BAAL. En lengua babilónica, Belu o Bel, «Señor», era el título del dios supremo de los cananeos. Su adoración procedía de Babilonia, «madre … de las abominaciones de la tierra». Allí era el título especialmente aplicado a Merodac, dios de Babilonia, llamado también Marduk. Como la palabra hebrea, significa «poseedor», que ha supuesto que al principio significaba, al usarlo en sentido religioso, el dios de un lugar particular. Pero de ello no hay prueba alguna, y el sentido de «poseedor» se deriva del de «señor». El Bel-Merodac babilónico era un dios-Sol, lo mismo que el Baal cananeo, cuyo título completo era Baal-shemaim, «señor del cielo». Como dios-Sol, Baal era adorado bajo dos aspectos: como benefactor y como destructor. Por una parte sus benéficos rayos daban luz y calor a sus adoradores; por la otra, sus fieros rayos caniculares secaban en verano la vegetación que él mismo había producido. De ahí que se le ofrecieran sacrificios humanos para apaciguar a la deidad en tiempos de hambre, o de pestes, u otras calamidades. La víctima era generalmente el primogénito del sacrificador, y era quemado vivo. En el AT esto es mencionado eufemísticamente como «hacer pasar a sus hijos por fuego» (2 R. 16:3, etc.). El culto a Baal adquiría formas diversas en las distintas naciones. Cada una de ellas tenía su propio Baal o divino «Señor», que frecuentemente asumía el nombre de la ciudad o nación a la que pertenecía. Por ejemplo, Baal-Tarz era el «Baal de Tarso». En otros casos, se unía el título con el nombre individual del dios en cuestión, y tenemos a Baal-Tammuz, «El Señor Tammuz», o «el Señor es Tammuz», etc. Todas estas formas eran conocidas colectivamente con el nombre de Baalim, o «Baales», y tenían su lugar al lado de la deidad femenina Astoret (véase), o Astarté.
Al entrar en la tierra, indudablemente los israelitas hallaron templos, arboledas, altares, y lugares altos consagrados a Baal, en los que se ofrecía incienso y ofrendas, y en los que se les sacrificaban niños, en tanto que en su servicio se mantenía una gran cantidad de sacerdotes (Nm. 22:41; 1 R. 18:22; Jer. 11:13; 19:5; 32:29).
Los israelitas pronto fueron seducidos a la adoración de Baal (Jue. 2:11, 13; 3:7; 6:31, 32; 8:33; 10:6, 10) y, aunque bajo Samuel la abandonaron (1 S. 7:4; 12:10), después de la división del reino fue totalmente establecida en Israel por Acab (1 R. 16:32). Sin embargo, Elías se mantuvo en testimonio por Jehová, y suscitó la cuestión con Israel de si era Jehová Dios, o si lo era Baal, estableciendo los derechos de Jehová con fuego del cielo. Esto llevó a la matanza de todos los profetas de Baal (1 R. 8:17–40). Pero la idolatría persistió hasta los días de Jehú, que dio muerte a sus adoradores y destruyó su templo e imágenes (2 R. 10:18–28). Sin embargo, volvió a avivarse en Israel, y bajo Ocozías y Atalía se extendió también por Judá. Allí se hallan adoradores de Baal durante los reinados de Acaz y de Manasés (2 R. 11:18; 16:3, 4; 17:16, 17; 21:3). Así consiguió seducir Satanás al pueblo de Dios tras la idolatría. Entre los baales mencionados en la Biblia se hallan BAAL-BERIT (Jue. 8:33, etc.); BAAL-PEOR (Nm. 25, etc.); BAAL-ZEBUB (2 R. 1:1–6, 16).