Tomás

Nombre de uno de los doce apóstoles (Mt. 10:3).
1. Nombre.
2. Tomás en los evangelios canónicos.
3. Tomás en la literatura apócrifa.
I. NOMBRE. Gr. 2381 Thomâs, Θωμᾶς, conocido también por el sobrenombre Dídimo, Dídymos = «mellizo» (Jn. 11:16; 20:24; 21:2), traducción gr. de su nombre propio en arameo, teom = «mellizo». Está atestiguado en inscripciones fenicias en forma abreviada, en hebreo Toam, equivalente al Tom inglés, de la raíz heb. tam, «ser en dos, duplicar». El nombre gr. Dídimo se documenta en los papiros desde el s. III a.C. Especulando sobre el significado de su nombre, surgió la leyenda que afirmaba que tenía una hermana gemela, Lisia, o que él mismo era hermano gemelo de Jesús, lo que confirmaría su identificación con Judas (comp. Mt. 13:55), de la que es testigo Eusebio (Hist. ecl. 1, 13). Ello puede deberse a una mera confusión con > Tadeo, aunque lo más probable es que el nombre ordinario fuera el de Judas. Pero siendo Judas un nombre muy habitual, que podía coincidir con el de otros compañeros, era habitual añadir un apodo preciso para distinguirlo de sus homónimos. Es lo que debió de suceder en el caso de Judas Tomás, con tanta mayor razón cuanto que Tomás significa «mellizo». Que luego los autores de su tradición literaria le buscaran un hermano, es fácilmente comprensible. Es lo que hace el autor de sus Hechos Apócrifos cuando sugiere que podría tratarse del «Mellizo del Señor». En los Hechos Apócrifos de Tomás, el nombre del protagonista aparece de tres maneras: 1) Judas, un 47% de las menciones. En el contrato de venta, firmado por Jesús, el siervo objeto de la venta aparece como Judas (2, 2.3). El resto de los usos se produce a partir del Hecho X (117). 2) Tomás, un 30, 6% de las veces, dispersas por toda la obra. 3) Judas Tomás, un 16% de casos.
II. TOMÁS EN LOS EVANGELIOS CANÓNICOS. No es mucho lo que los Evangelios dicen sobre él; el único que da algunos detalles sobre su carácter es el de Juan. En un momento crítico, cuando Jesús quería volver a Judea, donde lo habían querido apedrear (Jn. 11:7, 8), Tomás exclamó: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (Jn. 11:16), aprestándose así a sufrir el mismo destino de Jesús y animando al resto a hacer otro tanto. Cuando Cristo se apareció a los discípulos, Tomás estaba ausente, y no creyó en la resurrección hasta que vio con sus propios ojos al Señor (Jn. 20:24–29). En su obstinación había afirmado que no creería (Jn. 20:25) hasta que no pusiera sus dedos en las llagas del Señor, y su mano en su costado traspasado. Ocho días después, estando esta vez Tomás con los discípulos, Jesús se apareció y le dijo particularmente a él: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo [ápistos, ἄπιστος] sino creyente [pistós, πιστός ]». A lo que siguió la sublime confesión: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn. 20:28).
Tomás fue también el que interpeló a Jesús la tarde de la > Última Cena cuando el Maestro les decía: «Para donde voy ya conocéis el camino». Tomás, en un arranque de sinceridad, replicó: «Señor, si no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús entonces le respondió: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn. 14:1–6). Este Tomás, llamado Mellizo era uno de los discípulos a quienes se apareció el resucitado en las orillas del lago de Tiberíades (Jn. 21:1–8). Después de la ascensión, Tomás y los otros apóstoles se retiraron al aposento alto (Hch. 1:13).
