundan en Dios: «Enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame» (Sal. 25:4–5; 86:11). La verdad es aquella forma de vida moral agradable a Dios que hay que observar en la práctica diaria (Sal. 26:3). En este sentido, la verdad no es tanto un «saber» especulativo como un «hacer» práctico (Tob. 4:6; 13:6).
La misma mentalidad permea la concepción cristiana. La verdad es lo revelado por Dios en Cristo. Conocerla es un acto de obediencia, de amor. La disposición a hacer la voluntad de Dios es condición indispensable para conocer la verdad divina (Jn. 7:17). La nueva vida que nace por impulso del Espíritu (Jn. 3:5, 8), está bajo el influjo de la verdad que permanece para siempre (2 Jn. 1:2). La alétheia es para Juan el principio interior de la vida moral e intelectual y confiere a las antiguas expresiones bíblicas una novedad de sentido cristiano: «hacer la verdad» (Jn. 3:21), «caminar en la verdad» (2 Jn. 1:4; 3 Jn. 3ss.). Verdad y vida forman una unidad que garantiza la autenticidad de la adoración a Dios (Jn. 4:23) y del amor al hermano (2 Jn. 1:1; 3 Jn. 1).
VI. VERDAD Y LIBERACIÓN. Por su carácter revelador, la verdad es forzosamente liberadora, no solo a nivel conceptual sino existencial. Abre a la conciencia un mundo de realidades ocultas y posibilidades ignoradas. En el caso cristiano, Cristo es ese elemento nuevo que posibilita nuevas dimensiones frente a la ignoracias y limitaciones personales: «Todo aquel que practica el pecado es esclavo del pecado… Así que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» (Jn. 8:34–36). Es la nueva realidad que se produce en el hombre en su encuentro con la palabra de salvación creadora de salud y de vida. La verdad de Cristo provoca una transformación en los que creen en él: «Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (vv. 31–32). Cristo es libre y liberador porque tiene la verdad y la verdad se revela en él. Permanecer en la verdad revelada y descubierta, es la libertad frente a todo lo que atenta contra la persona y su felicidad. Es amor y entrega a la justicia y al servicio del prójimo (Gal. 5:13; 1 Pd. 2:16). Es libertad frente a toda clase de yugo humano. «Estad firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no os pongáis otra vez bajo el yugo de la esclavitud» (Gal. 5:1). Véase FIDELIDAD, LIBERTAD, MENTIRA, MISTERIO, PALABRA, REVELACIÓN.