UNCIÓN, UNGIR

1. Vocabulario y uso.
2. Rito de consagración y santificación.
3. La unción de Cristo.
I. VOCABULARIO Y USO
1. Heb. 4886 mishjah, מִשְׁחָה, o moshjah, מָשְׁחָה = «unción», del vb. 4886 mashaj, משׁח, raíz prim. «frotar [con aceite], derramar, untar, ungir», por impl. «consagrar», en especial reyes (1 Sam. 10:1) y sacerdotes (Ex. 28:41), así como objetos dedicados al culto (cf. Ex. 40:9, 10); por lo gral., la Sept. lo traduce por el término gr. khrío, χρίω.
2. Heb. 5480 sukh, סוך = «untar [con aceite], ungir el cuerpo después del aseo»; Sept. aleípho, ἀλείφω (2 Sam. 12:20; 14:2; 2 Cro. 28:15; Rut 3:3; Dan. 10:3; Miq. 6:15). Se refiere comúnmente a la práctica oriental de ungir el cuerpo, o sus partes, para aseo ordinario, como señal de amistad, medicación u honras funerarias. Su descuido indicaba duelo (2 Sam. 14:2; Dn. 10:3). Su práctia, un ejercicio de cortesía (cf. 2 Cro. 28:15). Uno de los castigos de Israel iba a ser que los olivos no darían aceite para la unción (Dt. 28:40; Miq. 6:15).
3. Gr. 5545 khrisma, χρίσμα = «unción», del vb. 5548 khrío, χρίω = «untar, ungir», siempre en sentido exlusivamente religioso.
4. Gr. 218 aleípho, ἀλείφω, término general para una unción de cualquier clase, sea para aseo personal después de lavarse (Mt. 6:17; Lc. 7:38, 46; Jn. 11:2; 12:3), de los enfermos como remedio medicinal (Mc. 6:13; Stg. 5:14), o de un cuerpo muerto (Mc. 14:8; 16:1).
La diferencia entre khrío y aleípho parece ser que este segundo término tiene un carácter gral. profano, mientras que el primero parece tener una connotación más sagrada o religiosa, aunque no siempre se observa esta diferencia en la literatura clásica, pero sí en el NT. El vb. khrío se usa en sentido más limitado que aleípho, confinado a unciones sagradas y simbólicas, p.ej. de Cristo como el Ungido de Dios (Lc. 4:18; Hch. 4:27; 10:38). El mismo título «Cristo» es la transliteración de Khristós, Χριστός, «Ungido», correspondiente al heb. mashiaj, מָשִׁיחַ, «ungido». Khrío se emplea una vez referido a los creyentes: «Dios es el que nos confirma con vosotros en Cristo y el que nos ungió» (2 Cor. 1:21).
II. RITO DE CONSAGRACIÓN Y SANTIFICACIÓN. El primer rito de consagración mediante unción mencionado en la Escritura se encuentra en Gn. 31:13, cuando Jacob ungió una piedra, es decir, «la consagró» religiosamente para hacer un > voto a Dios. El uso más común del vb. mashaj tiene que ver con la consagración de una persona u objeto para una misión o función de carácter religioso.