III. TOMÁS EN LA LITERATURA APÓCRIFA. En torno a la figura de Tomás aparecieron muchas leyendas y escritos apócrifos que llevan su nombre: Evangelio de Tomás, Hechos de Tomás, Apocalipsis de Tomás, y similares. Una tradición dice que anunció el Evangelio a los partos y a los persas; Tomás habría muerto en Persia y habría sido enterrado en Edesa (Eusebio, Hist. ecl. 1, 13; 3, 1; Sócrates, Hist. Ecl. 1, 19; 4:18; Rufino, Hist. Ecl. 2, 4). Crisóstomo menciona su tumba en Edesa como uno de los cuatro sepulcros genuinos de los apóstoles (Hom. in Heb. 26); pero la noticia más digna de crédito, por ser más antigua y constante, es la que señala la India como campo principal de su apostolado, y su martirio en Calamina (Gregorio Nacianzeno, Orat. 25 ad Arian, p. 438; Ambrosio, In Sal. 45, 10; Jerónimo, Ep. 148 ad Marcel.; Nicéforo, Hist. ecl. 2, 40; Acta Thomae, 1ss.); aún hoy los fieles de rito malabar, «cristianos de Santo Tomás», se glorían de haber sido evangelizados por este apóstol. Pero algunos críticos creen que se debe a la confusión con un Tomás posterior, misionero de los nestorianos.
Los Padres de la Iglesia con frecuencia citan un Evangelium secundum Thomam (Evangelio de Tomás) y unas Acta Thomae (Hechos de Tomás), cuya primera edición fue efectuada por I. C. Thilo en su Codex Apocryphus Novi Testamenti (Leipzig, 1823); y por K. von Tischendorf en sus Evangelica Apocrypha (Leipzig, 1843) y Acta Apostolorum Apocrypha (Leipzig 1851). Ambas ediciones abarcaban los capítulos 1–58, correspondientes a los seis primeros Hechos. La edición completa fue realizada por M. Bonnet en 1883.
1. Hechos Apócrifos de Tomás (HchTom). Quinto de los primitivos Hechos Apócrifos de los Apóstoles, de principios ya del siglo III. Su autor deja claro que el protagonista es el apóstol Tomás, el discípulo racionalista, poco dispuesto a aceptar la resurrección de Jesús si no lograba obtener una comprobación empírica. Los HchTom presentan la particularidad de haberse conservado en su integridad. Recogen, por ejemplo, la escena inicial del sorteo de las tierras de misión entre los apóstoles, que, en opinión de A. Lipsius, debía de ser un detalle obligado en todos los Hechos. Es, además, el más largo con mucho de los cinco primitivos. Sorprende el interés de la comunidad cristiana por Tomás. Su predicamento tenía que ser grande para suscitar una atención tan señalada. En varias escenas de los evangelios, Tomás actúa con destacado protagonismo. Un protagonismo patente en ciertos pasajes de sus Hechos, donde es presentado como «iniciado en las palabras de Cristo, de quien recibió los discursos secretos» (HchTom 39, 1). La idea aparece también en boca de Tomás, que presume de haber recibido de Jesús la revelación de multitud de misterios, «que me apartaste de todos mis compañeros y me dijiste tres frases» (HchTom 47, 1). Estas misteriosas afirmaciones tienen su eco en el logion 13 del evangelio gnóstico de Tomás: «Jesús llevó consigo a Tomás y le dijo tres palabras».
Los HchTom son una obra estructurada en trece hechos. Los primeros seis son prácticamente independientes entre sí. A partir del Hecho VII, el relato forma un todo unido y coherente, y trata los sucesos como episodios de una misma historia. El tema de la lengua original ha quedado dilucidado con el estudio y edición de estos Hechos por A.F.J. Klijn (The Acts of Thomas: Introduction, Text, Commentary, Supplementum Novi Testamenti, 5, Leiden 1962, p. 13). La lengua original es el siríaco.
Muy pronto se hizo una versión griega, que es la que ha llegado a nosotros con ligerísimos retoques. Sus claras tendencias hacia posturas gnósticas provocaron una nueva versión siríaca con abundantes retoques de carácter ortodoxo. De ahí que la versión griega está considerada como más acorde con la tendencia del texto original. El color gnóstico del texto griego desaparece en el siríaco en aras de una ortodoxia más clara. Un ejemplo es el Himno a la Novia de los capítulos 6 y 7. Mientras el griego dice: «La muchacha es la hija de la luz», el siríaco lee: «Mi Iglesia es la hija de la luz». El final, donde se cuenta de los himnos que se entonan al Padre de la verdad y a la Madre de la sabiduría, se convierte en el siríaco en una doxología ortodoxa dedicada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Otro aspecto notable en estos Hechos es el encratismo evidente en tendencias y expresiones. Como si, en opinión de A. Hamman, los cristianos por excelencia fueran los que practican la continencia perfecta (A. Hamman, “Le Sitz im Leben des Actes de Thomas”, Stud. Ev. 3 (1964) 154–164). En este sentido, resultan exageradas las calificaciones negativas de las relaciones carnales entre casados: «inmunda comunicación» (koinonía, 12, 1); «acciones vergonzosas» (aiskhrôn práxeon, 117, 1).
