TEXTO BÍBLICO

1. El texto del AT.
2. El texto del NT.
I. TEXTO DEL AT. Los estudios textuales buscan establecer por diversos métodos de comparación entre diversas familias de copias de las Escrituras, allí donde se constatan divergencias, cuál sea la variante correcta y acorde con los originales perdidos. Este trabajo resultaba poco menos que imposible con el texto del AT, que, en contraste con la abundancia de mss. griegos del NT, solo presentaba una línea muy homogénea de transmisión en hebreo: el «texto masorético» (TM). Sin embargo, la antigua versión griega de los LXX daba indicios de que en la antigüedad debía haber existido un grupo de textos hebreos que divergían del TM. En la actualidad, el panorama ha cambiado grandemente tras los descubrimientos de los manuscritos bíblicos de Qumrán.
El texto masorético cristalizó totalmente alrededor del año 99 d.C. Constituye un imbricado sistema de acentos, signos vocálicos y notas marginales que indican cómo ha de procederse a la lectura del texto consonántico. Sin embargo, la fecha realmente importante para el establecimiento del texto masorético básico es la de principios del siglo II d.C., cuando el rabí Akiva y sus colegas, después de un detenido examen de todos los mss. disponibles, junto con las tradiciones rabínicas directoras de la lectura, eligieron un texto consonántico hebreo que quedó desde entonces fijado. Este texto puede recibir el nombre de protomasorético. En el siglo III d.C., el gran erudito cristiano Orígenes publicó una edición amplísima y esmeradamente crítica del texto del AT.
Hasta hace pocas décadas, pues, se planteaba la cuestión, debido a la falta de copias más antiguas que la existente del año 1008 d.C. (Códice B 19A de Leningrado), y de las incompletas de la Geniza de El Cairo, descubiertas en la segunda mitad del siglo XIX, de con cuánta exactitud se había transmitido el texto del AT. En la actualidad, la situación es totalmente diferente. Los citados descubrimientos de Qumrán, así como los de Wadi Murabba’at y de la zona de En-gadi, han dado evidencias que arrojan una intensa luz sobre el período que abarca desde el año 200 a.C. hasta la cristalización del TM. Efectivamente, los descubrimientos de la > Geniza de El Cairo, con sus numerosas porciones del texto del AT que antedatan la fijación definitiva de la tradición masorética en cuanto a la vocalización, acentuación y entonación, constituyen un puente que cubre el espacio entre los descubrimientos de Qumrán, con mss. de entre el año 200 a.C. y el 70 d.C., Wadi Murabba’at, con mss. de alrededor del año 135 d.C., y el citado códice B 19A de Leningrado.
Los descubrimientos de Qumrán han aportado evidencia textual de tres líneas de transcripción independiente del texto hebreo identificables, a decir de F. F. Bruce, además de otras que pueden pertenecer a tradiciones textuales aún no identificadas. La evidencia que aportan los mss. de Isaías hallados en Qumrán es de gran interés. El rollo completo (1QIsa), aunque presenta un buen número de divergencias en ortografía y gramática, no demanda cambios sustanciales. A pesar de que muestra semejanzas con el texto de la LXX, se halla más cerca del TM que de la LXX. El rollo incompleto de Isaías (1QIsb), por otra parte, presenta una caligrafía mucho más bella y un texto casi idéntico al masorético. Además del gran número de otros mss. que pueden apellidarse, como estos, protomasoréticos, hay una línea emparentada con la LXX y otra que presenta una estrecha afinidad con el > Pentateuco Samaritano, aunque afín a la tradición judía en los pasajes divergentes acerca del centro cultual.
