UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Según la enseñanza de la Iglesia católica, la unción de los enfermos es un verdadero y auténtico sacramento (Denzinger 844, 907, 926, 2048). Su materia es el óleo consagrado por el obispo, cuyos efectos borran los pecados y sus restos, el enfermo experimenta una mejoría y un fortalecimiento, y no se excluyen efectos saludables para el cuerpo, aunque estos dependen de la salvación espiritual del doliente. Para ello se basa en los textos evangélicos de la comisión de Jesucristo a los discípulos de predicar el Reino de Dios, para la que les confirió el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar toda enfermedad y toda dolencia (Mt. 10:1; Lc. 9:1s); muchos enfermos ungidos con aceite por los apóstoles eran sanados milagrosamente (Mc. 6:13). La carta de Santiago exhorta no solo a orar por el hermano que cae enfermo, sino a que este llame a los presbíteros para que le unjan con aceite en nombre del Señor, a fin de ayudarle en sus dificultades físicas y espirituales: «Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido» (Stg. 5:13–15). Se da por supuesto que la > enfermedad es consecuencia general del pecado; por tanto, la unción hecha «en nombre del Señor» restablece la salud al hacerle partícipe de la > victoria de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte.
A tenor del texto, aquí parece hacerse referencia a una práctica muy conocida en la Iglesia antigua. La enfermedad aquí contemplada es la de aquel que no puede desplazarse —gr. kámnonta, lit. «yacente en el lecho, extendido»—, es decir, se trata de una enfermedad grave, por eso no es invitado a ir al médico ni a la iglesia, sino al contrario, mandar llamar a los > presbíteros de la comunidad, no en función de curanderos, sino de notables de la congregación, en su condición de responsables de un determinado grupo de creyentes, que en este caso ejercen una función sacerdotal: orar, ungir. El uso del aceite para curar está presente en la cultura de la época. La unción no cura por sí misma, como si se tratase de un procedimiento mágico, sino sobre todo la oración de fe y la confianza en el poder salvífico del Evangelio, contenida en la invocación del «nombre del Señor», que tampoco es una fórmula mágica, sino que remite a la fuente de la que los presbíteros sacan su poder de curación y de salud, sea física o espiritual. El efecto será doble, la salvación tanto corporal como espiritual, quedando libre del pecado cometido y sus efectos. La instrucción de Santiago fue observada en la práctica desde los primeros tiempos del cristianismo, como desmuestra el descubrimiento de una tableta de plata del siglo I, con un texto arameo y muchos otros testimonios relativos a los cinco primeros siglos. Véase ENFERMEDAD, SALUD.