Heb. 748, arakh, ארך = «alargar, prolongar, ser paciente»; gr. 5281 hypomoné, ὑπομονή, lit. «permanencia bajo», de hypó, «bajo», meno, «permanecer», que se traduce «paciencia» de un modo casi invariable; 463 anokhé, ανοχή, «retención», relacionado con anekho, «soportar, sufrir», indica contención, clemencia, retraso de un castigo (Ro. 2:4; 3:25); sinónimo de este término es 3115 makrothymía, μακροθυμία, «longanimidad», que expresa paciencia ante personas hostiles y se traduce indistintamente por «paciencia» (Ro. 9:22), «mansedumbre» (Gal. 5:22), «tolerancia» (Ef. 4:2; Col. 3:12; 2 Ti. 4:2; Stg. 5:10; 1 Pd. 3:20; 2 Pd. 3:15).
La paciencia es una forma concreta de bondad, relacionada con la benignidad, la clemencia y la misericordia; se trata de la buena disposición para ayudar, o la tolerancia ante las faltas e importunidades. Cada vez que Yahvé se conmueve por la miseria de su pueblo, se deja vencer por la compasión, que se expresa en una paciente ayuda concreta. Aunque Israel se aleje de su bienhechor, este no interviene con su justicia punitiva, sino que espera con mucha paciencia. Por esta razón, Dios aparece siempre como rico en paciencia y misericordia (Ex. 34:6). Es «lento para la ira», es decir, paciente (Nm. 14:18; Sal. 86:15; 103:8; 145:8; Jl. 2:13; Jon. 4:2; Nah. 1:3; Stg. 1:19), por lo que «extiende» o «prolonga» su misericordia (Gn. 39:21).
La paciencia en el hombre, y por analogía en Dios, implica sufrir circunstancias adversas con la vista puesta en la esperanza. Como bien expresa el término gr. anokhé, consiste en soportar, sufrir, tolerar. Se aplica al hombre tanto como a Dios, en quien constituye la base, no de su perdón, sino de pasar por alto los pecados, el hecho de no infligir la retribución debida; representa una suspensión de la ira que habrá de ser ejercitada a su tiempo, a no ser que el pecador acepte las condiciones divinas. La misma idea reforzada se expresa por la palabra makrothymía, «longanimidad», cualidad de autorrefrenamiento ante la provocación, que no toma represalias apresuradas ni castiga con celeridad; es lo opuesto a la ira y siempre va asociada con la misericordia.
El cristiano es exhortado al ejercicio de esta virtud, a fin de que el creyente pueda soportar sin murmuraciones aquellas pruebas ordenadas por el Señor, así como las oposiciones, injusticias y provocaciones que puedan caer sobre él por causa del nombre de Cristo (Ro. 5:3, 4; 8:25; 15:4; Gal. 5:22; Ef. 4:22; Col. 1:11; 3:12; Tit. 2:2; Heb. 6:12; 10:36; Stg. 1:3, 4; 5:7, 8, 10, 11; 2 Pd. 1:6, etc.). La paciencia no se rinde ante las circunstancias adversas, ni sucumbe ante la prueba; es lo opuesto a la desesperación y está asociada con la esperanza.
La paciencia de los creyentes debe ser reflejo de la paciencia del mismo Dios, «el Dios de la paciencia» (Ro. 15:5), quien ciertamente la ha mostrado hacia un mundo lleno de pecado, por medio de la cruz de Cristo: «habiendo pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados» (Ro. 3:25). Ya la manifestó en el AT cuando dejó un largo espacio de tiempo para el arrepentimiento a los contemporáneos de Noé (1 Pd. 3:20). La paciencia de Dios es para salvación (2 Pd. 3:15). Por cuanto el creyente tiene que manifestar el espíritu de Cristo, es llamado a ejercitar «la paciencia de Cristo» (cf. 2 Tes. 3:5), y ello «hasta la venida del Señor» (Stg. 5:7), que debe esperar pacientemente (Ro. 8:18–19), pues así se perfecciona el carácter cristiano (Stg. 1:4). Por ello, la comunión en la paciencia de Cristo es la condición en la que los creyentes serán admitidos a reinar con él (2 Ti. 2:12; Ap. 1:9). Véase ESPERANZA, IRA, MISERICORDIA, PERSEVERANCIA.