El peso de la evidencia es que el rabí Akiva y sus contemporáneos tuvieron gran cantidad de materiales y una fiable tradición de la transmisión del texto sobre la que trabajar. El texto masorético reposa además sobre una sólida tradición textual de gran antigüedad, atestiguada por los restos de Qumrán. Como afirma F.F. Bruce, «es instructivo contrastar la variedad de tipos representados en Qumrán (pertenecientes a las generaciones anteriores al año 70 d.C.) con la situación de otras cuevas en el Wadi Murabba’at y en la región de En-gadi, más al sur por la costa occidental del mar Muerto. Estas cuevas han dado manuscritos del período del año 132–135 d.C.; fueron utilizadas como escondites de las fuerzas insurgentes judías en la segunda revuelta contra Roma. A semejanza de los manuscritos de Qumrán, aparecen secciones de textos bíblicos, pero a diferencia de los manuscritos bíblicos de Qumrán, exhiben un tipo uniforme de texto hebreo bíblico: el tipo recientemente establecido por Akiva y sus seguidores» (The Books and the Parchments, 123–124). Así, los recientes descubrimientos conducen a descartar la idea de que el texto antiguo divergía del masorético. Esta idea, sostenida por varios autores en base a las divergencias textuales con la LXX, ha dejado paso al conocimiento de diversas tradiciones de transcripción; el texto masorético representa muy fielmente una de estas corrientes; su fijación a principios del siglo II d.C., junto con la masa de evidencia en favor de la corriente protomasorética, así como las evidencias internas, ofrece en la actualidad poderosas garantías de que el TM es un fiel representante de los originales del texto.
Por otra parte, el establecimiento de estas antiguas tradiciones independientes de copia llevan también a establecer una antigüedad mucho mayor para los originales de lo que las modernas especulaciones estaban dispuestas a aceptar. A pesar de que estas divergencias no afectan al contenido sustancial del texto, lo cierto es que unas líneas de copia independiente a partir de unos mss. originales no surgen en poco tiempo.
El cuidado extremo que los > escribas ejercían en el desempeño de sus funciones es indicado en diversos lugares de las Escrituras. Esdras es llamado «escriba diligente en la ley de Moisés» (Esd. 7:6; cf. Esd. 7:11, 12). Jesús reconoció a los escribas en su función de transmisores de la Ley de Moisés: «En la cátedra de Moisés están sentados los escribas y los fariseos» (Mt. 23:2, 3). Por su parte, Pablo, versado en estas cuestiones, afirma que los judíos han recibido la custodia de la Palabra de Dios, refiriéndose al AT (Ro. 3:1–2).
II. EL TEXTO DEL NT. Para el NT existe una gran cantidad de mss. Debido a las persecuciones, especialmente la de Diocleciano, desaparecieron las copias anteriores al siglo IV d.C., con pocas excepciones, como los papiros de Chester Beatty, de comienzos del siglo III d.C., y otros, como el fragmento de Rylands, de la primera mitad del siglo II d.C., que contiene un pasaje del Evangelio de Juan, y los famosos fragmentos griegos de la Cueva 7 de Qumrán, anteriores al año 70 d.C., identificados como pertenecientes a Marcos, Hechos, Romanos, 1 Timoteo, 2 Pedro y Santiago, entre otros. Estos fragmentos, debido a su pequeñez, no pueden ser empleados para el estudio del texto; sin embargo, son de utilidad como evidencia de la antigüedad de los textos del NT.
Respecto al contenido del NT, hay en la actualidad muy poca incertidumbre acerca del texto original. De hecho, no se ha dado nunca ninguna variación textual que afectase de manera sustancial al texto ni a ninguna doctrina fundamental. Los descubrimientos de mss. antiguos, junto con el ímprobo trabajo de su clasificación, constatación de las líneas de transmisión, y su comparación, han permitido afinar y llegar en muchos pasajes a la certeza acerca de la fraseología y texto exacto del original, lo que es de gran importancia para restablecerlo. Pero, felizmente, no se trataba de salir de una mala situación en cuanto al texto conocido, sino mejorar una situación textual más que satisfactoria.
