PURO

Heb. 2889 tahor, טָהוֹר = «puro», en sentido físico, ceremonial o moral, «limpio»; gr. 53 hagnós, ἁγνός = «puro, incontaminado», de la misma raíz que hagios, «santo», en tanto que libre de toda mezcla con el mal; 2513 katharós, καθαρός, «puro», por haber sido limpiado (cf. Mt. 5:8; 1 Ti. 1:5; Tit. 1:15; Heb. 10:22; Ap. 21:18, 21); 194 ákratos, ἄκρατος, de a, privativa, y keránnymi, «mezclar», lit, «sin mezcla» (Ap. 14:10).
La preocupación por la pureza, tanto moral como ceremonial o legal, es una constante en todas las religiones primitivas. Existen multitudes de leyes respecto a lo puro e impuro, limpio o común, sagrado y profano. La pureza se mantiene evitando el contacto con las cosas, animales o personas que la Ley declara impuras. La razón última de la pureza inculcada al pueblo es la santidad y pureza de Yahvé (Lv. 11:44–45). La > circunscisión, el sábado y las normas alimentarias (Lv. 20:24–25) pretenden separar a Israel de los demás pueblos.
El sistema de pureza se encontraba simbolizado de manera eminente en el > Templo de Jerusalén. Estaba escrupulosamente regulado el espacio que unos y otros debían emplear. Los gentiles no podían ir más allá de su espacio y entrar en el atrio de Israel; las mujeres no podían entrar en el atrio de los hombres; de todos los israelitas, solo el sumo sacerdote tenía acceso al Lugar Santísimo, y esto una vez al año.
En el Nuevo Testamento se concede muy poca importancia a la pureza física y legal. Jesús clarifica la cuestión de la pureza o la impureza diciendo: «Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre» (Mt 15:11, 18; Mc. 7:15). Es una sentencia formada por dos frases en paralelismo antitético: lo que entra en el hombre no lo hace impuro, lo que sale del hombre sí puede hacerlo impuro. Jesús rechaza toda la manera de pensar que se oculta detrás de las prescripciones de los rabinos sobre la pureza; declara puros todos los alimentos, liberando a sus seguidores de todas las prohibiciones en materia de comidas. Lo mismo dice el apóstol Pablo, para quien «todas las cosas son puras para el puro» (Ro. 14:20). La pureza verdadera consiste en la transformación del corazón. Las leyes sobre la pureza moral son consideradas por el apóstol Pablo como «débiles y pobres principios elementales» (Gal. 4:9). No hay nada en sí sagrado o profano, puro o impuro. La creación entera, toda ella, es buena por ser obra de Dios. Las cosas del mundo nunca son impuras. Lo llegan a ser solo a través del corazón de los hombres. Y por encima de todo, no hay personas impuras, sino que todas son invitadas a participar de la salvación de Dios (cf. Hch. 10:15, 28). Véase IMPUREZA, LIMPIO, SANTO.