Adivinación. Condenada con pena de muerte en la Ley (Lv. 20:27, etc.). Las numerosas referencias en las Escrituras a las varias formas del ocultismo, como ahora se le denomina, y las fuertes denuncias en contra de que los israelitas tuvieran participación alguna en tal cosa, muestran que se trataba de una peligrosa realidad, por mucho que fuera el engaño que en ocasiones pudiera haberse incluido en ello. Leemos por primera vez acerca de la adivinación cuando Faraón convoca a todos los magos, chartummim, de Egipto, y a los sabios, para que interpreten su sueño (Gn. 41:8). Habiendo fracasado todos sus intentos, fue llamado el varón de Dios que estaba en la cárcel para que interpretara el sueño, y ello resultó la ocasión de llevar a cabo los propósitos de Dios con respecto a José. Es indudable que la anterior clase de hombres eran eminentes por su acervo de conocimientos, como lo eran los que se hallaban en la corte de Babilonia, sobre los que Daniel fue hecho jefe (Dn. 4:7, 9).
Entre los magos de Egipto los había algunos, al menos, que podían ejercitar poderes más allá de los obtenidos por el conocimiento humano. Cuando Moisés estaba tratando de convencer a Faraón del poder de Dios mediante señales, los magos de Egipto pudieron convertir sus varas en serpientes, y simular las dos primeras plagas con sus encantamientos (Éx. 7:22; 8:7). Éstas fueron la transformación del agua en sangre, y la plaga de las ranas. Esto se hallaba más allá del poder meramente humano, y es evidente que los magos no obraban por el poder de Dios; tiene que haber sido entonces por el poder de Satanás. Se desconoce la naturaleza de los encantamientos utilizados; la palabra es lat, y significa «artes secretas, mágicas». Satanás puede sugerir qué encantamientos emplear, si el hombre está dispuesto, y puede ejercitar sus poderes hasta allí donde Dios se lo permite. Después de estas dos plagas, el poder fue refrenado, y los magos tuvieron que admitir, cuando se formaron los piojos, «Dedo de Dios es éste».
En Dt. 18:10–11 se da una lista de cosas que tienen que ver con la adivinación que fueron denunciadas por el Señor:
1. Adivinación, qesen, «predicción». Un notable pasaje en Ez. 21:21–22 da unos ejemplos de cómo adivinaban los paganos. El rey de Babilonia había llegado a una encrucijada; deseando saber si debía tomar el camino a Rabá o a Jerusalén, recurrió a la adivinación. Primeramente, «sacudió sus flechas». Es indudable que se inscribieron dos o más flechas con los nombres de las ciudades, agitándolas en el carcaj; la flecha tomada con la mano derecha decidiría cuál era el camino a tomar. Jerusalén cayó a la mano derecha. Es posible que el rey tuviera todavía dudas, por lo que se desconoce cómo se usaban éstas en adivinación; cp. Zac. 10:2. El rey buscó aún otra guía: «miró el hígado». Había ciertas normas por las que se decía que las entrañas de un sacrificio eran propicias para algo, o no. Que el rey utilizara tres maneras diferentes de adivinación demuestra que no tenía una gran confianza en ellas; es posible que hubiera sido engañado por ellas anteriormente. ¡Qué diferencia de una respuesta que Dios concediera a Israel!
Se mencionan otros medios de adivinación, como «adivinación por la copa» (Gn. 44:5, 15). Esto era practicado por los egipcios y persas, y se describe así: se echaban pequeños trozos de metal y piedrecitas, marcados con signos, a la copa, y se obtenían respuestas de ellas al caer. En ocasiones se llenaba la copa con agua, y al caer la luz del sol sobre el agua, se veían o imaginaban imágenes sobre la superficie. Otra referencia es: «Mi pueblo a su ídolo de madera pregunta, y el leño le responde» (Os. 4:12). Los árabes usaban dos varas, sobre una de las cuales se escribía Dios lo quiere, y sobre la otra Dios lo prohíbe. Se agitaban juntas, y la primera en caer, o en ser sacada, era aceptada como la respuesta; o se lanzaba una vara, y la respuesta quedaba dada por la dirección en la que caía. Se verá aquí que se invocaba a un «ídolo de madera», y que lo que «el leño», o la vara, dijera, quedaba controlado por él. Así que en toda adivinación se usaban encantamientos, y se invocaba a los dioses para que dieran las respuestas más favorables. Sabemos que detrás de todo ello se hallaban demonios que controlaban los resultados dados, para llevar a cabo los propósitos de Satanás.