Hay tantos mss., que han sido clasificados en familias de copias. Debido a su gran número y posibilidad de agrupación en familias, se ha podido llegar a tener una idea bastante bien fundada de la transmisión del texto. Para dar cifras totales, existen en la actualidad más de 250 códices unciales, 2.500 códices cursivos, además de los restos anteriores de papiros; a esto se pueden añadir unos 2.000 evangeliarios que se usaban como leccionarios en los servicios del culto, y que contenían partes de los Evangelios.
Otras ayudas para el estudio comparativo y la crítica textual del texto griego original lo constituyen las citas de los Padres, griegos y latinos. Las citas de los Padres inmediatamente posteriores a los apóstoles son de gran interés, porque reflejan el texto durante el siglo II, del que no se conservan mss.
1. Divergencias en los textos del NT. Para juzgar acertadamente entre las divergencias de las diversas familias de textos del NT, el crítico textual tiene que apreciar los errores intencionales y los involuntarios de los copistas. Entre los intencionales, se pueden contar:
a) las correcciones lingüísticas y retóricas; el copista actuaba de buena fe, intentando corregir lo que a su juicio pudiera ser mala gramática;
b) correcciones históricas;
c) armonizaciones, en las que el copista uniformiza pasajes paralelos; son frecuentes en los Evangelios;
d) correcciones doctrinales, como la famosa de Ro. 8:1b; o los varios pasajes en los que se une el ayuno a la oración (Mt. 17:21; Mr. 9:29, etc.);
e) correcciones litúrgicas, especialmente en los leccionarios, para dar un inicio no abrupto a la lectura.
Entre los errores involuntarios se pueden contar:
a) deslices de la pluma, como confusión entre letras similares;
b) errores idiomáticos, debido a un diferente hábito dialectal por parte del copista;
c) errores de vista, en los que se da un fallo de percepción de letras similares;
d) errores de memoria, en los que se puede dar un mal registro en el lapso entre que el copista lee la sección y la transcribe sobre el papel;
e) errores de juicio, entre los que se encuentran las incorporaciones de glosas marginales al texto.
Para hacer frente a estas divergencias entre las diversas familias de textos, el crítico textual, en su intento de lograr una aproximación lo más estrecha posible al texto original, ha desarrollado los siguientes criterios:
a) En general, se prefiere la lectura más difícil, particularmente cuando el sentido se muestra erróneo en la superficie, pero en posteriores consideraciones prueba ser correcto. Aquí, la expresión “más difícil” significa aquello que debería haber sido más difícil para el escriba, quien hubiese podido sentirse tentado a hacer una enmienda. La mayoría de las enmiendas hechas por los escribas demuestran una gran superficialidad, combinando a menudo la apariencia de mejorar el texto con la ausencia de su realidad (Westcot y Hort). Obviamente, la categoría “lectura más difícil” es relativa, y en ciertas ocasiones se alcanza un punto en donde la lectura que se juzga es tan difícil, que solo pudo haber surgido por un accidente de transcripción.
b) En general, se prefiere la lectura más breve, excepto cuando el ojo del copista pudiera haber pasado inadvertidamente de una palabra a otra por tener un orden similar de letras; o donde el escriba pudiese haber omitido material por considerarlo superficial, tosco, contrario a creencias pías, usos litúrgicos o prácticas ascéticas.
c) Por cuanto la tendencia de los escribas era con frecuencia poner los pasajes divergentes en armonía unos con otros en pasajes paralelos, bien en citas del AT o en distintos relatos de un mismo evento en los Evangelios, se prefiere la lectura que envuelve disidencia verbal a aquella que es verbalmente concordante.
d) Los copistas, en algunas ocasiones, reemplazaban una palabra poco común por un sinónimo más familiar, alteraban una forma gramatical tosca o una expresión lexicográfica poco elegante de acuerdo con sus preferencias de expresión contemporáneas, o añadían pronombres, conjunciones y expletivos a fin de “suavizar” el texto.
e) Se debe aceptar como indudablemente original toda lectura que tenga un gran apoyo de los mss. más antiguos junto con las versiones y las citas patrísticas.
f) La existencia de desacuerdo entre las autoridades antiguas indica que el pasaje en cuestión quedó distorsionado con anterioridad.
g) Se debe dar un gran valor a la existencia de testimonio concordante procedente de documentos de localidades y/o épocas muy apartadas.
