LEY DE LA FE

Gr. nomos písteos, νόμος πίστεως, expresión paulina utilizada en Ro. 3:27.
La «novedad» introducida por Cristo respecto a la Ley es el centro del mensaje paulino, que considera a Cristo como el liberador de la «potencia condenatoria» que esta contenía (Ro. 5:20; 7:6). Frente a la antigua alianza, testimoniada en letras grabadas en piedra, Cristo presenta un «nuevo pacto» o alianza en su sangre, «no de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica», de modo que «lo que había sido glorioso no es glorioso en comparación con esta excelente gloria» (2 Cor. 3:7–11). Para los cristianos la verdadera desobediencia es, paradójicamente, volver a la Ley (Gal. 2:18). Porque «ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas. Esta es la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen» (Ro. 3:25–26).
Cuando Pablo recurre al término «ley» para hablar del compromiso de los cristianos, lo hace en un sentido totalmente diverso del que tenía en el judaísmo y en el mundo helenístico. Se tratará realmente de la «ley del Espíritu de vida» (Ro. 8:2), de la «ley de Cristo» (Gal. 6:2), de la Ley de la nueva alianza, escrita no ya como en un código en piedra, sino en la interioridad del espíritu (2 Cor. 3:6). Entendida de este modo, la Ley de Cristo da a la moral cristiana aquella flexibilidad que le permitirá al Apóstol portarse como judío con los judíos y como no judío con los no judíos, para conquistar a todos para el Evangelio (1 Cor. 9:19–23).
Es la Ley de la «nueva alianza» (2 Cor. 3:6), la Ley del «hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la santidad verdadera» (Ef. 4:23–24), anunciada de antemano por los profetas como ley del «corazón nuevo» (cf. Jer. 31:31; Ez. 36:26–27). Es «ley del Espíritu» (Ro. 8:2), presencia del Espíritu (Ro. 7:14), dado por Cristo, como sujeto que inspira la nueva vida del hombre anunciada por los profetas (Ez. 11:19–20; 36:25–28).
La Ley se llama «nueva» en antítesis a la «antigua», que era exterior y coactiva, frente a la novedad de la Ley de Cristo que consiste esencialmente en la interioridad y en la libertad. El Espíritu es el principio de esta interiorización ontológica, una ley escrita «no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo» (2 Cor. 3:3). A diferencia de la ley exterior que es > letra, y por eso mismo «ley de pecado y de muerte» (Ro. 8:2), la Ley del Espíritu es «ley que da la vida en Cristo Jesús» (Ro. 8:29): «la letra mata, el Espíritu da vida» (2 Cor. 3:6). Del Espíritu provienen las actitudes fundamentales del cristiano, en particular el amor, que resume y da cumplimiento a toda la Ley (Ro. 5:5; 15:30; Gal. 5:22; Col. 1:8; Ro. 13:10; 1 Cor. 13:7; Gal. 5:14; Col. 3:14). Por eso, hay que «caminar según el Espíritu», sin ahogar su voz, evitando todo lo que le entristece (Gal. 5:25; 1 Tes. 5:19; Ef. 4:30; 1 Tes. 4:8). Así es como el cristiano se transforma gradualmente en «hombre interior» (Ef. 5:18; 3:16).
A la interioridad va unida la libertad de la nueva Ley. Inscrita por el Espíritu en el «corazón» mismo del cristiano, este no la siente como un vínculo coactivo externo, sino como una vocación filial. «Dios ha mandado a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo… Por tanto, ya no eres esclavo, sino hijo» (Gal. 4:6–7). A diferencia del esclavo que sufre la ley y la teme, el hijo la reconoce y la cumple como exigencia y como tarea propia (Ro. 8:15).
Bibliografía: J. Auer, El evangelio de la gracia (Herder 1975); J Bommer, Ley y libertad (Herder 1970); J.M. Díaz Rodelas, Pablo y la Ley (EVD 1983); B Haring, La ley de Cristo (Herder 1973); G, Kraus, “Ley y evangelio”, en DTD, 396–403; E.F. Kevan y J. Grau, La Ley y el Evangelio (EEE 1973); S. Lyonnet, Libertad y ley nueva (Sígueme 1964), Id., El amor plenitud de la ley (Sigueme 1981); G. Söhngen, La Ley y el Evangelio (Herder 1966); A. Valsecchi, “Ley nueva”, en NDTM, 1028–1040.