Odio

Heb. 8135 sineah, שִׂנְאָה = «odio, enemistad», de 8130 sané, שׂנא, raíz prim. «aborrecer, odiar»; gr. misos, μῖσος = «odio», verb. 3404 miseo, μισέω = «odiar, aborrecer».
Sentimiento contrario al amor. En general, el odio es la intensa repulsión que una persona le dispensa a otra o a alguna cualidad u objeto que identifica con el objeto de su disgusto. Los teólogos mencionan dos aspectos distintos de este tipo de pasión.
En la psicología bíblica, el odio o aborrecimiento es una pasión que se define privativamente como una falta de amor, amar menos o en grado inferior, como p.ej. cuando se dice: «A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí» (Ro. 9:13). A Jacob le es conferida una serie de privilegios y bendiciones que son pruebas del amor de Dios por él; es tratado como un amigo. Pero a Esaú le son negados esos privilegios y bendiciones, y por tanto es tratado como se tratan entre sí las personas que no se aman (cf. Mal. 1:2, 3; Gn. 25:23; 27:27–29, 37–40). El mismo sentido privativo, no positivo, del odio aquí mencionado, queda explicado en el caso de un hombre casado con dos mujeres, la una amada y la otra «aborrecida», es decir, menos amada que la primera (Dt. 21:15; cf. Gn. 29:30). En el mismo sentido hay que entender aquel dicho tan crudo de Jesús: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, a hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:26), según el cual incluso los seres más queridos en la tierra quedan subordinados respecto al amor en grado sumo, que, en este caso, es el seguimiento de Cristo para salvación. Del mismo modo, el discípulo de Cristo debe odiar-aborrecer su vida, en el sentido de estar dispuesto a sacrificarla por amor a la causa de Cristo. Es una cuestión de fidelidades, y la fidelidad al bien supremo exige un amor supremo (Prov. 13:24; Mt. 6:24; 10:37; Lc. 14:26; 16:13; Jn. 12:25).
Los moralistas distinguen dos aspectos importantes en esta cuestión: primero, el odium abominationis, o sentimiento de repugnancia intensa hacia los atributos que posee una persona, y de manera secundaria hacia la persona misma; segundo, el odium inimicitiae, u hostilidad dirigida a la persona. Quien experimenta este tipo de aversión y enemistad por alguien se complace en una actitud que busca señalar todo lo que de malo o desagradable pueda encontrarse en el objeto de su pasión. Quien es hostil a otro siente una satisfacción feroz al desacreditarlo, y desea que el destino de esa persona resulte adverso, ya sea en lo general o en un aspecto especifico. En este sentido, la hostilidad es una falta de amor, siempre pecaminosa y que puede llegar a ser grave. En el lenguaje paulino, es una «obra de la carne» (Gal. 5:20). Véase ABORRECER, ABORRECIMIENTO, AMOR.