En el caso de las probabilidades intrínsecas, el crítico textual toma en cuenta (1) el estilo y el vocabulario del autor a través del libro; el contexto inmediato; y tiene en cuenta además la armonía de estilo del autor en otros textos. (2) En los Evangelios, el trasfondo del arameo en las enseñanzas de Jesús; la prioridad del Evangelio según Marcos; y la influencia de la comunidad cristiana respecto a la formulación y transmisión del pasaje respectivo.
Es obvio que no todos estos criterios son aplicables en cada caso. El crítico textual debe reconocer cuándo es necesario otorgar mayor consideración a una clase de evidencia y menos a otra. Por cuanto la crítica textual es un arte al mismo tiempo que una ciencia, es inevitable que en algunos casos los eruditos lleguen a distintas evaluaciones en el significado de las evidencias. Estas divergencias se tornan casi inevitables cuando, como a veces sucede, las evidencias están tan divididas que, por ejemplo, la lectura más difícil es hallada en los testigos más recientes, o la lectura más larga solamente en los testigos más antiguos.
A todo esto se añade la evidencia del método de estudiar las líneas de transmisión de los mss. agrupando en familias aquellos que evidencian una mayor cantidad de variantes comunes. De esta manera se ha llegado a establecer una clasificación de cuatro textos:
(1) el llamado antioqueno, sirio o bizantino, que es el más popular; constituye la base del Textus Receptus y de la versión castellana Reina-Valera;
(2) el grupo egipcio;
(3) el alejandrino y
(4) el occidental.
2. Textus Receptus. Algunos eruditos evangélicos conservadores defienden con pasión la superioridad del Textus Receptus respecto al resto de grupos de textos. Frederick von Nolan, historiador y erudito grecolatino del siglo XIX, dedicó 28 años a trazar el Textus Receptus hasta los orígenes apostólicos. Fue un ferviente defensor de la supremacía del Textus Receptus sobre cualquier otra edición griega del NT. En la misma estela se manifestaron John William Burgon (The Revision Revised, 1881), y Edward Miller (A Guide to the Textual Criticism of the New Testament, 1886).
Por Textus Receptus o «texto recibido» se entiende un conjunto de manuscritos en lengua griega del NT, de los cuales los más antiguos datan aproximadamente del siglo X d.C., y son la base de muchas traducciones clásicas de la Biblia tanto al español como a otros idiomas, anteriores a 1881.
La invención de la imprenta hizo necesaria la necesidad de llegar a un texto normativo y fidedigno. El primer paso fue dado por Erasmo, cuya primera edición del texto griego (con una traducción latina) vio la luz en el año 1516, que se reimprimió en 1518; la segunda edición, más exacta, apareció en 1519; la tercera, en 1522; la cuarta, en 1527. El cardenal Cisneros, primado de España, preparó durante varios años una edición políglota del NT griego; impresa en 1514, no apareció hasta 1521 o 1522, Erasmo la usó para su trabajo crítico. La edición de Cisneros recibe el nombre de Complutense, por haber sido efectuada en Alcalá de Henares (de Complutum, el antiguo nombre latino de esta ciudad). Siguieron otras ediciones del NT griego; la más célebre fue la del impresor Robert Estienne, conocido como Stefanus (1503–1559), aparecida en 1546, basada en Erasmo y en Cisneros, revisada en 1550; en la tercera edición de 1551 daba lecturas marginales de quince mss. griegos nuevamente descubiertos, al tiempo que dividía los capítulos en versículos (contiene además la traducción latina de Erasmo y la de la Vulgata).
