Diablo. Nombre griego que significa «adversario», al igual que su correspondiente heb. Satán o Satanás. Así es como se traduce este vocablo cuando se alude a otros adversarios. Cp. Nm. 22:22; 1 R. 11:14, 23, 25. Fue el diablo que al principio engañó a Eva, porque está claro que el dragón, la serpiente antigua y Satanás son todos ellos el mismo espíritu malvado (Ap. 20:2). El diablo, Satanás, fue el gran adversario del pueblo de Dios en los tiempos del AT (1 Cr. 21:1); fue quien tentó al Señor Jesús, que le trató como Satanás; y es el tentador y adversario de los santos y de toda la humanidad en la actualidad. Intenta neutralizar el efecto del evangelio; arrebata la buena semilla sembrada en el corazón (Mt. 13), y ciega las mentes de los incrédulos para que la luz del evangelio de la gloria de Cristo no resplandezca en ellos. Sus esfuerzos son frustrados por Dios, o nadie sería salvo.
Además, para contrarrestar la obra de Dios, Satanás suscita herejes que se mezclen con los santos, para corromperlos con malas doctrinas, como se enseña en la metáfora de la cizaña sembrada entre el trigo. Va alrededor como león rugiente buscando a quién devorar (1 P. 5:8), pero los santos son exhortados a resistirle, y él se apartará de ellos (Stg. 4:7). El poder de la muerte, que tenía el diablo, le ha sido anulado por Cristo en Su muerte (He. 2:14). Se advierte a los santos en contra de sus maquinaciones (2 Co. 2:11), porque se transforma en ángel de luz, en maestro de moralidad (2 Co. 11:14). Dios provee una completa armadura para Sus santos, a fin de que puedan resistirle a él y sus artimañas, dándoles la espada del Espíritu (la palabra de Dios), como arma de ataque (Ef. 6:11–18)
El origen de Satanás no se afirma de una manera explícita, pero parece evidente (como creía la iglesia en su época más temprana) que hay una referencia a él en Ez. 28:12–19, bajo el nombre de rey de Tiro, como «querubín protector de alas desplegadas»; todas las piedras preciosas y el oro eran también vestidura suya, resplandecientes de luz reflejada; tenía su lugar en Edén, el huerto de Dios, y estuvo en el santo monte de Dios. Era perfecto en todos sus caminos desde el día en que fue creado, hasta que se halló maldad en él. Esto difícilmente podría aplicarse al príncipe de Tiro (vv. 1–10) como ser humano, pero las Escrituras lo atribuyen al rey de Tiro. Es muy indicativo el cambio que hay de príncipe (heb.: nagid, conductor) de Tiro (v. 2) a rey (heb.: melek, rey). Tiro, en su sabiduría y hermosura mundanas, es considerado moralmente como la creación del rey y dios de este mundo, y acabará su carrera en condenación en el lago de fuego.
En la Epístola de Judas se da la acción del arcángel Miguel en relación con Satanás como ejemplo de moderación al hablar de las dignidades: él no se atrevió a proferir juicio de maldición contra el diablo, sino que dijo: «El Señor te reprenda.» Esto implica que Satanás había sido puesto en dignidad, la cual, aunque había caído, tenía que ser todavía respetada, de la misma manera que la vida de Saúl era sagrada a los ojos de David porque era el ungido de Dios, aunque había caído. Que Satanás ha sido puesto en dignidad queda confirmado por el hecho de que Cristo, en la cruz, despojó a «los principados y a las potestades», no solamente a las «potestades» (Col. 2:15).
La expresión «el príncipe» de este mundo (Jn. 12:31) «el dios de este siglo» (2 Co. 4:4), y «el príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2) se refieren evidentemente al diablo. Cuando el Señor fue tentado en el desierto, Satanás, después de mostrarle «todos los reinos del mundo», le ofreció darle todo el poder y la gloria de ellos, si le adoraba, añadiendo «pues a mí me ha sido entregado, y se lo doy a quien quiero» (Lc. 4:5, 6).
En el libro de Job vemos que Satanás tiene acceso a Dios en los cielos (Job 1:6, etc.); el cristiano lucha con los poderes espirituales de maldad en los lugares celestes (Ef. 6:12); llegará el día en que Miguel y sus ángeles lucharán contra Satanás y sus ángeles, y que éstos serán expulsados del cielo (Ap. 12:7). Esto parece indicar que Satanás tiene un lugar en el cielo, tal como Dios se lo dio originalmente. Durante el milenio sería encerrado en el abismo, después dejado suelto por un corto espacio de tiempo, y finalmente será arrojado en el lago de fuego (Ap. 20:1–10), preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41).
Cuando Jesús nació, Satanás intentó destruirle (Mal. 2:16; Ap. 12:1–5). Al terminar la carrera terrena del Señor, Satanás fue el gran instigador de su muerte. Para conseguirlo, entró en Judas Iscariote, en tanto que en los otros casos, hasta allí donde nos ha sido revelado, la posesión la efectuaba un demonio, y no el mismo diablo. Cuando el Señor fue arrestado, dijo a los judíos: «ésta es vuesta hora, y la potestad de las tinieblas» (Lc. 22:53). Pero Cristo fue el verdadero vencedor. Con Su muerte venció al que tenía el imperio de la muerte, al diablo (He. 2:14); llevó cautiva la cautividad (Ef. 4:8). Sin embargo, Satanás sigue obrando, y cuando sea arrojado a la tierra vendrá a ser el espíritu de una trinidad de maldad. Dará su trono y autoridad a la Bestia (Ap. 13:2). Será también el caudillo de las naciones en la última batalla contra el campamento de los santos (Ap. 20:7–9).
Es un hecho notable que, a pesar de la maldad de Satanás, Dios lo usa en la disciplina de Sus santos, como en el caso de Job, pero solamente permite al diablo ir hasta donde Él quiere (cp. Job 1:12). Pablo usó su poder apostólico para entregar a algunos a Satanás para la destrucción de la carne (1 Co. 5:5; 1 Ti. 1:20). El aguijón que el mismo Pablo tenía en la carne era un mensajero de Satanás que le abofeteaba, para que lo sublime de las revelaciones que había recibido en el tercer cielo no le hicieran exaltarse desmedidamente (2 Co. 12:7). Se debe recordar que Satanás es ya un enemigo moralmente vencido, porque ha sido ya denunciado (Col. 2:15); también que ningún cristiano puede ser tocado por él, excepto en lo que Dios el Padre permita y controle para la disciplina de Sus hijos y para bien de ellos.