El mismo Tomás recapitula «toda la maldad» (anomía) en tres capítulos: la fornicación (porneía), la avaricia (pleonexía) y la gula (ergasía tes gastrós). La obsesión por huir de todo signo de gula llega hasta el punto de omitir sistemáticamente la mención del vino en los seis pasajes eucarísticos referidos. De hecho el término oînos, «vino», se utiliza varias veces para subrayar la perversidad de los que ofrecen sacrificios idolátricos. Pero aparece solamente en uno de los contextos eucarísticos, aunque no como materia del sacramento.
Fruto de la mentalidad encratita es la sorprendente omisión de la petición del Padrenuestro «danos hoy el pan de cada día», petición obviamente recogida en la versión siríaca (144, 1). Como si esa petición de pan rompiera la actitud de renunciar a cualquier ergasía tes gastrós.
El relato comienza con una reunión de los apóstoles en Jerusalén para echar suertes sobre las regiones del mundo que iban a ser el campo de misión para cada uno. Tomás recibe la India, pero rehúsa aceptar esta misión aun después que Jesús se le aparece de modo sobrenatural y trata de dispersar sus temores. Entonces el Señor lo vende como esclavo carpintero a un mercader, Abanés, enviado por el rey de la India, Gundafor. Abanés y Tomás navegaron hasta llegar a Andrápolis, donde desembarcan y asisten a la fiesta de las bodas de la hija del gobernador. Siguieron extraños sucesos y Cristo, bajo la apariencia de Tomás, exhortó a la novia a permanecer virgen. Llegado a la India, Tomás emprendió la construcción de un palacio para Gundafor, pero gastó el dinero que se le había confiado para realizar esa empresa en limosnas a los pobres. Gundafor lo encarceló; pero el apóstol escapó milagrosamente y Gundafor se convirtió. Recorriendo el país para predicar, Tomás se encontró con extrañas aventuras de dragones y asnos salvajes. Una serpiente parlante es obligada a absorber el veneno del cuerpo de un joven muerto, con lo que vuelve a la vida (cc. 30–38). Una joven muerta recibe otra vez la vida y relata los horrores de su experiencia en el infierno. Es la descripción más estremecedora de las penas del infierno que se ha conservado en la literatura (cc. 55–57). Cuatro asnos salvajes son llamados como sustitutos de unas bestias de carga exhaustas. Uno de ellos exorciza al demonio de una mujer y de su hija (cc. 68–81).
Posteriormente, llegó a la ciudad de rey Misdai (en siríaco Mazdai), donde convirtió a Tertia, su esposa de Misdai, y a Vazan, su hijo. Después de ello, fue condenado a muerte, llevado fuera de la ciudad a una colina, y atravesado por las lanzas de cuatro soldados. Fue enterrado en la tumba de los antiguos reyes, pero sus restos fueron después llevados a Occidente.
En la narración se intercalan una serie de composiciones poéticas, como el cántico sobre la unión mística del alma con la sabiduría eterna, y los himnos entonados durante la celebración del bautismo y la eucaristía. El carácter de los cánticos es de terminología claramente gnóstica. La doctrina de la redención es la de la gnosis: una condición indispensable para la salvación es la abstinencia de relaciones íntimas, que llama «sucio trato sexual» (c. 12). La vida abstemia de Tomás se describe así: «Ayuna continuamente y ora, y come solo pan, con sal, y su bebida es el agua, y no viste más que una pieza de ropa en tiempo bueno y en invierno, y no recibe nada de ningún hombre y lo que tiene lo da a otros» (c. 20).