El reformador Teodoro de Beza (1519–1605) hizo imprimir, entre 1565 y 1604, nueve ediciones del NT griego de la terecera edición de Estienne. En el aparto crítico de la segunda edición, usó el Codex Claromontanus y la versión siríaca del Nuevo Testamento publicada por Emmanuel Tremellius en 1569. Las ediciones de Buenaventura y su sobrino Abrahán Elzevir, en Leiden y Amsterdam, fueron publicadas en 1624 y 1633, con reimpresiones hasta 1678. La de 1633 es la que acuñó el nombre de textus receptus, tomado del prefacio: “textum ergo habes nunc ab omnibus receptum” (“por tanto tenéis ahora el texto recibido por todos”), que solo tiene 287 variantes respecto al mencionado texto de Robert Estienne. El español Casiodoro de Reina se basó en este texto para su traducción. Los traductores de la versión inglesa King James (KJV) no siguen una edición específica del Textus Receptus consistentemente, aunque la que siguieron más de cerca fue la de Beza de 1598, de la que se apartaron en 190 lugares.
John Mill (1645–1707) marcó un punto de inflexión cuando, después de treinta años de trabajos, publicó una nueva edición: Novum Testamentum Graecum, cum lectionibus variantibus MSS (Oxford 1707). Se trataba de la edición de Estienne de 1550, pero con numerosas notas y apéndices, fruto de su investigación sobre 78 manuscritos, numerosas versiones antiguas, incluyendo la > Peshitto, Vetus Latina y > Vulgata. En sus Prolegomena exponía sus ideas acerca de la manera de llevar a cabo la crítica textual, y que imprimieron un nuevo rigor a esta disciplina.
Siguieron los trabajos de J. A. Bengel (Prodromus Novi Testamenti Graeci Rectè Cautèque Adornandi, 1725; Novum Testamentum Graecum 1734), quien favoreció el principio de lectio difficilior potior: “la lectura más difícil es la más segura”; J. J. Wettstein (Prolegomena ad Novi Testamenti Graeci, 1731); J. J. Griesbach (1745–1812), que fue el verdadero iniciador de la clasificación de los mss. en tres familias textuales: la alejandrina, la occidental y la bizantina (Bengel había distinguido dos familias de textos: la asiática y la africana), y luego trató con cada familia como si fuesen un solo testigo. Incluyó un copioso aparato crítico que presentaba las variantes de lectura. En los casos difíciles o dudosos, parece haber tenido preferencia por el Textus Receptus.
3. En busca del texto original. Karl Lachmann (1793–1851), editor del Novum Testamentum Græce (1831), es quizás el más importante pionero de la crítica textual moderna, quien aplicó al NT métodos que había aprendido de sus estudios de los autores clásicos. En 1830 estableció los fundamentos de la moderna crítica textual del NT al rechazar la autoridad del Textus Receptus en favor de los testigos de los mss. más antiguos. Al poner manos a la obra en la construcción de un texto independiente del Textus Receptus, comenzó con la teoría de las evidencias «únicamente antiguas». Procuró restaurar el texto tal como estaba en el siglo IV, para lo cual contaba con solo cuatro copias griegas para ciertos libros, con dos o tres para otras, mientras que para el Apocalipsis tenía una sola copia. Agregó copias en latín antiguo y de citas de los Padres a su escaso surtido de evidencias. Aunque al principio fue criticado, siempre ocupó un lugar entre los principales editores del Nuevo Testamento griego.
Tischendorf, el gran explorador, erudito y aventurero bíblico, editor del «Novum Testamentum Graece» (1841–1869), se aparta aún más temerariamente que Lachmann del Textus Receptus, dando prioridad a los mss. más antiguos. La octava edición de su Nuevo Testamento (1869) dice basarse en «los tres manuscritos más célebres». Hizo poco uso de la «evidencia interna», y coleccionó un cuerpo de información mucho mayor que el de Lachmann, produciendo un prodigioso aparato de variantes. Este editor tenía por objeto (no como Lachmnann, dar el texto de alguna fecha temprana) reconstruir el texto original tanto como fuera posible. Su plan era el siguiente: «El texto ha de ser buscado solo a partir de las evidencias antiguas, y especialmente de los mss. griegos, pero sin descuidar los testimonios de las versiones y de los Padres. De este modo, la conformación completa del texto surgirá de las evidencias mismas, y no de lo que se llama edición recibida». Publicó ocho ediciones. Tuvo preferencia por dos mss. en particular: Codex Vaticanus y Codex Sinaiticus (que él mismo descubrió). El testimonio unido de estos dos mss. determinó su octava edición.