En Hechos hallamos a una joven poseída por espíritu de adivinación, o de Pitón. Éste era un oráculo profético en Delfos, considerado como el centro focal de la adivinación pagana. Un espíritu maligno relacionado con aquel oráculo poseía a esta joven. Es notable el testimonio del espíritu maligno hacia los siervos del Dios Altísimo; puede haberse visto forzado a hablar así al verse ante el poder de Dios (como los demonios reconocían atemorizados a Cristo); sin embargo, el apóstol no podía tolerar recomendaciones procedentes de tal fuente: el espíritu fue echado por un poder superior. Aquí acabó su adivinación, y su dueño perdió la fuente de sus inicuos beneficios (Hch. 16:16–19).
2. Agorero o, como otros lo traducen, «observador de los tiempos»: puede haber incluido ambas cosas. El término es anan, que también se traduce como encantador, hechicero. El observador de los tiempos determinaba los días propicios y no propicios, y nada debía hacerse sin consultar a los dioses. Tenemos un ejemplo de ello en Ester, cuando Amán echó suertes para hallar el día en que llevar a cabo sus planes contra los judíos (Est. 3:7). Es indudable que al echar la suerte invocaron a sus dioses para asegurar el éxito. Otros practicaban los augurios con el similar propósito de determinar la voluntad de su dios. La respuesta a sus preguntas podía venir de los truenos, relámpagos, de la forma de las nubes, o del vuelo o aparición de ciertas aves.
Modelo de hígado de barro cocido, usado para leer las vísceras de los animales sacrificados con fines de adivinación.
3. Sortilegio, nachash, «un murmurador». Esto parece referirse a los cánticos o a los encantamientos murmurados como un preliminar para obtener la respuesta de los espíritus que deseaban consultar. Ésta es una de las formas a las que recurrió Manasés (2 R. 21:6).
4. Hechicero. El término utilizado es kashaph, y se refiere a la práctica de las artes mágicas, con el intento de dañar a hombres o animales, o de pervertir la mente; hechizar. Puede que no tuvieran poder para dañar a otros a no ser que aquella persona, por curiosidad o amistad, oyera voluntariamente los encantamientos utilizados. Manasés también practicó esta iniquidad (2 Cr. 33:6). Nínive es comparada a una ramera bien favorecida, maestra en hechizos (Nah. 3:4).
5. Encantador, de chabar, «unir juntamente, fascinar». Se asocia con otro término, lachash, «hablar de una manera suave y gentil», y se aplica después al encantamiento de las serpientes (Sal. 58:5). Similarmente el hombre es engañado y baja la guardia de su aversión a relacionarse con los espíritus malignos, hasta llegar a verse bajo su influencia. En Is. 19:3, otro término, ittim, se traduce «evocador» con un sentido similar, como aquel que da un suave sonido en los encantamientos de los hechiceros.
6. Adivino (o con espíritu de adivinación). El término hebreo es ob, que significa «una botella de cuero», y se supone que implica que las personas aludidas estaban hinchadas con un espíritu. Aparece dieciséis veces, traducido en este sentido en todos ellos menos en Job 32:19. Como ejemplo del sentido de esta palabra está la mujer de Endor, consultada por Saúl. De ella se afirma que tenía «espíritu de adivinación». Saúl le pidió a la mujer: «Te ruego … me hagas subir a quien yo te dijere.» Tan pronto como su vida quedó garantizada por un juramento, le preguntó a quién iba a llamar. Es evidente que era su profesión llamar a los espíritus de los muertos, pero en esta ocasión reconoció la obra de un poder superior, pues al ver a Samuel quedó aterrorizada. Aquella mujer pensaba que su demonio familiar se personificaría como de costumbre; de ahí su terror cuando Dios permitió que el verdadero espíritu de Samuel apareciera, en este caso particular. Samuel le dijo a Saúl que al día siguiente él y sus hijos estarían con él. No se sabe si en el término anterior siempre está implicado el poder de llamar espíritus de muertos. Una cosa notable, en relación con los que tienen espíritu familiar, es que aparentemente se oye una voz «desde la tierra» (Is. 29:4).