La unción del altar, de los utensilios relacionados con él, del Tabernáculo y de los sacerdotes relacionados con el culto y los sacrificios, es llamada «santificar» en Ex. 40:9–11 y Lv. 8:10–12. Santificar no es meramente apartar con propósitos sagrados, sino dotar o llenar con los poderes del Espíritu santificador de Dios. El aceite era un símbolo del Espíritu, o el principio espiritual de vida, por su poder para sostener y fortificar la energía vital; y el aceite de la unción, que fue preparado de acuerdo a las instrucciones divinas, era por lo tanto un símbolo que procede de Dios y llena el ser natural de la criatura con los poderes de una vida divina. La unción con aceite, por lo tanto, era un símbolo de estar dotado con el Espíritu de Dios (1 Sam. 10:1, 6; 16:13, 14; Is. 61:1) para las responsabilidades de un oficio al que la persona era consagrada. Los utensilios no sólo fueron consagrados, por medio de la unción, para los santos propósitos a que serían entregados, sino que también fueron provistos en un sentido simbólico con poderes del Espíritu divino que pasarían de ellos al pueblo que venía al santuario. La unción no sólo era para santificar a los sacerdotes como órganos y mediadores del Espíritu de Dios, sino los utensilios del santuario también, como canales y utensilios de las bendiciones de gracia y salvación que Dios, como el Santo, otorgaría a su pueblo por medio del servicio de sus sacerdotes, y en los utensilios sagrados designados por él. Sobre estas bases se asociaba la consagración de las cosas sagradas con la consagración de los sacerdotes. La noción de que incluso los utensilios, y de hecho las cosas inanimadas en general, pueden ser dotadas de poderes espirituales y divinos, estaba ampliamente diseminada en la antigüedad. Según Ex. 29:9, la vestidura y unción de Aarón y sus hijos debían ser «un sacerdocio para ellos por estatuto perpetuo», para asegurarles el sacerdocio por todas las edades; el mismo pensamiento se expresa en Ex. 40:15: «y su unción les servirá por sacerdocio perpetuo, por sus generaciones».
1. Objetos sagrados. Ciertos objetos del culto eran consagrados mediante unciones, en particular el altar (Ex. 29:36s; 30:26–29; Lv. 8:10s). Un rito análogo muy antiguo, probablemente cananeo, había sido practicado por Jacob: después de su visión nocturna erigió una estela conmemorativa y derramó aceite sobre ella para marcar el lugar de la presencia divina: de ahí el nombre de Betel, «casa de Dios» (Gn. 28:18; cf. 31:13; 35:14). El altar del holocausto fue rociado siete veces con aceite de unción, imprimiendo así en él un sublime grado de santidad (Lv. 8:11). El número siete, el número del pacto, es el sello de la santidad del pacto de la reconciliación al que había de servir.
2. Los sacerdotes y en especial el sumo sacerdote, son también ungidos. Por orden de Yahvé (Ex. 29:7) confiere Moisés la unción a Aarón (Lv. 8:12) y en las prescripciones destinadas al sumo sacerdote se llama varias veces a este último «el sacerdote consagrado por la unción» (Lv. 4:5; 16:32). En otros pasajes la unción es conferida a los simples sacerdotes «hijos de Aarón» (Ex. 28:41; 40:15; Nm. 3:3).
3. La unción real ocupa un lugar aparte entre los ritos de consagración. Se aplicaba por un hombre de Dios, profeta o sacerdote. Samuel ungió a los primeros reyes de Israel, a saber, > Saúl (l Sam 10:1) y > David (l Sam. 16:13). Elías recibió el encargo divino de ungir a > Hazael por rey de Siria y a > Jehú por rey sobre Israel (1 R. 19:15–16). > Jehú fue ungido por un profeta enviado por Eliseo (2 R. 9:6). Los reyes de Judá eran consagrados en el Templo y ungidos por un sacerdote; así, Salomón recibió la unción de > Sadoc (1 R. 1:39), y Joás, del sumo sacerdote > Joiada (2 R. 11:12). El sentido de este rito consistía en marcar con un signo exterior que estos hombres habían sido elegidos por Dios para ser instrumentos suyos en el gobierno del pueblo. El rey era el ungido de Yahvé. Con la unción venía a ser partícipe del Espíritu de Dios, como se ve en el caso de David: «Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Yahvé vino sobre David» (1 Sam 16:13). El persa > Ciro, rey pagano (Is 45:1) es llamado «ungido» de Yahvé porque actuó como un verdadero servidor elegido por Dios, poniendo fin a la cautividad de Babilonia, y haciendo posible al pueblo elegido el retorno a Israel.