S. P. Tregelles (1813–1875) dice en el prefacio a la edición de su Greek New Testament (1857) que su propósito es «dar el texto sobre la base de la autoridad de los más antiguos mss. y versiones, y de la ayuda de las citas más antiguas, a fin de presentar, tanto como fuere posible, el texto comúnmente recibido en el cuarto siglo» (el cual creía que era el texto original). El texto crítico de Tregelles fue construido con el mismo método que el de Lachmann, adoptando las lecturas más antiguas. Como Tishendorf, sin embargo, tomó en consideración un cuerpo de información mucho mayor, incluyendo todos los mss. griegos hasta el siglo VII. Excepto unas pocas copias cursivas, confinó su atención a la evidencia antigua. Su texto tuvo buena acogida entre los eruditos, principalmente en Inglaterra, y su aparato crítico fue reconocido como el más exacto de todas las ediciones críticas. Dedicó 15 años a su labor crítica del NT, hasta que un accidente puso fin a sus esfuerzos.
Henry Alford (1810–1871), en su Greek Testament (1849) va cambiando el texto de una edición a otra, apartándose cada vez más del Textus Receptus hasta asimilarse estrechamente al de Tregelles. En sus últimos Prolegomena dice: «El texto que he adoptado ha sido construido siguiendo, en todos los casos ordinarios, la unida o preponderante evidencia de las más antiguas autoridades, tomando evidencias posteriores cuando las primeras no concuerdan ni son preponderantes… [a la vez que] aplicando aquellos principios de la crítica que parecen proveer sanos criterios acerca de si una lectura es espuria o genuina» (vol. 1, página 81). Decía de Tischendorf y de Tregelles: «Si Tischendorf ha incurrido en una falta por el lado de la hipótesis especulativa en cuanto al origen de las lecturas halladas en aquellos mss., debe confesarse que Tregelles algunas veces ha errado por el lado (más seguro, ciertamente) de escrupulosa adherencia a la mera evidencia literal de los mss. antiguos.»
Westcott y Hort, publican en 1881 The New Testament in the Original Greek, texto que ha influido enormemente en la mayoría de los eruditos desde que vio la luz. Los estudiosos de Cambridge habían osado alterar el texto tradicional arbitrariamente, con una fuerte preferencia por una excesiva e injustificada adherencia a los unciales más antiguos Sinaítico y Vaticano. Si bien varios siglos de las peores corrupciones eclesiásticas habían manchado estos antiguos documentos, Westcott y Hort tuvieron menos en cuenta muchos otros testigos de valor. Sentaron así el modelo para la tendencia moderna respecto a los diversos manuscritos.
Eberhard Nestle (1851–1913) publica en 1898 su Novum Testamentum Graece cum apparatu critico ex editionibus et libris manuscriptis collectis», que conoció nuevas ediciones en 1899, 1901, 1903, 1904, 1906, 1908, 1910 y 1912. Tras la muerte de Eberhard, las ediciones posteriores siguieron a cargo de su hijo, Erwin Nestle, desde la 10ª edición (1914) hasta la 25ª en 1963. Está basada en los textos de Tischendorf, Westcott y Hort, y Bernard Weiss, y adopta aquello en que concuerdan dos de tres. Una tras otra se sucedieron ediciones que procuraron incluir correcciones sustanciales. Se propone representar la suma de la erudición moderna. Entre otros, comete el error de relegar Juan 7:53–8:11 a una nota al pie de página; falla en Lucas 6:1 al emplear «un sábado», en vez de «el sábado segundo primero». Omite «que está en el cielo» en Juan 3:13, etc.