7. Mago, de yiddeoni, «un sabio». Lo único que se dice de ellos en las Escrituras es que «susurran hablando» (Is. 8:19). Es indudable que ello formaba parte de sus encantamientos, usados para aturdir a aquellos que iban a pedirles consejo, y quizás necesarios para hacer entrar en acción el espíritu que deseaban consultar. Puede que el consejo fuera bueno en ocasiones a fin de llevar más eficazmente a los engañados bajo la influencia de los malos espíritus. (Para Mt. 2:16, ver Mago.)
8. Consultador de muertos. De darash methim, «consultar a los muertos». Esto aparece solamente en Dt. 18:11, aunque se implica lo mismo en Is. 8:19. ¿Debieran ir los vivos a los muertos? ¿No debieran ir en pos de su Dios? Y en Sal. 106:28 leemos de algunos que «comieron los sacrificios de los muertos», lo que puede haber constituido un acto preliminar para consultarles. Lo anterior es la lista dada en Dt. 18:10, 11; hay otros que se mencionan en otros pasajes.
9. Astrólogos, «los contempladores de los cielos» (Is. 47:13) con fines astrológicos. En Daniel, la palabra traducida «astrólogo» en todo el libro, ashshaph, es distinta, y no implica ninguna relación con los cielos, sino que se trata de «hechiceros» o «encantadores», como leemos con referencia a Babilonia en los vv. 9, 12, donde se habla de una multitud de hechizos y de encantamientos. Juntamente con los astrólogos babilónicos del v. 13 se mencionan los que observan las estrellas, que pueden haberse dedicado a pronosticar acontecimientos en base de las posiciones alteradas de los planetas en relación con las estrellas. A esto se añaden los que cada mes [te] pronostican, que probablemente dedujeran sus pronósticos de la luna. También relacionado con Babilonia tenemos el término adivino, gezar, «dividir, determinar el hado o el destino» mediante cualquier forma pretendida de predecir acontecimientos.
En el NT, además del caso ya mencionado de la joven poseída por un espíritu pitónico, leemos de otros, como el de Simón, que usó de encantamientos, y fascinó por largo tiempo a la gente de Samaria (Hch. 8:9–11); Elimas, el mago, un judío que en Chipre procuraba oponerse a la obra de Dios (Hch. 13:6, 8). Éstos usaban artes mágicas, «magia» (Hch. 19:19), atrayendo tras de sí a las gentes. En Apocalipsis se usa otra palabra traducida hechicerías, φαρμαχεία, farmacia, referida a drogas, «aturdir con drogas», y por extensión a cualquier sistema de hechicería mediante encantamientos (Ap. 9:21; 18:23; cp. 21:8; 22:15). La hechicería queda clasificada entre los pecados más graves, y se aplica también a la iglesia profesante en la Babilonia mística. Aparece en la lista de los frutos de la carne (Gá. 5:20).
Lo anterior ha sido tan sólo un breve repaso del sutil poder de Satanás en el mundo invisible, mediante el que engaña a la humanidad, por lo menos allí donde el hombre es su bien dispuesta víctima. Está claro que la adivinación y las artes ocultas no debieran ser confundidas con una mera prestidigitación. Por mucho que haya trucos y engaños asociados con ella, detrás se halla el poder real de Satanás. Algunos hechiceros convertidos en tiempos modernos en diversas partes del mundo han dado testimonio de que habían estado controlados por un poder superior al suyo propio; pero que éste cesó totalmente al creer y confesar a Cristo. Es importante ver que este poder es de Satanás, debido al gran aumento, en la actualidad, de los cultos satanistas y de las sectas ocultistas, y a la gran inclinación de la sociedad hacia la astrología, espiritismo, cosas a las cuales incluso los cristianos pueden verse arrastrados, y lo han sido, atraídos por la curiosidad. «Nadie os prive de vuestro premio …, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal» (Col. 2:18).