4. El Mesías. El Mesías es el ungido por excelencia, como indica su mismo título, que no es sino la transcripción de la palabra mashiaj, «ungido». El Sal. 2, que habla de Yahvé y de su ungido (v. 2), se interpretaba en la tradición judía y cristiana en sentido mesiánico (Hch. 4:25ss). Después de la cautividad de Babilonia, sin monarcas, ni ungidos ni por ungir, en Israel recobra importancia la esperanza insinuada por los profetas sobre un rey futuro ideal. Los salmos regios, que en otro tiempo hablaban del ungido real vigente, se cantan ahora en una nueva perspectiva que los hace referirse al Ungido escatológico, fiel a Yahvé y a su palabra. A partir de las promesas proféticas se desarrolló el mesianismo regio después del exilio. En los círculos próximos a > Qumrán se desarrolla también la imagen del Mesías regio y sacerdotal.
Por su especial actividad, ajena al culto sacrificial, los profetas no aparecen como ungidos, sino como llamados, suscitados por la palabra de Dios, como investidos por el Espíritu de Dios, lo que solo metafóricamente se puede llamar unción (cf. Is. 61:1). Solo en una ocasión Elías recibe la orden de ungir a > Eliseo (1 R. 19:6), pero, en el momento de su llamamiento, Elías se limitó a echarle por encima el manto comunicándole su espíritu (1 R. 19:19; 2 R. 2:9–15).
III. LA UNCIÓN DE CRISTO. Los Evangelios refieren dos ocasiones en que Jesús fue ungido. Primero, por la pecadora en casa de Simón el fariseo, cuyo deber de cortesía hacia su huésped incluía derramar aceite sobre su cabeza; aquella mujer le ungió los pies con perfume (Lc 7:38, 46). La víspera de la entrada en Jerusalén, María, hermana de Lázaro, repitió esta operación de respeto ungiendo a Jesús con nardo de gran precio, con escándalo de los discípulos (Mt. 26:6–13; Jn. 12:1–8). Pero Jesús aprobó a María y dio a su acto un significado nuevo y profético, refiriéndolo al uso de ungir los cadáveres con aromas; el gesto de la mujer venía a ser anticipación y signo del rito de sepultura que se practicaría sobre el cuerpo de Jesús después de su muerte en la cruz (Jn. 19:40).
En su sentido religioso y escatológico, Jesús no aceptó el título de «mesías» sino con reserva durante su vida pública, debido sin duda a las resonancias demasiado terrenales que conllevaba en la época. Pero después de su resurrección, una vez que su obra se hubo consumado en el sufrimiento y la cruz, Jesús apareció explícitamente con este título (Lc. 24:26). Su bautismo se entiende como entronización celestial: «Fue ungido del Espíritu Santo y de poder» (Hch. 10:38). Jesús mismo, aplicándose el texto de Is. 61:1, explica esta unción como una unción profética para el anuncio del mensaje.
También el cristiano recibe una unción interior a título personal (2 Cor. 1:21; 1 Jn. 2:20, 27). Se trata de una participación en la unción profética de Jesús, una unción espiritual por la fe. El creyente, antes de recibir el sello del Espíritu en el momento del bautismo, es ungido por Dios (2 Cor. 1:21; cf. Ef. 4:30), que hace penetrar en él la doctrina del Evangelio, y suscita en su corazón la fe en la palabra de verdad (Ef. 1:13). La «unción del Santo» (1 Jn. 2:20) expresa la convicción de que los cristianos en el bautismo han recibido una unción sagrada, el Espíritu Santo que ejerce sobre los creyentes su acción iluminadora y santificadora. Por eso continúa diciendo que la unción les proporciona el conocimiento de la verdad (v. 21); y en el v. 27, que la unción les instruye en todas las cosas, de modo que, según Juan, el cristiano no tiene necesidad de que se le enseñe; se realiza así la esperanza de los profetas en la Nueva Alianza (Jer. 31:34; cf. Is 11:9).
La unción interior del Espíritu Santo infunde la luz de la fe (1 Jn. 5:9–10; cf. Jn. 5:37), da a los cristianos el gusto y la inteligencia de la verdad revelada, y confiere un conocimiento especial de Dios, una verdadera iluminación que introduce al alma en el secreto de los misterios divinos; se puede decir que los cristianos llegan a tener la mente de Cristo» (1 Cor. 2:16). Véase ACEITE, MESÍAS, REY, SACERDOTE, SANTIDAD, UNGIDO.