CODICIA

CODICIA Codiciar es desear lo que no nos pertenece. En el Antiguo Testamento, la codicia es una ofensa a Dios. El decálogo prohíbe el robo, el deseo de los bienes ajenos y el codiciar a la mujer ajena. Es pecado no saber renunciar, por obediencia a Dios, a lo que en sí mismo podría ser un deseo natural y legítimo (Nm 11:4ss), y pecado es el deseo de satisfacción sexual fuera del matrimonio (Gn 39:7ss). El justo debe dominarse en la esfera sexual (2 S 11:2; Job 31:1).
La palabra griega que algunas veces se traduce «codicia» aparece cincuenta y tres veces en el Nuevo Testamento, tanto en forma verbal (epithymeo), como sustantiva (epithymia). Su raíz griega es thymós, «aquello que pulsa, hierve y bulle, en primera instancia la sangre y el corazón como sitios en los que están ubicadas las emociones» (clave lingüística del Nuevo Testamento. Elaborada por ISEDET). Aparece más en las Epístolas que en los Evangelios. Se emplea a veces para referirse al deseo que el hambre provoca (Lc 15:16; 16:21) o a un anhelo legítimo (Lc 22, 15; 1 Ts 2:17; Ap 9:6). Pero la mayoría de las veces denota un deseo malo de algo que no es bueno. Pablo utiliza el término en 1 Co 10:6 en el sentido de deseo pecaminoso (cf. Ro 13:9; Gl 5:24).
La codicia es una manifestación del pecado que hay en el hombre y que lo domina. Para Pablo este deseo es consecuencia de la prohibición del pecado (Ro 7:7s). El Nuevo Testamento predica arrepentimiento, el cual conduce a la resolución de negarse a sí mismo (Mt 15:24; Ro 6:11ss). Incluso después de haber recibido el Espíritu Santo, la codicia sigue siendo un peligro y hay que combatirla (Gl 5:17).