Erwin Nestle (1883–1972), hijo del anterior, se dio a conocer en primer lugar por su trabajo en la realización y actualización de la edición de la obra su padre. Se hizo acreedor de méritos propios por aportar un completo aparato crítico (a partir de la 13ª edición); aunque los testimonios citados han aumentado en las ediciones Nestle-Aland más recientes, las variantes anotadas son hoy en día y casi sin excepción las relacionadas por Erwin Nestle.
Kurt Aland (1915–1994) es quizás el crítico más eminente del siglo XX, pues se hace tarea difícil encontrar otro con una mayor lista de logros. Pero resulta difícil comprobar en qué medida hoy en día Aland ha influido en la práctica de la crítica textual. Alan se encargó del aparato del Nuevo Testamento de Nestle desde la edición 21ª, y lo proveyó de un formato nuevo y mucho más comprensible, que vio la luz en la edición 26ª. Escribió asimismo su Synopsis Quattuor Evangeliorum, que es hoy en día el resumen más fácil de comprender que existe. Se ocupó de mantener la lista de manuscritos hallados tras la muerte de Von Dobschütz y Eltester, y eventualmente publicó Kurzgefasste Liste der Griechischen Handschriften des Neuen Testaments. Finalmente, fue uno de los cinco editores (con Matthew Black, Bruce Metzger, Allen Wikren y Carlo Martini) responsables del texto de la United Bible Societies; The Greek New Testament, el más utilizado hoy en día.
Aland describe su propia teoría como el “método genealógico local”. Como él mismo indica, esto sería una aplicación de la regla “la lectura mejor es la que explica las demás”. Creó un árbol genealógico (a modo de organigrama) de las lecturas de una variante particular, tratando de determinar cuál es la fuente de todas las otras. En la práctica, sin embargo, Aland se inclinó claramente por el texto Alejandrino. Ello significa que esta descripción ha de ser modificada. Construyó una genealogía bajo la influencia del conocimiento de los tipos de texto y su historia. En teoría, tal vez se trate del método más correcto posible. Pero solo funciona cuando la historia del texto es totalmente conocida. Aland no estudió este tema en detalle. Solo conoció los textos Alejandrinos y Bizantinos, y sentía, como Hort, rechazo hacia los Bizantinos. Con estas restricciones a su método, no es sorprendente que pocos críticos textuales lo hayan adoptado.
4. Resumen. De lo dicho hasta aquí puede apreciare cómo durante los 14 siglos en que el NT fue transmitido en copias manuscritas, llegaron a añadirse a su texto numerosos cambios. De los aproximadamente 5.000 manuscritos griegos del NT conocidos hoy, no existen siquiera dos que coincidan en todos sus detalles. Al ser confrontados con esta cantidad de lecturas discrepantes, los editores han de decidir qué variantes merecen ser incluidas en el texto como originales, y cuáles deben ser relegadas al aparato crítico a pie de página. A pesar de que a primera vista la tarea de restauración puede parecer algo imposible de realizar a causa de las miles de variantes de lectura, los eruditos han logrado desarrollar ciertos criterios de evaluación que hoy son generalmente aceptados. Tales consideraciones dependen de probabilidades; en ocasiones, el crítico textual debe sopesar el conjunto de esas probabilidades, una con otra. El rango y la complejidad de los datos textuales son tan inmensos que ningún sistema de preceptos, por meticuloso que sea, podrá jamás ser aplicado con precisión matemática. Cada una de las variantes textuales necesita ser considerada individualmente y no juzgada conforme a reglas fijas.
Como resultado, todos los eruditos mencionados ayudaron al perfeccionamiento del texto del NT y demostraron su integridad general. Véase BIBLIA, MANUSCRITOS BÍBLICOS, MASORETAS, PAPIROS, PERGAMINOS, POLÍGLOTA, VERSIONES BÍBLICAS.