SARDIS

Gr. 4354 Sardeis, Σάρδεις, de etimología incierta; lidio, Sfard; persa, Sparda. Capital del antiguo reino de Lidia en el Asia Menor, a unos 80 km. al este de Esmirna, al pie del monte Tmolo (actual Boz Dag), en el valle medio del río Pactolo (actual Gediz), que desemboca en el mar Egeo. Se corresponde con la actual Sart, en la provincia turca de Manis.
Es mencionada por Heródoto (Hist. 7, 31), Jenofonte (Ciropedia, 7, 2–11), Plinio (Hist. Nat.) y Estrabón (Geog. 13), entre otros. Era una ciudad grande, rica e importante, objeto de codicia para muchos. El núcleo principal se elevaba sobre una alta y escarpada montaña, provista de fuertes muros protectores, que hacía de ella una fortaleza inexpugnable. Más tarde se extendió hacia la llanura que se encuentra al pie.
Los lidios, o ludim, descendientes de > Lud, hijo de Sem, hicieron de Sardis su capital. No hay que confundirlos con los ludim descendientes de Lud, hijo de Misraím y Cam, asentados en Egipto. Los ludim semitas fueron un pueblo guerrero, enérgico, que formó un imperio que se extendió hasta el río Halys. Durante el reinado de Ardys, Sardis fue atacada por los cimerios, pero no pudieron tomar la acrópolis.
El apogeo de su grandeza tuvo lugar bajo el reinado de Creso (s. VI a.C.), famoso por su riqueza y su filosofía. La primera parte de su reinado estuvo llena de gloria, y su dominio se extendió por toda el Asia Menor, con la excepción de Licia y Cilicia. Fue tan buen administrador como conquistador. Pero en el año 546 a.C. fue derrotado por los persas de Ciro el Grande, que se apoderaron de Sardis y la convirtieron en capital de una satrapía persa. Los persas extendieron el nombre de Sardis a toda la satrapía (Sparda en persa). En Sardis comenzaba el camino real que conducía a > Susa, la capital persa.
En el 499 a.C., Sardis fue incendiada por los atenienses durante la revuelta jónica. Conquistada por > Alejandro Magno, a la muerte de este pasó a formar parte del reino seléucida. Tras la batalla de Magnesia, que enfrentó a las fuerzas seléucidas de > Antíoco III contra el ejército de Roma, la región pasó a formar parte del reino helenístico de > Pérgamo, aliado de los romanos. Al morir el rey Átalo III de Pérgamo, dejó su reino en herencia a la República romana (133 a.C.), convirtiéndose en parte de la provincia de Asia (129 a.C.).
Fue destruida por un temblor de tierra en el año 17 d.C. (Estrabón, Geog. 12). El emperador Tiberio la eximió de impuestos para facilitar su reconstrucción, y además contribuyó con su propia fortuna (Tácito, Ann. 2, 47). En agradecimiento, la ciudad levantó un templo en honor del emperador y de su madre Livia. Sin embargo, el culto principal de Sardis era el tributado a la Magna Mater, una divinidad indígena parecida a la Ártemis de Éfeso, y que se cubría con el manto griego de Démeter, la Ceres de los romanos. La industria principal de la ciudad era la de la lana y la tintorería. Sus habitantes tenían fama de licenciosos e inmorales.
La ciudad tenía un barrio judío (Ant. 14, 10, 24), y bien pronto contó con una comunidad cristiana (Ap. 1:11; 3:1, 4). La carta a la Iglesia de Sardes es la más severa e imprecatoria de las siete. Aquella congregación había decaído mucho de su fervor primitivo y se encontraba en un estado lamentable. Estaba como muerta. Y el pequeño núcleo de cristianos fieles se hallaba amenazado de indiferencia en la vida espiritual. Jesucristo se presenta a ellos como «el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas» (Ap. 3:1). El autor sagrado quiere significar con estas expresiones el poder absoluto que Cristo tiene sobre las iglesias y sobre todos los cristianos. Estas estrellas representan las iglesias a las cuales se dirige San Juan. Y el tenerlas en su mano indica el poder que Jesucristo ejerce sobre los dirigentes y sobre las congregaciones. Otro tanto se puede decir de los «siete espíritus», que Cristo tiene en su mano como algo de que puede disponer. La Iglesia de Sardis «tiene nombre de vivo» (v. 9), pero en realidad «está muerta» (v. 1). Sin embargo, el juicio que el Señor profiere acerca de la vida de esta iglesia no es absolutamente negativo, es decir, no comprende a todos los miembros de la congregación. Muchos de los cristianos de Sardes carecen de vida espiritual, pero otros todavía la conservan. Por eso exhorta a velar para que no llegue a faltar también la vida en aquellos en los que aún subsiste (v. 2). Para estimularla a velar le recuerda el valor de los dones recibidos, que son dones de vida eterna. La exhortación a la vigilancia, sirviéndose de la imagen del ladrón (v. 3), es frecuente en los Sinópticos. El consejo de velar convenía de modo particular a Sardis, a causa de las desastrosas consecuencias que tuvieron para la ciudad dos hechos de su historia: Ciro el Grande había logrado apoderarse de ella mediante un ataque ejecutado por sorpresa, y lo mismo había hecho más tarde Antíoco III el Grande (218 a.C.). El recuerdo de estos dos eventos históricos podía servir a los cristianos para meditar en su vida religiosa deficiente, para arrepentirse y volver de nuevo a la vida fervorosa del principio. De lo contrario, el castigo no se haría esperar. El Señor se presentará de improviso, a la manera del ladrón, para castigar a los culpables.
A los que resulten vencedores en la lucha moral y espiritual contra los enemigos de Dios, Cristo les promete el premio escatológico de la vida eterna (v. 5), designado bajo una triple forma. En primer lugar, los vencedores se «vestirán de vestiduras blancas», que representan la victoria final y la gloria de que serán revestidos los elegidos en el cielo. Después se les promete que «jamás será borrado su nombre del libro de la vida», donde están registrados los nombres de los elegidos. En tercer lugar, el Señor promete al vencedor «confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus angeles», es decir, les reconocerá como suyos en el último juicio. Este premio, presentado bajo una triple forma, designa una misma cosa: la vida eterna que se promete a los fieles. Véase FIDELIDAD, LIBRO DE LA VIDA, LIDIA, VESTIDO.