SIMEÓN, Tribu de

Tribu originada por Simeón, hijo de Jacob. Simeón tuvo seis hijos. Excepto uno, todos fueron cabezas de clanes (Gn. 46:10; Nm. 26:12–14; 1 Cro. 4:24). Al comenzar la peregrinación por el desierto, el príncipe de la tribu era > Selumiel, hijo de Zurisadai (Nm. 1:6; 2:12; 7:36, 41; 10:19); para la época de la entrada en Canaán, era Semuel hijo de Amiud (Nm. 34:20). Al efectuarse el primer censo, Simeón contaba con 59.300 guerreros (Nm. 1:23; 2:13); en cambio, en el segundo no tenía más que 22.200 (Nm. 26:12–14). La tribu envió a Safat hijo de Horí a explorar el país de Canaán (Nm. 13:5). Moisés, bendiciendo a las tribus antes de dejarlas, no menciona a Simeón (Dt. 33). No obstante, la omisión de esta tribu puede explicarse por el hecho de que debía quedar dispersa en Israel (Gn. 49:5–7). Jacob pronunció la misma sanción contra Leví, pero la acción fiel de esta tribu le valió el servicio religioso, con lo que su dispersión vino a tornarse en bendición. Después de la muerte de Moisés, en el reparto de Canaán, Simeón no recibió territorio independiente, sino dentro del asignado a Judá. Aunque no son mencionados explícitamente, los simeonitas no quedaron por ello excluidos de las bendiciones invocadas sobre las tribus. Quedan comprendidos en la bendición colectiva del inicio y del fin del poema.
La tribu de Simeón formó, con otras, al pie del monte Gerizim para bendecir al pueblo (Dt. 27:12). Cuando se llevó a cabo en Silo el reparto del país de Canaán, la segunda suerte cayó para Simeón; recibió el extremo sur de Canaán, que le fue dado del territorio asignado a Judá (Jos. 9:1–9).
Judá y Simeón se aliaron para combatir a los cananeos (Jue. 1:1, 3, 17). Entre las ciudades simeonitas se hallaban Beerseba, Siclag y Horma (Jos. 19:1–9), en el Neguev.
Bajo Ezequías, los simeonitas se apoderaron del valle de Gedor y se introdujeron en el monte de Seír, destruyendo a los amalecitas que vivían allí (1 Cro. 4:42–43). Según algunos comentaristas, una gran parte de esta tribu llegó a desaparecer. Es mencionada escatológicamente en la profecía de Ezequiel acerca del futuro reparto del país de Canaán (Ez. 48:24, 25, 33) y en la visión apocalíptica de 12.000 simeonitas marcados por el sello divino (Ap. 7:7).