Vanidad

Heb. 1892 hébel, הֶבֶל, lit. «soplo de aire o de la boca, vanidad, vaciedad, lo pasajero» (1 R. 16:13; 2 R. 17:15; Sal. 39:5, 11; 62:9; 78:33; Ecl. 1:2 etc., Jer. 8:19; 10:3, 8; 16:19; 18:15; 51:18); 206 awén, אָוֶן = «nada, vanidad», aplicado a la idolatría (cf. 1 Sam. 12:21; Sal. 31:6; Is. 41:29); gr. 3153 mataiotes, ματαιότης = «vaciedad, vanidad», relacionado con mátaios, μάταιος, «nulo, vano, insustancial», referido a prácticas idolátricas: « (de estas) vanidades» (Hch. 14:15); a la pseudo-ciencia cristiana de algunos considerados sabios (1 Cor. 3:20); a la fe, si Cristo no ha resucitado (1 Cor. 15:17); a cuestiones, contenciones, etc. (Tit. 3:9). Indica la creación sometida a vanidad (Ro. 8:20) por no haber alcanzado los resultados para la que había sido dispuesta, impotente y fracasada, por lo tanto, condenada a la decadencia por causa del pecado; Vulg. vanitas.
En principio, «vanidad» implica todo aquello que es «vano», es decir, que carece de realidad, que no es nada, como los ídolos y falsos dioses (cf. Is. 41:29). Para ello se utiliza el término awén. Los infieles a Yahvé que se apartaron del camino verdadero para ir tras la vanidad de los ídolos llegan a ser ellos mismos vanos: «¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, para que se hayan alejado de mí y se hayan ido tras la vanidad, haciéndose vanos ellos mismos?» (Jer. 2:1).
Cuando se habla de «vanidad» en un sentido más filosófico o existencial, se utiliza el término hébel que hace referencia al vacío, a lo que es pasajero, como el hombre y sus días sobre la tierra, por su naturaleza mortal (Job 7:16; Sal. 144:4, etc.); sus pensamientos (Sal. 94:11); sus posesiones (Prov. 13:11). Es el término utilizado invariablemente por el autor del Eclesiastés. Su pesimisno no es el de Job, azotado por las desgracias y el sufrimiento, sino el de un hombre agraciado por la fortuna. Pero el Eclesiastés no ve más que vanidad en todo lo perteneciente a esta esfera de «debajo del sol», donde todo es pasajero (Ecl. 1:2; 4:7, etc). Si todo termina, nada hay que merezca la pena. Todo se repite indefinidamente en una fatigosa monotonía (1:4–9), no hay nada por descubir y, al final, todo queda en el olvido (vv. 10–11). La vanidad de lo que existe y de lo que se hace no es solo monotonía y aburrimiento, es también «aflicción de espíritu» (v. 15), sentimiento de impotencia: «Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no se puede completar» (v. 15). El autor de estas reflexiones vivió hacia el siglo III a.C. en una época de brillante civilización helenista, en que muchos de sus contemporáneos abrazaban el modo de vida griego, con su culto al cuerpo, el deporte, la filosofía, el arte, el teatro. Nada de esto puede «satisfacer» totalmente al hombre; tampoco el placer, ni la riqueza, ni la gloria. «No hay provecho alguno debajo del sol» (2:11). Ni del sabio ni del necio habrá perpetua memoria, puesto que en los días venideros ya habrá sido olvidado todo. «Entonces aborrecí la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa» (vv. 16–17).
Muchos se ha preguntado si el escepticismo del Qohélet es compatible con la fe de Israel, en general, y la cristiana, en particular. Más que en clave escéptica, la impresión de «vanidad» en este autor hay que entenderla en como una operación de relativización frente a sus contemporáneos, israelitas creyentes como él, que contemplaban cautivados la cultura helénica. También Jesús relativizó en gran manera muchas de las ocupaciones a las que el hombre se dedica como si fueran el todo de la vida. Jesús de Nazaret se preguntaba de qué le vale al hombre ganar todo el mundo si al final pierde su alma (Mc. 8:36). Por su parte, el apóstol Pablo apuntaba a sus fieles de Corinto que la apariencia de este mundo pasa (1 Cor. 7:31), de modo que lo sensato es vivir sin perder de vista el carácter transitorio de cuanto nos rodea y hacemos. Para el Apóstol, hasta la misma creación, por la caída del hombre, está sujeta a vanidad (Ro. 8:20), de la que solo será librada en la manifestación gloriosa de Cristo (v. 21). Véase ECLESIASTÉS, HELENISMO, ORGULLO.